𝓒𝓐𝓟Í𝓣𝓤𝓛𝓞 2 - 𝓐 𝓽𝓻𝓪𝓲𝓬𝓲ó𝓷

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Jill Valentine entró en el piso de Chris con prudencia mientras Claire la observaba sorprendida.

—¿Qué pasa? —la pelirroja preguntó viendo que su amiga se comportaba de un modo extraño.

—¿Él está en casa? —quiso saber a la defensiva.

—¿Quién, mi hermano? No. Te he llamado porque necesito hablar contigo a solas.

Jill asintió con la cabeza y se mostró más tranquila.

—¿Qué pasa entre mi hermano y tú? ¿Tenéis algún mal rollo? —preguntó preocupada.

—Él me ha dado calabazas, puerta, como narices quieras llamarlo.

Se sentó en un sofá indignada.

—¿Quéééééé? Pero si mi hermano está loco por ti, siempre lo ha estado.

—¿Ah, sí? Pues díselo a él, porque parece que no se ha enterado. Anoche le pedí que empecemos una relación seria, le dije que si quiere seguir acostándose conmigo ha de ser mi pareja a todos los efectos.

—¿Y qué respondió?

—Aún estoy esperando a que diga algo. Me miró con cara de espanto, se puso en pie y se marchó; sin más —le contó furiosa.

Claire, alucinada, no supo qué decir a eso.

—Mierda... Él está muy raro desde que regresó, Jill, no se lo tengas en cuenta, por favor —le rogó preocupada.

—Él me salvó de Albert Wesker y de la basura con la que me controlaba, no se rindió hasta encontrarme y hacerme volver. Creí que, creí... que yo era para él algo más que su compañera —confesó apenada—. Empezamos a liarnos cuando volví y... está visto que me equivoqué al pensar que me quería.

—Idiota, hermano... ¿Qué narices está haciendo? Voy a hablar con él y le dejaré cuatro cosas claras. Que no crea que, por ser mi hermano mayor, está libre de reprimendas —declaró decidida.

—No, déjalo, no vale la pena —negó harta de seguir hablando de ello—. ¿Y a ti qué te pasa?

—Anoche vi a Leon tirándose a mi amiga Savanna —confesó mirándola avergonzada.

—Bien por ellos —la castaña afirmó sin inmutarse.

—¿Cómo?

—Que bien por ellos. Él es un tío cañón, y siempre has descrito a tu compañera como un bellezón irresistible. ¿Cuál es el problema, entonces?

—¿Que cuál es el problema? —preguntó indignada—. Él es mi...

—¿Tu qué? —la interrumpió con voz dura—. Él no es tu nada, Claire, ni siquiera tu amigo porque tú no se lo has permitido. Vamos a ver... Me contaste que te salvó el culo en Raccoon, en Harvardville, aquí, en Nueva York e incluso en Italia. Si querías algo con él, has tenido mil y una oportunidades para hacérselo entender. Sin embargo, lo echaste de tu vida por la mierda esa del chip, asunto en el que concuerdo con él, todo sea dicho. Y aun así, te ha seguido protegiendo cada vez que lo has necesitado. Si de verdad lo aprecias, alégrate por él —sentenció mirándola sin compasión.

—El problema es que no puedo —rebatió a la desesperada.

—¿Por qué?

—¡Porque quiero ser yo la mujer a la que él se estaba follando anoche! ¡Así de claro! —gritó perdiendo los nervios.

Jill la observó cogida por sorpresa.

—Pues jodido lo tienes valga la redundancia, la verdad —opinó entristecida.

𝓓𝓞𝓢 𝓐𝓛𝓜𝓐𝓢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora