Capitulo 02

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La sensación de abandono que sintió Auron no tenía punto de comparación. Había sido tomado, usado y luego dejado atrás. Todas sus estúpidas ideas románticas rotas en solo acto que lo hizo sentir sucio. Si tan sólo pudiera decir que no lo había querido, eso salvaría algo de su dignidad, pero si el lobo continuara allí estaba seguro que le estaría rogando para que le ayudara a correrse. Tomando su forma animal Auron camino tambaleándose, alejándose lo más rápido que sus patas temblorosas le permitían, del lugar donde sus sueños habían muerto. Camino sin rumbo por un tiempo hasta que escucho el sonido del agua que se golpeaba entre las piedras. El río estaba cerca.

Un kilometro y llegó a la orilla del agua. La nariz felina levantada al viento, estaba cerca del campamento familiar. Caminando por la orilla logro encontrar un estrecho por donde cruzo en unos cuantos saltos sin mojarse mucho las patas peludas. Apenas se metió dentro de la tienda se escondió bajo las mantas. Su hermano mayor dormía como un tronco, así que no escucho la llegada del gatito fugitivo. No había terminado de calentar el saco de dormir cuando escucho los aullidos de los lobos desde el otro lado del río y los gruñidos de los felinos que respondían desde el campamento. Lo que había sido un tranquilo paseo familiar se transformo en una salida de emergencia. El territorio de los lobos había sido invadido y las panteras negras debían salir de allí para no acabar en medio de un fuego cruzado. En medio de todo el alboroto nadie noto el semblante pálido del felino más joven, ni el olor a lobo que se le había pegado a la piel morena. Semanas después.

- ¡Niño por Dios! - La voz de la abuela llego desde el otro lado de la puerta - por tu culpa tus hermanos van a llegar tarde otra vez. -

- Tengo veinticinco años- se quejo el felino por enésima vez, aún a sabiendas de que sería como sembrar entre piedras -. Debería tener mi propio auto y no tener que viajar con mis hermanos. ¡No es justo! -

Justo o no viajaras con tu hermano Perxita-, gruño la vieja gata- y más te vale que no sigas enfurruñado o yo misma entrare a zurrarte el trasero. La amenaza, fuerte y clara de la gata, fue suficiente para que Auron reevaluara la situación. De un salto salió de las mantas y corrió al baño, había que ser muy idiota para meterse con la madre del Alfa de la manada felina. En ocasiones le parecía ver a su propio padre encogerse en su propia piel cuando ella lanzaba miradas asesinas a la familia cuando alguien quería pasarse de listo. La abuela tenía sus muy bien plantados quinientos años. Aunque a simple vista parecía una mujer de unos robustos cincuenta. Auron no quería arriesgar su fino pellejo, así que se ducho rápido, luego se vistió con lo primero que encontró en el armario. Pasando por el espejo estudio sus tristes ojos ámbar, con una liga ato los ensortijados mechones castaños y rubios que conformaban su cabello. Terminando de cerrar el botón de la cinturilla de sus pantalones bajo corriendo las escaleras. Cuando llego al comedor, ya sus hermanos estaban terminando de desayunar.

-¡Lo siento! - Se disculpo sin mucha sinceridad-, me quedé dormido-

- ¿Dormido? - Gruño Perxita mostrando los colmillos-, antes eras el niño estudioso de la familia, y ahora prácticamente hay que arrastrarte a la escuela. Auron le dio un mordisco a la rebanada de pan tostado que tenía a la mano, levantado los hombros y dejándolos caer, trato de fingir despreocupación.

- No eres el único con derecho a ser un holgazán- se defendió llevando el vaso de leche a su boca para tratar de meterse a la fuerza el desayuno. Perxita era un chico grande, ya tenía los treinta años, aunque en el mundo felino era lo mismo que decir un adolescente, ser el séptimo hijo de nueve hermanos lo hacía comportarse como todo un hermano mayor con Auron. Levantándose de la mesa, extendió todo su metro ochenta de altura, tratando de imponer su presencia al metro setenta de la pantera más joven. La piel color morena un poco más palida que la de Auron, el cabello rojo peinado en trenzas delgadas y los ojos color verdes mirando al chico más pequeño como si se lo fuera a servir de postre.

𝐏𝐨𝐫 𝐔𝐧𝐚 𝐍𝐨𝐜𝐡𝐞 𝐃𝐞 𝐋𝐮𝐧𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora