Capítulo VII 𝙑𝙞𝙪𝙙𝙖 𝘾𝙧𝙖𝙫𝙚𝙣

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Bástian caminaba al par de su madre, pasos rápidos, no corrían pero si una caminata para llegar lo antes posible a casa. El día de por sí no ayudaba en salir a la calle, el manto gris sobre sus cabezas anunciaba lluvia y no una normal sino una tormenta. El mismo clima parecía decirle al pueblo que no saliera de sus casas y que ahí mismo se resguardaran.

–No saldrás estos días, ¿de acuerdo? No hasta que atrapen al desquiciado.
–Pero debo ir a trabajar, conoces a Vince–. Respondió Bástian a su madre quien parecía loca mirando siempre detrás de ellos.
–Cancelaron las clases en la preparatoria, mataron a una compañera tuya y el pueblo está muriéndose de temor, no creo que a Vince le importe.
–No lo conoces como yo. La vez pasada me regañó a mí y a Crystal por no haber llegado a tiempo cuando se inundó el centro del pueblo. Literalmente aún tratándose de vida o muerte no le importaría–. Bástian sujetaba la sombrilla sobre ellos, pequeñas gotas de lluvia se disipaban hasta ellos.
–No me interesa, no saldrás y se acabó–. Dijo su madre en tono firme.

Ambos miraron a la mujer de sesenta y siete años tratando de abrir la puerta de su casa, tenía un moretón en su rostro y sangre salía de su boca. Parecía agitada y jugueteaba con las llaves en sus manos. En cuanto los miró notaron que era la señora Craven. Bástian rápidamente pensó, está perdida.

–¡Señora Craven! –Olga se acerca a sujetarla del brazo–, Dios, ¿Qué le pasó, se encuentra bien?
–¿Quiénes son ustedes?–. En su rostro no había nada más que preocupación.
–Vamos, Bástian ayúdame a llevarla dentro–. Su madre soltó el paraguas sobre el pórtico, la lluvia ya no podía tocarlos.
Bástian sujetó a su vecina con una mano y con la otra abría la puerta que para su sorpresa alguien del otro lado leo hizo primero. Un hombre de cuarenta años apareció del otro lado, barba, entradas bastantes pronunciadas y una mirada confundida.
–¿Papá?–. Bástian voltea a ver su madre que estaba igual de sorprendida que él.
–Pise con cuidado, señora Craven –Miró a su ex esposo, quizá no tan emocionada como él hubiera querido pero no era para menos–, ¿Cuándo llegaste, George?
George se apresuró a sujetar a la señora Craven, la guío hasta el sillón de la sala. –Hace media hora. No supe dónde estaban hasta hace unos minutos y sus vecinos me dijeron que estaban en la comisaría.
–¿Por qué regresaste?–. Olga sacudió su abrigo y lo colgó en el perchero sin dejar de mirar a su ex. Bástian corrió al baño y trajo la pila de toallas y el botiquín de primeros auxilios. Le dio una toalla a cada uno y se arrodilló frente a Craven para ayudarla con sus heridas.
–¿No es obvio?–. Respondió George pero ambos se detuvieron a ver a Bástian.
–Vamos arriba–Olga apretó sus puños y miró a Bástian–, Cariño ayuda a la señora Craven. En seguida volvemos. Señora Craven, Bástian la ayudará, ¿de acuerdo?
Olga inclinó su cabeza hacia las escaleras y George sólo abrazó a su hijo y le susurró, –Es bueno volver a verlos–. Para que después, ambos ex esposos, desaparecieran por las escaleras.
–Señora Craven, ¿qué hacia afuera?
–Buscaba a mi hija, cariño, ya deberías saberlo. Estaban con ella el otro día.
–¿Yo? Creo que me está confundiendo. Nunca conocí a su hija–. Tomó un pedazo de algodón y limpió los rastros de sangre en el rostro de la anciana.
–Deja los juegos, cariño –Le sonríe–, Siempre hacías reír a todos, me acuerdo cuando viniste a casa con Olga y el resto de chicos la semana pasada, todos reían. Siempre tan gracioso, George.
–Cree que soy mi padre.
–¿Cómo dices?
–¿Me recuerda más sobre su hija?, perdóneme, a veces olvido los nombres.
–Ay, cariño, pues es tu mejor amiga Lydia.
–Es verdad –Bástian colocó un poco de alcohol provocando que la mujeres lanzará un gesto de dolor–, Perdón. ¿Y dónde está Lydia?
–¿Lydia? –Craven lo miró fijamente con lágrimas brotando de sus ojos–, debo ayudarla, la va a matar.
–¿Quién? ¿De qué habla?–. Bástian da un paso a atrás al ver que la mujer se levanta, mira a todos lados y no dejaba de llorar.
Bástian corrió por su madre, subió escaleras pero antes de poder interrumpirlos los escucho.
–No puede, no puede volver, ¿Lo dejaron el libertad?–. Olga caminaba de un lado a otro en la habitación.
–No lo sé, recuerda lo que dijo Martínez esa vez: En una cárcel de máxima seguridad.
–Martínez fue un incompetente llevando el caso y tú lo sabes.
–¿Quién está de alguacil ahora?–. Preguntó George.
–Su hijo, Alejandro.
–Que estupidez–. Miró por la puerta y encontró a Bástian escuchándolos desde la escalera.
–Bástian –su padre parecía haber visto un fantasma–, ¿Qué escuchaste? ¿Y la señora Craven?

Bástian miró escaleras abajo y la entrada de su casa estaba abierta. –Se fue, comenzó a balbucear sobre su hija.

Olga y George se miraron mutuamente preocupados. –Vamos a buscarla, no puede ir lejos. Bástian ve a ver si fue a su casa, nosotros veremos en las calles que nos rodean.

Apresuró el paso mirando detrás de él, sujetó las llaves con la mano derecha y ante cualquier cosa sería su manera de defenderse. Afuera no había nada más allá de un par de niños jugando con padres mirándolos correr detrás de una pelota. Claro, no debía caminar demasiado pues la casa de la señora Craven estaba al girar la esquina de su calle. Fue entonces que la vio, aquella mujer de la tercera edad tratando de levantar su correo como si nada hubiera pasado.

–Déjeme ayudarle–. Bástian se precipitó a levantar lo sobres mojados del sueño.
–Gracias, mi niño–. Craven acarició su rostro con sus arrugadas manos.
–Me estaba hablando de Lydia, ¿recuerda?–. Bástian no supo cómo retomar el tema, esos pequeños pasos hasta llegar aquí no le habían dado la oportunidad de pensar en una manera sutil de retomar la charla con aquella anciana con Alzheimer. Sólo quería saber que estaba ocurriendo y sabía que Craven era parte de la historia para bien o para mal.
–Está muerta–. Dijo fríamente, casi acompañada del clima que los golpeaba.
–A ver señora Craven, ¿Cree que podamos entrar a casa? Mire –Bástian extiende los brazos que escurrían agua. Tanto Bástian y Craven estaban completamente mojados–, ¿Le parece que mientras le ayudo a secarse de cme cuenta como han estado las cosas desde la muerte de Lydia?
–Claro, hijo –camina con una velocidad que Bástian jamás le había visto, parecía emocionada–, pasa, vamos, pasa.
Ahí estaba ese aroma una vez más, los orines de gato y desde luego, el gato. Un pequeño felino gris que reposaba sobre el sofá de la sala en el que hace dos noches estaban sentados junto a Camila.
–¿Entonces cómo reaccionó el pueblo a la muerte de Lydia??
–Cariño, ya deberías saberlo; es ahora, estamos viviendo todos esos sucesos, temes demasiado–. Le dijo La señora Craven con una sonrisa pura. Bástian caminó a la cocina y abrió los tuppers para servir la comida en un par de platos. Trataba de entender la situación, ¿Él? ¿Cómo?
–Mi memoria falla un poco últimamente, Señora Craven. ¿Me recuerda?
Ella asiente felizmente mirándolo. – ¿Recuerdas? Estás en universidad junto con Olga y ambos han venido aquí, hablaron conmigo–. Finalmente entendió, lo confundía con su padre una vez más.
–Es verdad, ¿Recuerda lo que le dije la vez pasada que vine con Olga?–. Dice dándole el plato con comida. La anciana sujetó el plato torpemente y lo dejo sobre su mesita desplegable frente a la televisión. Bástian se arrodilló y quedó a la altura a la que la señora Craven se encontraba sentada.
–Estaban asustados, muchas chicas estaban siendo asesinadas y después del ataque a mi pequeña –Mira al suelo, lo decía de una manera tan lenta y triste que Bástian no sabía que quería decir–, En paz descanse mi pequeña y mi esposo.

Sebastián se levantó lentamente con lágrimas en sus ojos, Craven comenzaba a sollozar. De pronto Bástian sentía que todo iba demasiado lento, tan triste, tan extraño. No quería hacerla sufrir reviviendo sus traumas o quizá el más importante por el que se está obligando a olvidar todo pero si podía salvar vidas con ello quizá valía la pena recordar el dolor.

–Esa pobre chica, todas ellas a manos de él y jamás…–. Se detuvo, miró a Bástian y le acarició el rostro para limpiarle sus lágrimas. La señora Craven que estaba hablando no era la misma que estaba acariciando su cara. –Bástian, hijo. ¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? ¿Quieres comer? Estás empapado; déjame darte una toalla–. Bástian lanza una pequeña sonrisa.
–Es mejor que me vaya–. Bástian no tenía toda la información pero era más de lo que sabía antes.
–Te acompaño a la salida, cariño–. Retiró lentamente la mesita haciendo un pequeña quejido como si de un yunque se tratase.
–Salúdame a tu madre y a tu padre. Son una hermosa pareja–. Bástian caminó de espaldas al salir por la puerta tratando de no darle la espalda mientras hablaba la señora Craven. Le dio un abrazo y le dijo: –Gracias, les daré sus saludos –“Otra vez”, pensó –, prometo venir a verla luego.
–Claro, hijo. Cuando gustes, tú y tu amigo están invitados–. Le dijo con una sonrisa.
Bástian se secbastiánó las lágrimas. –¿Cómo?
–Él –señaló detrás de Bástian–, a la próxima hazlo pasar. No debe quedarse afuera la compañía. Es de tu corto de terror, ¿no?
Se se giró, un “oh” salió de su boca mientras retrocedió asustado hacia atrás empujando a la mujer.

Una figura que parecía salida de un cuento de misterio con una enorme capa negra, una máscara veneciana con grandes plumas en ella y lo que más le asustó a Bástian: esa gran hoz tan afilada pero igualmente hermosa. En un movimiento rápido la figura se precipitó hacia él sujetando la hoz fuertemente.

Bástian cerró la puerta de golpe, el estruendo se escuchó por toda la casa y con ello el eco de lo golpes de aquella persona en la puerta, una y otra vez.

–¡Llame a la policía!–. Bástian trataba de contener la puerta, su espalda estaba contra la misma, sentía que en cualquier momento colapsaría.
La señora Craven caminó lo más rápido que pudo al teléfono sobre la pared de su cocina y comenzó a marcar.

–¡Lárgate!–. Gritó Bástian girándose y empujando la puerta con ambas manos, parecía que las bisagras estaban cediendo ante la presión y cada vez los tornillos estaban más flojos. Pero de la nada, todo se detuvo.

La señora Craven seguía hablando por teléfono; la mantenían en la línea para evitar que terminara la llamada, Bástian escuchó cuando les dijo que estaba su vecino tratando de evitar que el extraño con disfraz entrara su casa.

Bástian acercó su oído derecho a la puerta y lo recargó en ella, no se escuchaba nada más que el sonido de la lluvia precipitándose contra el suelo y lo que pareció una hoja filosa alzándose en el aire; la hoz atravesó la puerta a unos escasos centímetros de sus ojos. –Mierda–. Se alejó de la puerta sin quitarle la vista. La hoz desapareció de la abertura que había hecho y la puerta colapsó antes la patada del intruso. TongueTwister, ahí estaba parado frente a él.

–Eres tú… –Bástian lo miró y se paró firme–, Ven, desgraciado.

Un tajo fue hacia él, pero Bástian logró sujetarlo del brazo. Ambos forcejeaban cada uno tratando de cumplir lo que tenían en mente, clavar la hoz y evitarla.

Los gritos de la señora Craven pidiendo ayuda a la chica del otro lado de la llamada eran desesperados, miraría cómo moriría un chico inocente frente a ella y con mala suerte sería la siguiente recibiendo esa afilada hoja tornasol. Bástian no había notado que detrás de las súplicas de la señora Craven, la lluvia y su propia respiración agitada; alguien había reproducido música. Y finalmente notó que todo iba al ritmo de la música. No podía reconocer la melodía por alguna extraña razón pero sí que la conocía. Sus pensamientos rápidos y su corazón acelerado no le dejaban procesar el momento.

Una patada a su pie izquierdo lo derribó dejando a El TongueTwister encima de él y con la hoz cerca de su rostro cada vez más, la rodilla de aquella persona se incrustaba en su estómago y él no podía soportar más.

–¡Déjalo!–. Gritó la señora Craven arrojándole el teléfono a la cabeza. El asesino se levantó y la miró inclinando la cabeza, esa mirada inexpresiva en la máscara le dio escalofríos pero no era la primera vez que la había visto. Craven recibía pequeños recuerdos en su memoria, no, no era la primera vez que lo había visto.
Se deslizó velozmente hacia ella sujetándola del cuello y empujándola contra el refrigerador.

–¡No la toques!–. Bástian corrió pero de un zarpazo TongueTwister le hizo una cortada en el hombro derecho y otra en la pierna izquierda que fue aún más profunda. Sebastián se llevó su mano izquierda a la herida tratando de presionar el sangrado y con el otro se precipitó a tomar al asesino por el brazo y jalarlo para alejarlo de la pobre anciana, sus pasos y movimientos eran torpes, se sentía en cámara lenta. TongueTwister lo tomó del cuello apretándolo y arrojándolo contra la mesita.

–¡Que la dejes!–. Gritó Bástian en el suelo tratando de levantarse mirando al asesino empujando a la pobre mujer contra la pared, viéndolo horrorizada, TongueTwister, colocando toda su fuerza en el puño que sostenía la hoz, la abalanzó a la altura de su cintura girándola en repetidas ocasiones hasta que se detuvo a la perfección en su mano y la incrustó en la boca de la mujer, en un movimiento rápido, le desgarró la mandíbula.

Las sirenas de la policía se precipitaban hacia la casa, habían llegado pero demasiado tarde. La señora Craven se había ahogado con su propia sangre.

TongueTwister se giró para ver a Bástian, ambos se miraron a los ojos, aunque no podía ver los ojos de la persona que usaba el disfraz sabía a la perfección que estaban cruzando miradas. Fueron segundos eternos para Bástian hasta que TongueTwister volvió a hacerlo, un par de giros a la hoz sobre su mano hasta detenerla a la altura de su rostro y después, sin más, salió con completa calma por la puerta trasera de la cocina y la música se iba con él.

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