Pasaran unas semanas desde el encuentro tan caliente que tuvimos Eva y yo. A pesar de que temía que las cosas cambiaran entre nosotras, no fue así. Seguimos hablando casi a diario y viéndonos con frecuencia. Me contó que se animara a hablar con su chico sobre sexo, y yo estaba emocionada por saber más.
Este capítulo de nuestra historia empieza cuando me dirigía a casa de Eva para nuestra reunión semanal. Intuía que íbamos a tener una conversación intensa, así que llevaba conmigo un par de botellas de vino, por si Eva necesitaba ánimos. Sonreí al recordar lo que había pasado la última vez que bebimos de más. Como todo empezó como una conversación normal y había acabado conmigo de rodillas y mi lengua acariciando su delicioso coño… pero no podía dejarme llevar por mi propia calentura, ni pensar que era algo que volvería a pasar. Iría a casa de mi amiga, hablaríamos del soso de su novio y nos contaríamos nuestras penas, como todas las semanas.
Me encontraba ya cerca del bloque donde vivía Eva cuando me suena el móvil, interrumpiendo mis pensamientos. Era ella.
―Hola, guapa, estoy llegando a tu casa.
―…― esperaba oír su voz metiéndome prisa, pero al otro lado de la línea no parecía haber nadie.
―¿Eva?― pregunté, preocupada ―¿Pasa algo?
―No, no― respondió por fin ―. Sólo quería pedirte si podrías venir una ho-dos, dos horas más tarde ―fruncí el ceño ante su titubeo ―. Ayer me traje trabajo a casa y quiero terminarlo.
―¿Estás trabajando un sábado? Nena, ¿quieres descansar un poco?
―Sí, sí, sólo acabo un p-poco de papeleo y s-soy toda tuya.
―Está bien, me iré a tomar algo por aquí, Estoy a cinco minutos, avísame cuando acabes.
―Valenosvemosluegoadiós― me respondió apresurada y colgó. Me quedé mirando la pantalla de mi móvil, confusa. No entendía nada, pero ya tendría tiempo de preguntarle más tarde qué diablos pasaba.
Aún era temprano, así que me metí en la primera cafetería que encontré. Mientras esperaba mi café, pensé un poco sobre lo que acababa de pasar. No era la primera vez que alguna de las dos se llevaba trabajo a casa cuando habíamos quedado, pero lo normal era acabarlo mientras la otra hacía tiempo en el sofá. Era muy raro que me avisara para que no fuera.
Me encogí de hombros justo cuando la camarera me traía mi café. Le sonreí, agradeciéndoselo, y no pude evitar mirarla más de la cuenta mientras me servía la leche en la taza. Cuando levanté la mirada hasta sus ojos, pude ver que me sonreía pícara. Le devolví la sonrisa y la seguí con la mirada al alejarse de mi mesa.
―Qué piernas tan bonitas ―pensé, hipnotizada por el movimiento de sus caderas ―. Qué bien se verían en mis hombros.
Hora y media más tarde, Eva me envió un mensaje avisándome de que ya había terminado. Recogí mis cosas, pagué y salí, no sin antes dejar mi número y mi nombre escrito detrás del ticket. Quién sabe, igual esa monada también estaba interesada.
Llegué a su portal justo cuando salía un vecino, que me abrió la puerta amablemente y me dejó entrar. No era la primera vez que me cruzaba con él, era un señor mayor muy agradable. Subí hasta el piso de Eva y timbré. Al principio no se oía nada, luego unos pasos apresurados y Fran, su novio, me abrió la puerta.
―Hola, Lena ―me dejó pasar mientras cogía su chaqueta del perchero ―. Eva está en el despacho, os dejo solas― y se fue.
Me quedé mirando la puerta cerrada, extrañada. Fran no era la persona más habladora del mundo, pero cuando nos cruzábamos siempre intercambiábamos un par de frases cordiales, y más de una vez nos había acompañado un rato a Eva y a mí en nuestras tardes de confidencias. Era muy raro que se fuera así sin más, casi sin mirarme, como si le diera verguenza.