𝓒𝓐𝓟Í𝓣𝓤𝓛𝓞 7 - 𝓜𝓮𝓷𝓾𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓶𝓸𝓷𝓲𝓸...

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Claire aún no lo podía creer: había pasado la noche en brazos de Leon de nuevo. La tarde anterior se había sentido muy sensible y no podía parar de llorar de arrepentimiento, de alegría, de incredulidad... Él se había limitado a abrazarla con paciencia, a hacerle sentir su calor, su complicidad, su amor...

No había podido complacerlo, no había sido capaz de contarle lo que él le pedía, lo que necesitaba; pero lo haría cuando estuviera preparada. Como él decía: se lo debía. Además, ahora que él la había perdonado, la mente se le iba constantemente hacia el recuerdo de aquel cuerpo perfecto y excitado del modo más primitivo, y un calor sofocante la invadía por completo. Él debía saber lo que le hacía sentir, lo que significaba para ella, lo que aquella noche significó. Aquello no la justificaba, nada lo haría jamás. Pero quizá si él se sabía tan especial, tan realmente especial para ella, fuese un pequeño consuelo. La quería; aún no podía creerlo.

Sin embargo, aquella mañana se había comportado de un modo extraño. Seguía siendo infinitamente cariñoso con ella, y muy cercano, había descubierto: le gustaba el contacto físico con aquellas personas con quienes se sentía cómodo de verdad; y con ella lo estaba. Así que, aprovechaba la menor oportunidad para abrazarla, besar su mejilla, sus labios, su cuello... Aun así, se había mostrado pensativo y serio, preocupado...

Se había marchado inusualmente pronto a trabajar, algo que la había inquietado, aunque no cómo se había despedido: con un nuevo abrazo, otro beso y promesas de dulce chocolate para compartir cuando regresara. Le había arrancado esa sonrisa con la que decidió quedarse, la que quiso conservar decidiendo no preocuparse sin motivo, ahora que todo parecía ir bien.


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Leon caminó hasta la casa de ella. Sí, sabía dónde vivía: era un objetivo a controlar por la DSO, un supuesto aliado. No hizo más que llegar cuando la puerta se abrió y salió un hombre, tras el que ella se asomó con una enorme sonrisa. El asunto no iba con él; sin embargo, una furia sorda lo puso en alerta. ¿Sería que estaba empezando a sentir amistad por el cabezacubo? «Lo que me faltaba», se lamentó pretendiendo sentir fastidio; pero en realidad aquel hecho le gustaba.

Siguió al encuentro de ambos descarado y arrogante. Jill lo vio llegar sorprendida, y el hombre de tez morena, rasgos hispanos y pelo negro y rizado que la tenía abrazada por la cintura lo miró a la defensiva; parecía que no quería problemas. Y él no pensaba dárselos; a él, no.

—¿Realmente esto es necesario? —preguntó juzgándola con la mirada.

Ella quedó atónita e incrédula. ¿Qué demonios estaba pasando?

—¿Quién es este? —el hombre preguntó curioso evaluándolo con mirada inteligente.

«Ni se te ocurra plantarme cara, mercenario. Sé quién eres, y te mueves en la delgada línea roja entre el bien y el mal. Así que, no me busques las cosquillas», le dejó claro con una mirada amenazadora. El hombre sólo sonrió indiferente.

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