VII

4 2 0
                                    


—¿Q-quiere una manzana? Y-ya están muy maduras, p-pero aún están dulces —dijo luego de haber arrojado el corazón de la que estaba comiendo.

—Gracias y ¿podrías darme las semillas de lo que comes? —dijo con gentileza mientras observaba algo fastidiado el corazón mordido de la manzana en el suelo.

—H-hablaste, ¡sí!

—Estamos a las afueras de la ciudad, aún estamos en zona de caza, no hagas ruido.

—P-pero si ellos son sordos, n-no necesitamos ocultar nuestras voces —murmuró mientras miraba en la misma dirección que su gruñón acompañante.

—Hay más que ellos cazando aquí, no me distraigas —dijo lo suficientemente fuerte como para que ella le escuchase.

—H-hoy también puedo ver el sol, c-creo que hará calor esta tarde. M-mire, u-una galleta.

Ciertamente él podía ver una nube con forma de galleta en el prolongado atardecer. Al pensar en todo a lo que cambiaría su forma, un sentimiento de añoranza lo inundó y la nostalgia dió paso a recuerdos de una vida que se negaba a revivir en su mente.

Sobre todo pensamiento de formas curiosas a las que asociaba las nubes, no podía engañarse el no haber visto las oscuras nubes tras ellas y el preludio que estas significaban. La temporada de lluvias estaba por comenzar y debían cruzar el río para mañana, así evitarían algún problema por el aumento del caudal.

—Hoy habrá cena, pagarás la cuota de hoy.

—H-historias.

—Sígueme el paso, pronto no verás mis huellas.

—P-pero si se sigue tropezando podré oírlo.

—No hables, no levantes la cabeza. Yo hablaré —dijo bruscamente tras un breve silencio incómodo.

Esto la dejó confundida, su comentario no llevaba parte alguna de burla mas que un intento de animar la conversación y solo había obtenido una orden seca de silencio. Obedeció lo que le dijo, pero ante la duda sobre lo que debía decir para disculparse, notó lo extraño que era la situación. Se habían detenido y además ¿con quién hablaría si había dicho que no hablaba con las personas y ahora a ella la había callado?

De entre árboles, escombros y arbustos salieron sombras firmes e imponentes. La enigmática escena la incitaba a ver, quería saber qué ocurría y sobre todo, ¿por qué había tanto silencio?, si se supone iban a hablar.

Ante este caos de pensamientos repentinos y gracias al silencio de la conversación pudo ver un escenario familiar: las sombras en el suelo, formadas por las manos del hombre gruñón y uno de los desconocidos.

Aún con la cabeza gacha dirigió su mirada con lentitud hacia la derecha y pudo ver los movimientos que hacían con las manos y apenas siquiera pensó en que su viejo acompañante también era un desconocido para ella, porque toda su atención se desvió casi al instante al reconocer los movimientos que hacían con sus manos, al menos algunos.

Recordaba esos movimientos, estaban hablando de ella y de un anciano. No debía tratarse de su acompañante, era mayor, pero no tanto como para que entre adultos le dijeran anciano, ¿entonces de quién hablaban y qué tenía que ver con ella?.

La curiosidad por saber qué decían no pudo ser suficiente incentivo para poder descifrar la maraña de movimientos veloces con su torpe interpretación y esto la irritaba.

Al pasar unos minutos vió que el hombre a su lado se quitaba la mochila y de inmediato ella bajó la mirada ante la repentina idea de ser regañada, luego escuchó algunos sonidos metálicos y otros ahogados. Ahora su curiosidad se volcaba a saber qué misterios había dentro de esa vieja mochila beige y si había galletas de chocolate.

Después de que él revisara apenas unos segundos dentro de la mochila, ella al levantar ligeramente la vista apenas vió por el rabillo del ojo que sacó un paquete mediano, no había sonido de envoltura y tampoco el olor de algún alimento. Cuando ya estaba en las manos del desconocido se pudo oír un sonido familiar, páginas.

Un viejo sueño (En proceso...)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora