𝓒𝓐𝓟Í𝓣𝓤𝓛𝓞 4 - 𝓐 𝓰𝓻𝓪𝓷𝓭𝓮𝓼 𝓶𝓪𝓵𝓮𝓼, 𝓰𝓻𝓪𝓷𝓭𝓮𝓼 𝓻𝓮𝓶𝓮𝓭𝓲𝓸𝓼

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 —¿Estás huyendo del padre de tu hijo? —Leon preguntó a Claire sin paños calientes.

Ella lo miró atemorizada, y él soltó un bufido exasperado.

—En cierto modo; y también de mi hermano —respondió con voz débil.

—Y también de mí, por lo que veo. ¿Acaso crees que vamos a matarlo, o qué? Porque como el muy desgraciado te haya forzado, no vas a poder evitar que lo hagamos —le aseguró con mala leche—. Sea como sea, Claire: ni tu hermano ni yo vamos a juzgarte, deberías tenerlo claro y no haber huido de nosotros. Si necesitas que te protejamos de él...

—Leon, calla, por favor —le rogó angustiada.

—Joder, ¿tanto lo quieres? —preguntó incrédulo e indignado.

—Sí. Lo quiero tanto, y más.

El rubio caminó frustrado de lado a lado frente a ella y volvió a mirarla con cara de reproche.

—Te he dicho que no voy a juzgarte, pero me envenenaré si me muerdo la lengua y no te digo que, si te ha forzado, no deberías sentir por él más que asco y desprecio —la amonestó.

—¡Leon, por favor! ¡Cállate!

—¡No voy a callarme porque tú no quieras oírme! ¡Si no lo digo, reviento!

—¡El padre eres tú! ¡Maldita sea! —le confesó perdiendo los nervios.

De inmediato se cubrió la boca con las manos y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Para su infinita sorpresa, él la miró como si no le sorprendiera.

—Fuiste tú... —la acusó con desprecio—. Fuiste tú quien me la liaste para conseguir un frasco de mi semen y hacer que te lo inseminaran... Por eso me desperté como un adolescente que se ha pasado con los sueños húmedos, ya me parecía muy raro... Cómo pudiste, Claire —le reprochó decepcionado.

Ella negó muy lentamente con la cabeza.

—No lo niegues ahora. Has caído muy bajo, Redfield, muy, muy bajo. Me has traicionado, aprovechaste mi borrachera y ni siquiera me lo pediste. No sé si te habría ayudado a cumplir tu sueño de ser madre, si me lo hubieras pedido. Pero pillarme a traición, desde luego, no es la solución.

—No tenía el sueño de ser madre —musitó acongojada.

—¿Ah, no? Entonces, ¿tu sueño era joderme la vida? —le reprochó a voz en grito.

Se puso en pie temblorosa, se acercó a él y lo enfrentó.

—Mi sueño era tenerte a ti; y te tuve. Lo siento, Leon, me volví loca, perdí la razón. Sé que fue como si te hubiese violado, lo sé...

—¡Espera! ¡Espera! ¿Qué? —preguntó incrédulo.

—No me limité a masturbarte a traición para conseguir una muestra de tu semen, Leon, tú lo depositaste dentro de mí; bueno, tu cuerpo lo hizo. ¿Lo entiendes?

—¿Qué, cojones, me estás diciendo? —preguntó amenazador.

—Que me aproveché de ti, de tu indefensión.

Él quedó estático, mirándola como si no la conociera, como si aquella situación no fuese más que una mala broma sin gracia. Se dejó caer en la primera silla que encontró sin dejar de mirarla fijamente a los ojos, dándose cuenta de que no tenía ni la más remota idea de cómo se sentía, ni la tendría en mucho tiempo.

Pero no era un cobarde y jamás lo sería. Se juró tras la tragedia de Raccoon que, fuera como fuera, siempre sobreviviría, siempre vencería, y su mente de agente dominante, frío e infalible lo colmó con aquel único pensamiento: vencer, sobrevivir. Era un superviviente, su fuerte era adaptarse a cualquier situación, poner fin a crisis fueran las que fueran, a aquellas que muy pocos podían controlar y resolver.

𝓓𝓞𝓢 𝓐𝓛𝓜𝓐𝓢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora