𝓒𝓐𝓟Í𝓣𝓤𝓛𝓞 15 - 𝓤𝓷 𝓱𝓸𝓶𝓫𝓻𝓮 𝓬𝓸𝓷 𝓼𝓾𝓮𝓻𝓽𝓮

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Claire tomó su desayuno en silencio sentada a la mesa de la cocina.

«Feliz Navidad», se dijo a sí misma enfurruñada.

¿Dónde narices se habían metido su marido y su hija?

«Menuda forma de empezar el día más familiar del año...».

El sonido de la puerta la hizo ponerse en pie como un resorte y salir en busca de explicaciones. Pero cuando vio a la pequeña Claire en brazos de su padre, como una bolita de lana a la que sólo se le veían los ojos, se derritió de amor por los dos.

—Hace frío fuera, ¿eh? —preguntó burlona.

—Un poquito, nada más —él respondió sonriente.

Quitó a la bebé la ropa de abrigo y entregó la niña a su madre para poder quitarse la suya también.

—¿Y qué hacías fuera, en un día como este, y más con la bebé? —quiso saber inquieta.

—Lo de la bebé ha sido para no despertarte: estaba dando guerra y, ya que yo ya no iba a dormir más, he preferido que, al menos, pudieses hacerlo tú.

Claire se abrazó a él cariñosa.

—Ya, pero, ¿por qué has salido? —le preguntó preocupada.

—Necesitaba pensar.

—¿Sobre nosotros?

—Sobre todo.

La pelirroja enarcó suspicaz una ceja.

—Anda, ve a desayunar y, mientras, cuéntame qué te ronda la mente —le propuso cariñosa.

—Escuchar a tu hermano y a Jill ayer me ha hecho pensar en ellos, en nosotros... Mi vida ha dado un cambio radical en menos de un año —él afirmó mientras se preparaba un café, que se dedicó a tomar tranquilamente para entrar en calor sentado a la mesa.

La bebé no perdía de vista a su padre, atenta a todo lo que hacía.

—¿Y sientes que eso es malo? —preguntó temerosa.

—No. Siento que, finalmente, yo siempre tuve razón.

—¿Sobre qué?

—Desde que te conocí en Raccoon, siempre creí que yo estaba destinado a pertenecerte. Pero, a la vez, también creí que eso era imposible, porque tú jamás sentirías lo mismo por mí y nunca me querrías a tu lado —explicó pensativo—. Por tanto, me dediqué a vivir en consecuencia. Y, de pronto, llegaste tú y...

—¿Y... la lié bien liada? —se atrevió a preguntar avergonzada.

—Y te limitaste a demostrar mi teoría inicial: así, sin más, tranquilamente, como quien no quiere la cosa.

—¿Qué quieres decir? —preguntó confusa.

—Ni yo mismo lo sé, porque no creo en el destino. Sin embargo, no puedo evitar sentir que, en ocasiones, lo que tiene que ser, simplemente será, y aquello que no puede ser, pase lo que pase no sucederá —intentó explicarse con una sonrisa serena—. Hablo de tu hermano y de Jill: quizá lo suyo no puede ser, al fin y al cabo. Están dando muchas vueltas a algo que para ti y para mi siempre estuvo ahí realmente, y de ese modo se manifestó.

Sonriente, Claire se puso en pie, caminó hasta él y se sentó cariñosa en sus rodillas con la bebé aún en brazos. Le dio un beso en la mejilla y otro en los labios, y lo miró con ironía.

—No estoy de acuerdo. Si por ti solo hubiese sido, tú y yo jamás habríamos llegado a nada, cabezota —afirmó socarrona.

—Ah, ¿esas tenemos? ¿Acaso tú me hiciste notar alguna vez lo que sientes por mí? —preguntó del mismo modo—. Yo no soy adivino, pelirroja de mi vida.

𝓓𝓞𝓢 𝓐𝓛𝓜𝓐𝓢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora