Capítulo 8

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Era jueves, luego del almuerzo, esperó a Roseanne en el gran salón como le habían indicado sus doncellas. Ya llevaba más de diez minutos esperándola allí, que comenzaba a creer que no se presentaría, estaba lista para dar media vuelta y regresar a su habitación, ahorrarse este teatro de maestra y aprendiz.

No recibiría ninguna lección de un chupa sangre.

No eran bienvenidas ninguna de sus palabras.

Abandonó el salón, cerrando al salir y sumergiendóse en el pasillo. Estando allí vio una chica caminar en su dirección, era rubia y delgada, un poco más alta que ella, apenas si podía caminar trayendo una gran pila de libros consigo.

Los reflejos de Nayeon eran demasiado buenos, cuando vio que los penúltimos libros se venían abajo pudo sostenerlos en el aire antes de que fuesen a parar al suelo.—Te ayudo.—Ofreció amablemente.

Ayudando a la más alta con otros más de sus libros y siguiéndola de vuelta al gran salón.

De pronto Rosé la había enviado en su lugar.

—Gracias.—Musitó con cansancio la rubia, recostandóse sobre el escritorio ubicado al costado izquierdo de la habitación.

Nayeon palideció cuando hizo contacto visual con ella. Esa vestimenta sencilla le había engañado, pudo visualizar sus colmillos cuando le regalo una pequeña sonrisa y como sus orbes se tornaban de un fuerte rojizo a medida que permanecía observándola.

—Lamento haberte hecho esperar tanto.—Rosé habló, acercándose lentamente a la castaña cuando la vio retroceder un poco asustada.

Ahora entendía al conde.

La condesa era increíblemente atractiva..

Hizo una corta reverencia.—Es un placer conocerle, Condesa, he escuchado miles de leyendas sobre usted, pero en ninguna de ellas relataba que fuese tan hermosa..—Sonrió extrañamente, causándole un raro escalofrío a Nayeon, quién retrocedió un poco más hasta encontrar su espalda con la pared. La manera en que la miraba era un poco..

Atrevida.

Se removió incómoda cuando la más alta le ofreció un estrechamiento de manos. Su piel era extremadamente fría, como la de Jeongyeon, pero ella le provocaba una exagerada sensación de inseguridad. Rosé besó su muñeca y soltó un pequeña risita, satisfecha.

—El conde tenía razón, no tienes idea de quién sois.—¿Eso era algo bueno o malo?—Pero yo te ayudaré a recordarlo.—Susurró con deleite.

Se hizo a un lado, señalando la pila de libros que antes cargaba.—Son todos los relatos, leyendas y mitos escritos que pude hallar. Solía leerlos en mis ratos libres, guardo una gran admiración por la Condesa narrada en todos ellos y espero traerla de vuelta.—Sonrió de forma sencilla para después agregar en tono más bajo y frívolo.—Para bien o para mal.

Nayeon se mantenía estática en su lugar.

Esta tipa tenía una energía muy fuerte.

No entendía muy bien. ¿Le agradaba o no?

Pronto vio que su vestimenta cambió, quizás se trataba de algún raro hechizo, ahora vestía un vestido más revelador que le quedaba excesivamente pegado al cuerpo y su maquillaje ahora, ahora si le hacía ver como quién esperaba que fuese.

Rosé le enseñó una sonrisa con dientes.—Le pediré a la mansedumbre que lleve los libros a tu habitación, ahora lo único que quiero es que me des acceso a tu mente, quizás pueda rescatar algo de tu vida pasada si emprendo una larga búsqueda en tu memoria.

¿Una larga qué?

—No permitiré que me toques.—Nayeon soltó a la defensiva, ahora haciéndole frente. Llevó su mano por inercia, a dónde antes solía poseer su cinturón con su espada guardada en su vaina, ahora sólo traía ese patético vestido y se encontraba totalmente indefensa.

Rosé no imaginaba que fuese a resistirse, pero ya que era el caso...

Nayeon palideció cuando la observó esfumarse, lo que menos esperaba era que se situará detrás de ella, para segundos después caer inconsciente en sus brazos.

Cuando despertó estaba en su habitación, se estaba poniendo el sol y podía ver los escasos rayos del sol en pleno atardecer que luchaban por colarse entre sus cortinas creando esta laminación naranja.

Intentó levantarse y fue allí cuando reventaron en su mente miles de recuerdos, cómo sí leyera rápidamente memorias que no sabía que tenía, pasando una vida por sus ojos, que dudaba mucho que le perteneciera..

El sudor se acumuló en su frente, estaba drenando toda su energía para intentar darle pasó a esta gran explosión de información que ahora invadía como a un intruso su cerebro.

Sus ojos se encontraron con los de Rosé y fue entonces cuando se detuvo.—Creo que ahí tienes lo suficiente.

Nayeon volvió a desplomarse sobre su lecho.

Y fue entonces cuando un tercer personaje se unió al espectáculo.—¿Crees que verdaderamente si es ella?
¿Lo has comprobado ahí dentro?—Indagó Jeongyeon en voz muy baja, tratando de no despertar a Nayeon de su trance.

—Es ella. La condesa vive dentro de ella, al menos una tercera parte de su ser.—Le observó con detenimiento.—Cada vez que una alma renace, se le ofrece una nueva oportunidad de recreación, es cuestión del mismo espíritu, que decida que ha de ser. Puede que sea ella, pero inconsciente haya renunciado así misma, también has escuchado aquello de que el entorno crea al ser. Lo averiguaremos con el tiempo, pero cosas como su carácter y carisma, pueden permanecer, sin embargo, la sigue haciendo ajena de su anterior vida.

El conde le escuchaba con suma atención. Apretando su mandíbula.

—Sólo intenta repasar en lo que te dije antes de descargar tu venganza contra un ingenuo ser. Puede que nunca vuelva a ser la mujer que te maldijo.

Justo cuando Jeongyeon iba replicar, Rosé ya había desaparecido de la alcoba de la castaña. Esfumandóse en una impalpable niebla. Dejándola a solas con la menor.

Observó como su respiración se regulaba hasta volver a estabilizarse y poco después abrir sus ojos nuevamente.

Pero había algo diferente en su mirada esta vez.

Una especie de temor.

Su olfato se agudizó tras sentir su agonizante miedo.

No era ella.

Y cuando menos lo esperó, sus sollozos inundaron la habitación, provocando que Jeongyeon corriera pronto a su lecho a refugiarla entre sus brazos de lo que sea que le perturbara en ese momento.

—J-jeong..—Gimoteo entre llantos. Respirando pesado y con voz temblorosa.—T-te vi a ti.. y-y yo.. no era yo.. ¡No quería hacerte daño, lo juro! ¡No soy ella!

Nayeon se encontraba tan confundida, sentía como una especie de neblina oscura se expandía por su conciencia, no podía ser la misma persona que vio en esas extrañas visiones, aquella mujer.. Sus acciones, eran tan atroces y desalmadas, ella juró proteger a su gente y aunque falló en el intento, jamás se convertiría en algo parecido, le resultaba tan abominable. No podía dejar que toda esa oscuridad la atrapara.

Jeongyeon la envolvió suavemente de manera en que la cabeza de la castaña descansó contra su pecho y tarareó suavemente tratando de tranquilizarla. Nayeon levantó su vista, arruinada por las lágrimas, su visión borrosa y rojiza. —No me obligues a ser ella, por favor.—Suplicó.—Puedo hacer lo que quieras, pero no me obligues a ser ella..

Había demasiado sufrimiento, dolor y un imperturbable odio, que invadía su corazón tras esa oleada de recuerdos, una gran pena que volvía con el recuerdo de su anterior vida.

Y fue la primera vez que Jeongyeon se preguntó, quién había sido la condesa antes de haberla conocido.

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