6. Sin Elección

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Brandon

Miré la compañía de mi madre de frente, no me gustaba mucho estar allí, las telas no eran lo mío, nunca lo había sido y me jodía que por ser su primogénito tenían que llamarme a cada rato para que aprenda sobre la empresa. ¡Nunca habían estado conmigo! ¿Por qué justo ahora notan que tienen hijos?

Entré al lugar con molestia, sentía el típico olor a ese líquido raro que usaban para ablandar los capullos de las polillas de seda, al principio que iba allí no podía acostumbrarme a ese olor, pero con las veces que me había topado con esa fábrica ya se me hacía común sentirlo.

Yo caminé hasta la oficina de mi mamá. Tomé el picaporte con mi mano derecha y lo giré levemente, permitiendo que se abriera. Lo primero que vi fueron las paredes de un color beige que daban un toque tedioso al ambiente, con muebles oscuros que hacían parecer a ese lugar más grande de lo que era. Aspiré el aroma a tabaco caro en el ambiente, hacía mucho tiempo no estaba en ese lugar, nunca me había interesado la compañía de mi madre.

-Te estaba esperando, Brandon -nombró monótona la mujer que nunca me crio, mi madre.

Esta llevaba una blusa negra con una pollera beige que combinaba con ese lugar siniestro que llamaba oficina. Su maquillaje era bastante simple, tenía una sombre clara en los párpados, un delineado debajo de los ojos y los labios pintados con un color capuchino.

-Es extraño eso, ya que tú nunca lo has hecho -le dije cruzándome de brazos. Me interesaba una mierda lo que dijese, ella no merecía ser escuchada.

-No me hables así, soy tu madre.

-No me interesa -contraataque soberbio y resentido.

-¡Cállate! -se levantó de su asiento, golpeando el piso con sus costosos zapatos de diseñador nacido en el país de la moda, Uztenia.

Me asusté por la sorpresa, nunca me habían gritado de esa forma, así que me había quedado callado. La mujer sonrió y se acercó a mí.

-Siempre fuiste un niño muy obediente, no entiendo que te volvió tan grosero, pero creo que todavía tienes solución.

-Para que me llamaste -pregunté tratando de sonar firme.

-Tienes veinticinco años y creo que es el momento de que consigas pareja. Esperé como unos cinco años a que salieras de ese lado estúpido de ti de vivir follándote a todo ser vivo que se movía. Lamentablemente nunca lo dejaste, así que debo mover las cartas.

-¿Una pareja?

-Ya que he notado que tu gusto por los chicos comenzó desde que tenías dieciséis años, fui gentil en conseguirte un hombre para que te cases.

- ¡¿Casarme?! ¿Qué te crees, tú? Yo tengo mi vida y hago lo quiero con ella. Ya soy un adulto -dije cruzándome de brazos. La mujer de cabellos castaños rodó los ojos.

-Ya es tarde, muchacho. Tú te casarás con él, no importa lo que digas -dijo la mujer con furia en su habla- Tomás ya va a llegar -sentenció.

Así que se llamaba Tomás, era un nombre muy bonito, pobre que además también debía ser obligado a hacer estas cosas.

De repente, tocaron la puerta. Mi madre sonrió al escucharlo, debía ser el chico con que me casase. No era justo que mi madre fuera tan egoísta para que tuviera una familia de la elite.

¿Por qué nadie quería que fuera feliz? Yo siempre me preocupé por los demás para que sean felices, haciendo favores y poniendo todo mi empeño para no causar problemas. Ahora odiaba ser obediente, nunca pude lograr infringir las reglas puestas por mis padres, tratando de ignorar que nunca estaban para mí e intentar ser feliz como día.

Exquisita AtracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora