XIV - Vacío

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Coppola se encontraba inmerso en la lectura del último informe preparado por Alan. Cada cierto tiempo echaba la vista al frente de manera ocasional, asegurándose de que su equipo continuaba inmerso en la investigación. El edificio se encontraba casi en penumbra. Afuera de la oficina traqueteaba de vez en cuando el empleado de limpieza y, apenas cada hora, desfilaba ante la pared de vidrio el guardia del edificio, con la linterna en mano y cara de aburrimiento.

Habían acordado hacer horas extra y continuar con la investigación pasadas las diez de la noche. No podían permitir que se colara nueva información sobre el caso. Ya habían tenido suficiente con el asunto de la televisora a quien, estaban seguros, contactó Rowen. Sin mencionar aquel maldito blog del pseudo periodista Jason Brown quien, de alguna manera misteriosa, se había hecho con todas y cada una de las notas del asesino de monstruos. Ahora el país entero conocía la obra del maldito psicópata que pretendía conjurar un ejército encargado de eliminar la pedofilia en el mundo. 

Pese a que puso en marcha todos sus esfuerzos con la intención de tumbar aquella página, no consiguió ni siquiera una pequeña sanción en contra de Jason. Coppola agradecía el fracaso de sus intentos a la maldita ley en contra de la censura. 

Volvió a la lectura, entre exhausto e irritado. No paraba de remarcar las frases que consideraba importantes, cuando de pronto se encontró con un dato peculiar. Se irguió sobre su asiento, buscando el archivo de Richard McCann y, en cuanto lo encontró, se dispuso a hojearlo con premura.

Jackie y Alan elevaron el rostro.

—¿Sucede algo? —preguntó ella.

—¿Encontraron alguna conexión entre Paul Jhonson y Richard McCann?

Los investigadores intercambiaron una mirada de confusión.

—Yo no —se apresuró a responder Alan.

—Ni siquiera vivían en la misma zona de la ciudad. Richard alquilaba una casa pequeña al sur de Nueva York, en una de las zonas marginadas, mientras que Paul Jhonson poseía un penthouse en Brooklyn.

—Y sin embargo, ambos tenían cierta afición a la misma pizzería —afirmó Coppola.

Su equipo frunció el ceño.

—Recuerdo que la última llamada de Richard fue a una pizzería en la zona centro de la ciudad —aseveró Alan.

—También Paul tiene registros de llamadas al mismo establecimiento, y ninguno sobrepasa los treinta segundos —observó el detective.

Jackie y Alan se quedaron callados durante un momento. Coppola permitió que indagaran en sus pensamientos y, después de unos momentos, Alan rompió el silencio.

—¿Será acaso algún punto de reunión para pedófilos?

Coppola asintió, enarcando una ceja.

—Es muy posible. Y si es así, entonces el asesino de monstruos conoce esta misma información. ¿Será acaso que obtiene nombres para su lista negra justamente de ese lugar?

—Tendremos que vigilar el sitio —se apresuró a proponer Jackie—, infiltrar a alguien, si es posible.

Coppola lo meditó un instante.

—Muy bien —dijo—. Necesito a alguien mañana mismo en ese lugar. Debe ser alguien joven, pero entrenado para la tarea. Y no está de más aclarar que no puede ni debe mencionar absolutamente nada sobre el asesino.

Ambos asintieron al segundo.

Coppola se puso de pie y despidió a su equipo. En todo el trayecto a casa no pudo dejar de pensar en aquella pista. Presentía que aquello iba a terminar terriblemente mal. No le daba buena espina aquella extraña conexión entre esos dos malditos desgraciados. Especialmente por las implicaciones de sus actos. Una organización de pedófilos era lo último que deseaba encontrarse.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora