𝓒𝓐𝓟Í𝓣𝓤𝓛𝓞 3 - 𝓓𝓮𝓼𝓪𝓹𝓪𝓻𝓲𝓬𝓲ó𝓷 𝓪𝓵𝓪𝓻𝓶𝓪𝓷𝓽𝓮

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«¿Dónde demonios estoy?», Leon se preguntó incorporándose en la cama. «Redfield...», recordó con fastidio. Había tenido que emplearse a conciencia para estar a su altura bebiendo; aquella idea le hizo sonreír. Por suerte, las resacas nunca eran fuertes en él y se levantó sintiéndose razonablemente bien.

Sin embargo, observó sus pantalones y sus boxer alarmado: los llevaba por las rodillas, y su abdomen mostraba un tacto pegajoso que conocía a la perfección. «¡Joder! ¿Qué he hecho? Espero no haberme comportado de un modo incorrecto e inapropiado. Odiaría haberme mostrado ante su hermana como un auténtico baboso», se lamentó preocupado. «Hacía muchos años que no sufría poluciones nocturnas, y tenía que ser ahora...», pensó con disgusto. «Bueno, ya no tiene remedio».

Intentó ocultar aquel "error" del modo más digno posible, se vistió y caminó fuera del cuarto reuniendo toda la entereza que lo caracterizaba. «Si me echan algo en cara, me disculparé y punto. No creo que sea tan grave, soy un tío legal y no creo que la cosa haya llegado más allá de hacer un ridículo bochornoso», afirmó resignado.

Cuando entró en la sala de estar intentando mostrar dignidad, encontró a Chris mirando suplicante a Jill y a Claire. Al verlo, el capitán exhaló con alivio como si hubiese llegado su mejor aliado. Él contempló la escena sin saber qué decir y se rascó la cabeza confuso.

—Me está tratando como si yo fuera tú —Chris le dijo con mirada suplicante.

—¿Quién? ¿Como si fuera yo, qué? —preguntó mirando a ambas mujeres sin entender nada.

Sorprendido, se dio cuenta de que Claire lo observaba con miedo, él diría que con mucho miedo. Aquello lo cabreó.

—Jill me está llamando Leon todo el rato, quiere volverme loco haciéndome creer que soy tú.

—Porque él es Chris, el dueño de esta casa —Jill afirmó sin inmutarse—. Regaña tú a tu hermano, Claire —pidió a su amiga señalando a Leon con una mano.

Pero la pelirroja no entró en el juego, tan sólo continuó observando al rubio fijamente como si temiese algo de él.

—Dejaos de gilipolleces. Tú, arpía —Leon se encaró con Claire mirándola airado—. Me las pagarás.

Temblorosa, ella se puso en pie lentamente.

—¿L-lo sabes? —le preguntó avergonzada.

—¿Que si lo sé? ¡Claro que lo sé! ¡Sé que ayer contaste a tu hermano alguna mierda sobre mí! ¿Acaso te divierte que los hombres se peguen por ti? —la acusó amenazador.

—Déjala, Leon, ella no me contó nada en absoluto —Chris se inmiscuyó de inmediato, y él lo miró alucinado negando con la cabeza.

—Estáis todos como puñeteras cabras, no tengo porqué aguantar esto.

Se dirigió hacia la puerta de entrada dispuesto a no estar allí ni un minuto más.

—Leon... —Claire musitó acongojada.

—¿Qué? ¡Maldita sea! —él preguntó girándose para enfrentarla—. ¿En serio me tienes miedo? ¿En serio? —le reprochó incrédulo y dolido: él jamás podría hacerle daño, por muchas vidas que viviera; creía habérselo demostrado con creces—. ¡Olvídame! ¡Joder!

Se largó dando un fuerte portazo que dejó a todos el corazón en un puño. Chris se hundió en la miseria cuando su hermana rompió a llorar desconsolada.

—Me marcho de regreso a Nueva York —ella anunció cuando fue capaz de calmarse.

—¿Qué? ¿Por qué? Sólo dime qué pasa y yo hablaré con él —el moreno insistió cogiéndola por ambos brazos desesperado.

𝓓𝓞𝓢 𝓐𝓛𝓜𝓐𝓢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora