Amistades de las buenas.

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Estoy harta de insinuarme de todas las formas que se me ocurren y que él no me haga ni caso— se quejó Eva, sentada en mi sofá con una cerveza en la mano y un buen cabreo encima. 

Eva y yo somos amigas desde la facultad. Nos conocimos en tercer año, en un materia que ella cursaba por segunda vez. Ese curso no pasamos de algún saludo por los pasillos y algún café en la puerta de la biblioteca durante la época de exámenes. Poco a poco nos fuimos conociendo más, hasta llegar a nuestra situación actual, en la que es muy normal quedar una en la casa de la otra una vez por semana para contarnos nuestras vidas y problemas. 

—¿Has probado a decírselo directamente?— sabía que no y que no pensaba hacerlo, pero no perdía nada por intentarlo. 

—Sí, claro, y que me tome por una fresca— este tipo de respuestas eran frecuentes en Eva, aunque ella lo negara su educación conservadora había dejado mella en su forma de ser, sobre todo en lo referido al sexo. 

—Eva, es tu novio, habéis tenido sexo antes, ¿de verdad crees que va a pensar mal de ti por pedirle lo que quieres?— intenté razonar, algún día de estos tendría suerte y me haría caso. 

—No es lo mismo decirle lo que me gusta en la cama que soltarle un día tranquilamente cenando “cariño quiero que me hagas el amor desenfrenadamente esta noche— resoplé por esa expresión —. Qué pasa ahora, ¿tampoco te gusta cómo hablo?

—Me parece increíble que a estas alturas de tu vida no seas capaz de decir “follar” con normalidad— Eva arrugó la nariz al oírme hablar así y apartó la mirada—. Llámalo sexo por lo menos. 

—Que tú seas una guarra no quiere decir que tenga que serlo yo también, Lena— me reí por sus palabras, porque sabía que decirme eso era muestra de la confianza que nos teníamos. Sólo dejaba ir así su lengua cuando se trataba de mí. 

—Follar no, pero llamarme a mí guarra sí. Menuda amiga estás hecha— me miró mal, pero acabamos riéndonos las dos—. Anda, ve a coger otro par de cervezas. 

—Es tu casa, ¿por qué tengo que ir yo?— hizo un puchero, pero se levantó de todas formas. 

—Es tu castigo por llamarme guarra— le sonreí pícara y me recosté en el sofá, mirándola levantase. No lo pude evitar, tiene un culo precioso. 

—¡Si te encanta!— protestó mientras abría la nevera y cogía un par de botellas—. No te hagas la mártir. 

—Bueeeeno, te lo perdono por ser tú— cogí la botella que me tendía y le di un buen trago, mirándola. Ella carraspeó y se sentó a mi lado. 

—Y… ¿qué tal en el trabajo?— me reí por lo bajo de esa forma tan tosca de cambiar de tema pero decidí darle un descanso. 

Hablamos durante un rato de nuestros respectivos empleos, de lo que nos gusta y lo que no de ellos, de los compañeros, las compañeras, los jefes y las jefas que teníamos. Parecía que Eva se había olvidado del tema que hablábamos antes, hasta que, después de quedarse callada unos segundos, pregunta: 

—Oye, y ¿qué tal con esa compañera que me decías la semana pasada?— estoy segura de que sabía que si dirigía otra vez la conversación a ese tema acabaríamos hablando otra vez de ella y la falta de sexo con su novio, así que debía de tener mucha curiosidad. Que raro. Aún así le respondí. 

—Pueeeesss… bien. Bastante bien. Quedamos para vernos hace unos días y…— me aparté el cuello de la camiseta para enseñarle las marcas aún enrojecidas que tenía en mis clavículas. 

Sêx +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora