Prólogo

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Miedo, eso quedaba corto ante lo que estaba sintiendo en ese momento, podía describirlo como terror, horror y desesperación de verlo entre el público. Había estado tratando de dejar todo atrás, estaba lista para irse y sobrevivir sin haberle dado importancia a todo, quería comenzar desde cero en otro lugar alejada de este pueblucho, como ella dice, de mentirosos. Lo haría por su propio bien y por la memoria de su mejor amiga pero ya nada importaba, ya no la detenía nada aquí, sus padres querían que se fuera para mantenerla a salvo; “estamos dispuestos a dejarte ir con tal de mantenerte con vida. Precisamente porque queremos que haya un mañana hay que dejar el hoy”, habían comentado con la voz quebrada mientras la ayudaban a empacar sus cosas como si les estuviesen apuntando a la cabeza con una revolver.

Candice pensó en su novio, en su mejor amiga, en las demás víctimas y en él, la causa de todo el dolor y la forma en la que se burlaba de todos, la forma tan horrible de cometer sus actos, la forma de hacerlo una y otra vez tan sangrienta y de una forma que parecía salida de un carnaval. Un carnaval, le pareció gracioso por un momento al mirar a su alrededor: la ciudad estaba celebrando su aniversario, un aniversario que era más que nada una burla a las familias y conocidos de aquellos inocentes, porque todos parecían haber olvidado lo que había ocurrido los últimos meses. Eran las ocho de la noche cuando las calles estaban completamente repletas de confeti, luces de colores, música, puestos de comida y los habitantes sonriendo entre sí, viviendo en su ignorancia, sabiendo que así lo iban a atraer, le encanta la música y fue Candice quién ahora debía correr por su vida. No sabían cómo podía acabar todo esto, pero no podía ser de buena manera. Había aprovechado el aniversario para irse, sus maletas, sus boletos de autobús y todo lo que necesitaba para empezar de nuevo en otro lugar lejos de Harper. Parecía que lo había conseguido, hasta que miró entre la multitud a un sujeto, un sínico, un descarado, un asesino con ese horrible disfraz. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver esa maldita máscara entre tanta gente. La policía no estaba, era su suerte, no le harían caso aunque le podría apostar a crear pánico y así todos pudieran correr pero claro, TongueTwister la quería a ella, no a ellos y sería inútil porque mientas los demás huyen por poner su propia vida a salvo no se arriesgarían a salvar al blanco.

Soltó la maleta, el peso extra, y comenzó a correr empujando a diestra y siniestra a todo aquél que se le cruzará, con los boletos siendo apretados fuertemente por sus puños para no dejarlos caer.

–¡Muévase! –gritó desesperada a un hombre que comía un helado de fresa–, maldita sea.

La gente la miraba, parecía loca pero no le importaba, nadie veía quién iba detrás de ella. Reconoció a varias personas, de su escuela, vecinos, pero no había un solo policía, no al menos en esa zona a la cuál pudiese correr. Su único objetivo era la estación de autobuses y mirar como se alejaba de aquí. No quería mirar detrás de ella, se enfocaba en sus pisadas y cómo comenzaba a sentir el hormigueo por el dolor, en los niños y sus padres que empujaba, en sobrevivir. Una capa negra se alzaba detrás de ella, la oscuridad y la mala iluminación lo ocultaban a la perfección, un disfraz que lo ocultaba entre las sombras.

Una mano apretó su muñeca y otra la sujetó del cuello para arrojarla en un pasillo entre dos locales. Sus gritos eran ahogados por la música, los globos estallando, las risas y carcajadas de los que no sabían que pasaba detrás de ellos. Miró la máscara que lucía más aterradora de cerca, lo pateó y mordió la mano que ahora se posaba sobre su boca pero parecía que nada de eso le hacía daño, incluso parecía que lo hacían más fuerte.

Golpeó a Candice con el mango de su guadaña y esta cayó sobre su espalda golpeándose la cabeza contra el suelo, todo lo daba vueltas. TongueTwister rompió la blusa de Candice, iba a violarla, iba a sufrir el mismo destino que los demás, iba a morir y a convertirse en un número más, un porcentaje más. Dio lo último que le quedaba, lanzó un golpe pero el Trabalenguas volvió a golpearla en la cabeza.

Candice miró la máscara que parecía tener vida propia, parecía que se burlaba de ella con esa enorme sonrisa y de la nada, antes de caer en la oscuridad de la contusión, escuchó un forcejeo, una pelea, gritos y todo se había vuelto a oscurecer.

Al despertar sentía que la cabeza le iba a explotar, los médicos la estaban subiendo a la camilla mientras el oficial Martínez le gritaba algo, estaba preocupado.

–¿Él te hizo esto? –Lo miró furioso; había un ejército de policías apuntándole a alguien que estaba de rodillas, la gente y las noticias trataban de conseguir el rostro, una fotografía o solamente el nombre para revelar la identidad, y fue entonces que le quitaron la máscara.

–Sí, fue él –respondió ella sin dudarlo para después susurrarse a sí misma: –Siempre lo supe…

Todos veían horrorizados al chico debajo del disfraz, debajo de la masacre: Dylan North.

Harper Hills Donde viven las historias. Descúbrelo ahora