3. Un Gatito Travieso

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Victorio.

Me tomaron del brazo y a fuerza me condujeron a una habitación donde debería hacer mi trabajo. No me gustaba que me agarraran de esa forma, yo no era una persona demasiado fuerte, por lo que era bastante débil comparado con los matones que me arrastraban como un trapo a esa habitación asquerosa. También tampoco debía hacer mucho esfuerzo para que me soltaran, este trabajo es el mejor pago que tenía de mis dos empleos, y no podía decir algo si debía obtener esto.

Simplemente cerré los ojos, hasta el momento debido diera a su curso. Escuché que de repente se habría una puerta, entendía que ya había llegado a la habitación. Sin, piedad, me lanzaron con fuerza en la cama y cerraron la puerta con llave, para que no pudiera escapar.

Abrí los ojos y miré ese cuarto tranquilamente, estando acostumbrado a la brutalidad de ellos, estaba todo muy oscuro y lo único que iluminaba era un simple velador que a simple vista se veía realmente barato. Las sábanas eran blancas y de algodón, y lo que me llamaba la atención era que no tenían ningún olor, estaban limpias. No lograba escuchar nada de los gritos que había normalmente en las demás habitaciones, debía ser insonorizada. Realmente el Caga-dinero se había esforzado por conseguir una buena habitación.

Escuché que comenzaba a abrirse la puerta, decidí apagar la luz, para que su sorpresa sea grande.

Carter.

Sonreí al ver la puerta en frente de mí, quería saborear los labios de ese niño, quería escuchar sus gritos de placer durante toda la noche, sentir como me acaricia con su lengua divina, entre otras cosas que planeaba hacer esa noche.

La abrí y me sorprendió no ver nada, estaba todo a penumbra. Este lugar siempre tenía un velador para alumbrar. Sin poder pensar más, unos labios atraparon los míos ferozmente. Me sorprendió ese movimiento pero rápidamente le seguí la corriente.

Me guió hasta la cama y me empujó hacia ella, contorneó mis labios con su delgada lengua. Tenía la necesidad de ver su rostro, su exquisito rostro; quería admirar la lujuria de su mirada y sus labios al decir mi nombre. Me acerqué al velador y lo encendí, de repente, pude ver esa sonrisa socarrona en su cara.

–Francisco, ¿no?

–Sí –dijo seductor.

–A ver si eres tal cual como dijo ella –susurré en su oído divertido.

Comencé a besar y morder su cuello ferozmente mientras el acariciaba mi miembro, torturándome cada vez más. Sinceramente nunca me había sentido tanto placer con alguien que no sea con Christopher, ¿por qué me sentía tan bien? ¿No debería estar triste porque mi prometido me engañó con otra persona? Era tan extraña esa sensación, tan distinta a lo que sentía, y no existían palabras para describir este momento tan... distinto.

Se colocó sobre mí, con cada una de sus piernas a cada lado de mi cadera. No perdí tiempo y comencé a pasar mis manos por sus muslos desnudos. En un movimiento rápido, tan rápido que ni siquiera me dio una oportunidad para resistirme, jaló la sencilla camiseta que llevaba para sacarla por mi cuello. Me sonrió perversamente, para luego lanzar la prenda lejos.

–Eres verdaderamente sexy, ¿sabías eso? –ronroneó tomando mi collar de plata entre sus finos dedos.

«El collar que Christopher me regaló» pensé al instante después de separarme de su cuello. Estuve a punto de sentirme mal, cuando Francisco capturó mis labios entre los suyos, mordiéndolos sin el más mínimo sentido.

Su exigente mano, la cual se encontraba masajeando mi miembro sobre la delgada tela de mis pantalones, viajó hacia la bragueta y la bajó de un tirón.

–Estamos perdiendo tiempo –me quejé en un susurro, al ver como pasaba su mano por la tela de mis bóxers con total naturalidad.

–Me gusta hacer las cosas bien, así tenga que ir lento. ¿A ti no?

Su voz mostraba demasiada tranquilidad, como si lo que estaba haciendo fuera para lo que estuviera hecho. Bajó mis pantalones por mis piernas, hasta que llegaron a los tobillos, donde yo me encargué de deshacerme de ellos empujándolos junto con mis zapatos.

Comencé a mordisquear lentamente su cuello, atrapando la carne entre mis dientes. En un fuerte tirón cambié nuestras posiciones, haciendo que él quedaba debajo de mí con las piernas extendidas sobre la cama.

–Me gusta hacer las cosas bien, por algo las hago rápido –le contesté de forma coqueta, antes de acercarme para besarlo rudamente.

El maquillaje en su rostro se estaba desvaneciendo rápidamente. La pintura negra se escurría de sus mejillas junto a algunas gotas de sudor. Bajé mis manos por sus costados hasta llegar a los bordes del pequeño bóxer negro que portaba, para bajarlo mientras sentía su lechosa piel bajo mis palmas. Él soltó un pequeño gemido parecido un mullido.

Bajé completamente sus bóxers dejando expuesto su suave y cuidado miembro. Comencé a pasar mis manos por él, bombeando lentamente.

Estiró un poco más sus piernas, invitándome a entrar en ellas de forma indirecta. Antes de que pudiera hacer algo más, un sonido me sacó de la péquela burbuja de excitación que yo mismo había creado. Francisco frunció el ceño cuando me separé de él.

–¿Escuchas eso? –pregunté, tratando de regular mi respiración.

–Sí –suspiró profundamente–. ¿Es tu móvil?

Yo simplemente asentí, sintiéndome avergonzado de un momento a otro. Me levanté de la cama perezosamente, para luego alcanzar mis pantalones, que se encontraban tirados en el suelo. Mi móvil vibraba entre la tela del bolsillo trasero.

–Hola –me apresuré a responder.

–Carter, ¿dónde estás?

Bufé al escuchar la voz de Brandon del otro lado de la línea.

–Estaba con... pues, con un chico. ¿Qué te esperabas? ¿Qué estuviera jugando cartas con Madonna?

Brandon suspiró pesadamente, y aunque no lo estuviera viendo, sabía que había rorado los ojos.

–Eres idiota, ¿sabes? Ahora dime dónde puedo conseguir un taxi a esta hora y por aquí.

Mientras escuchaba la voz de mi mejor amigo, sentí como una fría mano se apoderaba de mi cintura desde atrás y se deslizaba lentamente hacia mi –ya erecto, por cierto–, miembro.

Ahogué un fuerte gemido.

–C-creo que a unas calles de aquí paran muchos –dije entrecortadamente.

La mano de Francisco se mantuvo bombeando sobre mi miembro, mientras que él estaba pegado a mi cuello, besando y mordiendo rudamente.

–Oh, espera, creo que ya llegó uno. Tengo que irme.

–Que te vaya con cuidado –murmuré impaciente a que cortara.

–¿Interrumpí tu momento? –preguntó seguido de una risa.

–I-idiota –sentí un pequeño lametazo en la parte trasera de mi cuello–. T-todos son m-mis momentos.

–Claro, claro, lo que digas. Adiós, amigo.

Colgué sin despedirme. Lancé el teléfono a alguna parte de la habitación, que se encontraba casi a oscuras y me acerqué al hermoso chico pelinegro que tenía enfrente, me miraba con falsa inocencia sobre sus largas pestañas.

–Eres un gatito demasiado travieso. ¿Sabías eso?

–Me lo han dicho un par de veces –comentó sonriendo egocéntricamente, mordiendo su labio inferior.

Sonreí antes de pegar mi cuerpo con el suyo. Ambos caímos en la cama.

Rápidamente sus manos se engancharon a mis caderas, y no las apartó de ahí hasta que mis bóxeres se deslizaron por mis piernas.

Definitivamente me la iba a pasar más que bien esa noche.

Exquisita AtracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora