𝓒𝓐𝓟Í𝓣𝓤𝓛𝓞 5 - 𝓨𝓪 𝓺𝓾𝓮 𝓶𝓮 𝓱𝓪𝓼 𝓼𝓮𝓬𝓾𝓮𝓼𝓽𝓻𝓪𝓭𝓸...

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Aquella tarde, Leon regresó cansado a casa. Había sido un día duro pero, al menos, podría dormir en su hogar, no como muchos otros días en que se tenía que conformar con una triste cama de hotel, un ajado sofá en cualquier parte, o incluso un rincón protegido del viento en una calle situada en ningún lugar.

Le cabreaba por dentro, pero se había acostumbrado a tenerla, a compartir su piso con ella, a recibir sus saludos amables de bienvenida que siempre obtenían palabras igual de amables pero cortantes como respuesta. Se había acostumbrado a que fuera su esposa. Su esposa... esposa...

Aún no se habían casado, pero su corazón anhelaba el día en que ese hecho llegara. «¿Por qué cojones, con lo que me ha hecho, no he dejado de quererla?», se lamentó frustrado. Se sentía entre la espada y la pared, en una encrucijada de la que, por muy agente de élite que fuera, no se veía capaz de salir: no podía perdonarla, y a la vez la quería. Y no tenía ni la más mínima idea de cómo actuar.

Le extrañó que Claire no hubiese salido a recibirlo y tuvo que reconocer que lo necesitaba. Así que, la buscó preocupado por ella. Caminó por el pasillo y escuchó una voz leve, se dirigió a su origen y no pudo más que detenerse con el corazón en un puño: frente al espejo de cuerpo entero que había en la puerta de un armario, ella, completamente desnuda, observaba su propio cuerpo con detenimiento cubriendo sus senos con un brazo y acariciando su vientre con la otra mano.

Allí estaban: su mujer y su hija aún no nacida, la estampa más bella y conmovedora que había visto jamás.

—Daría mi vida por poder volver atrás, por no hacerle daño —Claire afirmó entre lágrimas con voz suave—. Sin embargo, te tengo a ti, cariño mío. ¿Por qué no puedo teneros a ambos y simplemente haceros felices? Si creía que no tenerlo era duro, no puedo soportar verlo sufrir.

Tuvo que retirarse y apoyar la cabeza en la pared del pasillo; había roto a llorar como un niño acongojado. Desanduvo sus pasos con cuidado, abrió la puerta de nuevo y la cerró haciendo ruido suficiente como para que ella pudiera escucharlo claramente, se secó las lágrimas con la manga de la camisa y se tomó su tiempo para hacerse notar.

Pasados un par de minutos, Claire caminó a su encuentro completamente vestida y le sonrió con cariño.

—Bienvenido —afirmó con aquella sonrisa amable que él tanto adoraba.

«¿Por qué, solo, no puedo hacer que esa sonrisa esté llena de amor? Sigue teniéndome miedo, y lo merezco», se lamentó con tristeza.

—¿Quieres que te lleve a cenar fuera? —sorprendió a ambos preguntando de pronto.

—¿Por qué? ¿Qué celebramos? —quiso saber curiosa manteniendo las distancias como él le había pedido hace tiempo.

—A ti, a mí, que vamos a casarnos en breve...; no sé, cualquier cosa —respondió intentando aparentar serenidad y sin saber muy bien qué decir.

No se había dado cuenta, pero sonreía como un adolescente tímido.

—Lo siento, Leon, pero te agradecería que lo dejemos para otra noche —le pidió con voz cansada—. Hoy he pasado el día con nauseas.

—¿Cómo que con nauseas? ¿Desde cuándo las tienes? ¿Por qué no me has dicho nada? —preguntó con voz atropellada.

—Tranquilo, el doctor ha dicho que son totalmente normales. Anda, ve, date una ducha y luego cenaremos —le ofreció con una leve sonrisa.

Él asintió con la cabeza y se marchó hacia el cuarto de aseo, mientras ella lo observaba desconcertada.

«¿Qué le debe haber pasado hoy en el trabajo? Juraría que estaba... ¿cariñoso?», se preguntó sorprendida. «No debo hacerme ilusiones. Tan sólo está siendo un poco más amable de lo habitual, nada más», se recordó intentando no ilusionarse. Al fin y al cabo, nada en su actitud distante y esquiva había cambiado.

𝓓𝓞𝓢 𝓐𝓛𝓜𝓐𝓢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora