XVII - Condiciones

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Samuel miró fijamente a la joven, con una expresión de dolor en sus labios. Sabía que tenía la capacidad para dejarla pasmada en un segundo, bastaba con ofrecerle la misma prueba que le había entregado a Michael para que confiara en él. Pero, incluso si tuviera una menuda chispa de ganas por morir de nuevo, comprendía que antes que nada tenía que asegurarse de que podía confiar en ella y en el fortachón a su derecha. Sin mencionar que primero era necesario ponerla en contexto.

A su alrededor, Hagler vagaba por todos lados, toqueteando cualquier objeto que llamara su atención.

—¡Hey! —bufó Desmond cuando este tiró un par de revistas de uno de los estantes.

—¿Quién es ese? —preguntó Cat, irritada.

—Él es el detective Brent Hagler, les aseguro que no es peligroso en absoluto, solo sufre de fuertes secuelas por estrés postraumático. Por favor, ignórenlo —se apresuró a aclarar el rubio.

La joven echó una mirada a Desmond, quien volvió a su sitio, detrás de ella.

—Bueno, tú eres Samuel, ese es el detective Hagler y...

—Michael Barker —interrumpió el detective sonriendo tras una cortina de humo—. También detective.

Cat elevó una ceja manteniendo la mirada desafiante del hombre que la observaba con un toque de coquetería.

—Me aburro, y eso no es bueno —dijo tras unos segundos—. Quiero escuchar la historia. Si es buena, tienen mi servicio, pero si no...

Samuel recargó los codos sobre sus piernas, en un intento por acortar la distancia que lo separaba de aquella chica cuya información necesitaba más que nada en el mundo y, tras dar un largo suspiro, comenzó:

—Permíteme compartir contigo una historia que te costará creer, permíteme terminarla, deja que me explaye todo lo necesario y después —hizo una breve pausa—. Después permíteme mostrarte la prueba fehaciente de que mi historia es verdadera.

Cat colocó las piernas en forma de mariposa y se acomodó en el sofá sin dejar de mirarlo. Una chispa de emoción surgió de sus ojos castaños.

—Pero...—continuó Samuel—. Si durante mi relato noto cualquier chispa de duda en ti o me percato de que no tendrá sentido mostrarte mis pruebas, detendremos todo esto, incluso podrás quedarte con el anticipo que te di, a cambio de silencio absoluto sobre cualquiera de nosotros.

—Descuida —lanzó Cat—. No creo que eso vaya a ser necesario, estoy segura de que tu historia es buena. Anda, ¡escúpela! ¿A cuántos asesinaron? —se burló ella.

Samuel y Michael intercambiaron miradas.

—A decir verdad —respondió aquel de cabellos dorados—... a veinte...

De súbito, la sonrisa de Cat se desvaneció al observar la seriedad de aquel desconocido.



***

El silencio de la estancia era solo interrumpido por el suave ronroneo de las computadoras que se desperdigaban de un lado a otro de la habitación. Cat tenía todo un refugio repleto de tecnología, con pantallas parpadeantes y cables por doquier. Las máquinas producían en ella una especie de arrullo que, de otra manera, no logaría encontrar en ningún otro lado. De tal manera que, sin importar si usaba o no aquellos ordenadores, ella los mantenía siempre encendidos. Sin embargo, durante el transcurso de la última hora, ni siquiera el suave susurro de sus preciados ordenadores fue suficiente para tranquilizarla.


En la narración de aquel hombre tan peculiar que, para su sorpresa, parecía poseer una de las miradas más angelicales que hubiera visto, sus músculos permanecieron imperturbables, como si se encontraran cautivos en el entramado de aquella intrigante y desquiciada historia que se tejía con cada palabra. Solo en momentos muy puntuales se permitía intercambiar miradas con Desmond, quien a todas luces parecía envuelto por la duda y la desconfianza hacia esos desconocidos.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora