XLIII - Amargos encuentros

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—¿Qué pruebas hay de que ese hombre es el asesino de monstruos? —quiso saber Coppola con una mirada angustiada. Jaquie y Alan se encontraban de pie ante su escritorio.

—No hay pruebas aún, solo la cámara de vigilancia en la oficina del comisionado —se apresuró a aclarar Jaquie—, y podría ser solo un mensajero del asesino.

—Julian no actuaría de esa manera tan desproporcionada de no estar seguro. Debe haber algo más, algo que estamos pasando por alto. ¿Qué sucedió con la solicitud de cateo?

—La están efectuando justo ahora. La entregaron muy rápido —repuso Alan, provocando una sonrisa sarcástica en los labios del detective.

—No me sorprende. Julian desea zanjar este asunto lo antes posible, pero no consideró que con ello iba a abrir una caja de pandora. La gente se volvió loca.

Aspiró aire con todas sus fuerzas tal y como si le resultase difícil el siquiera mantener sus pulmones oxigenados y, poniéndose de pie, se apostó frente a la ventana. Afuera, la muchedumbre había comenzado a dispersarse, sin embargo, el sonido de ambulancias y gritos aún se percibía a la distancia.

—Vaya espectáculo, ¿no es así?

—Las personas solo están heridas —intervino Alan ante la mirada de Jaqueline, quien no entendía cómo es que se había animado a lanzar una sentencia semejante.


Aguardaron en silencio a la ira de Coppola, pero este, con los ojillos cansados, solo pudo asentir.

—Supongo que tienes razón. —Volvió a su asiento y comenzó a recoger la documentación que ya no les serviría de nada—. ¿Puedo decirles una cosa? —Los investigadores asintieron, sentándose frente a él para darle su entera atención—. Cuando entré al campo de la investigación criminal, lo hice con las mejores intenciones, de hecho, eso me valió todos los puestos que logré saltar, las condecoraciones, esta magnífica oficina —mirando a su alrededor con las manos extendidas—, mi departamento y, por supuesto, mi reputación. Pero este caso... este caso me costó todo eso que había construido a base de buen juicio, disciplina y sobretodo, honestidad. Estuve a punto de arrojar información importante debajo de la alfombra y dejar que muriera ahí, sin ver jamás la luz del día. Y creo que necesitamos sacar toda la basura. Ahora es el momento, ¿no lo creen?

—Señor —habló Jaqueline con cierta renuencia—, nosotros continuamos la investigación en la pizzería y, tenemos evidencias que ligan a esa organización con el comisionado White.

Coppola no pareció sorprendido con aquella revelación.


—Bien —esbozó una media sonrisa—. Solo quiero saber una cosa más: ¿están dispuestos a morir por esclarecer la verdad?

Tanto Jaqueline como Alan asintieron decididos. Estaban más que preparados para cualquier consecuencia.



—Fue enviado por el gobierno, seguramente el comisionado —atinó a revelar Nona mientras se acomodaba en el taxi, junto a Brent—

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—Fue enviado por el gobierno, seguramente el comisionado —atinó a revelar Nona mientras se acomodaba en el taxi, junto a Brent—. Sentía que me estaban siguiendo, era lógico. Después de presentarme ahí como la abogada del asesino de monstruos, no podía pensar que estaría a salvo. ¡Cómo pude ser tan tonta! Y ahora Craig está muerto, por mi culpa.

Se acomodó en el hombro de Hagler con el llanto a flor de piel. Sus hombros temblaban con desesperación.

El detective pasó un brazo sobre sus hombros y acarició su cabeza con ternura, aunque una mueca de dolor se apropió de su rostro. Cada contacto era doloroso para él, como si la abogada estuviera hecha de un metal ardiente.


—No podemos quedarnos en tu departamento —dijo poco después, intentando encontrar las palabras adecuadas para decirlo—. Ven conmigo.

—¿A dónde? —quiso saber mientras se limpiaba las lágrimas y lo miraba a los ojos.

—A donde sea. No importa. Solo vamos por los diarios y nos iremos para siempre.

—¿Los diarios?—se alejó.

—El de Holly y el tuyo.

Nona movió la cabeza en negativa.

—Yo no tengo un diario, jamás hice lo que ÉL pidió, no de la manera en la que lo exigió a Holly o a Samuel. Aunque de vez en cuando hacía algunas anotaciones en el de ella.

—Entonces, ¿solo existe ese diario? ¿El de Holly? ¿O es que ese hombre en la cárcel?

—No —lo interrumpió—, Jhon jamás supo nada sobre ÉL, no quise inmiscuirlo en eso. Ya tenía demasiado peso sobre sus hombros.


La castaña llevó su mirada al exterior, pensando en el rostro cansado de Jhon. En lo mucho que le había servido y en la forma en la que se había despedido de él. Seguramente se quedó profundamente dormido a causa del veneno y muy pronto dejaría de respirar. Se iría en medio de una ensoñación y, con suerte, todos sus pecados serían redimidos.

Lanzó un resoplido y después, elevando el mentón, volvió sus ojos caramelo hacia Brent.

—¿Cómo supiste de Jhon y que yo estaría en la oficina de Craig? ¿Qué más sabes?

—Lo sé todo, absolutamente todo. No puedo decir que me enorgullezco, pero hice que te investigaran. Necesitaba estar seguro de que estabas bien, aunque no pudiera buscarte personalmente.


Nona se abrazó a sí misma, como si estuviese invitándolo a cubrirla con sus brazos protectores. El detective, comprendiendo las señales, volvió a tomarla entre sus brazos, como si se tratase de un gorrioncillo asustado y malherido.

Entonces echó la vista al exterior, mientras las calles pasaban a su lado con vertiginosidad. Prefería desviar la atención a la ciudad, y así ignorar el corazón que se le retorcía entre su pecho, en medio de un mar de dolor, tristeza y desesperación.

 Prefería desviar la atención a la ciudad, y así ignorar el corazón que se le retorcía entre su pecho, en medio de un mar de dolor, tristeza y desesperación

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El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora