Capítulo 2: Mirada triste

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"El pasado es la única cosa muerta cuyo aroma es dulce

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"El pasado es la única cosa muerta cuyo aroma es dulce."

-Eduard Thomas

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Pasaron unas cuantas horas y la fiesta seguía transcurriendo con normalidad, pero por dentro me hervía la sangre por los sucesos apenas ocurridos. Jack fingía que absolutamente nada había pasado entre nosotros y simplemente me ignoraba a lo cual en parte agradecía infinitamente, pues no tenía ánimos de lidiar con su idiotez.

Lo que no podía ignorar era a los agentes de seguridad viéndome y siguiéndome constantemente nada discretos; sabía que eran los perros guardianes de Cantori, pero no entendía por qué me seguían ¿Creía que le robaría algo o una mierda así?

Era absurdo, jamás en mi vida lo había visto, aunque él parecía conocer bien mi trabajo  pero yo también el de él, a pesar de no conocerlo en persona o de vista su nombre era famoso en la ciudad y en el mundo por la cantidad inimaginable de dinero que tenía en sus bolsillos.

En su oficina me había acusado como si mis intenciones fueran malévolas y yo quisiera quedarme con el dinero del señor Russell, pero lo conocía hasta hoy en la tarde, apenas me había enterado de su existencia.

Yo solo estaba aquí haciéndole un favor a mi querida mejor amiga, tampoco era la intermediaria y si tenía que abordar a alguien era a Adrien no a mí.

Tal vez también lo había hecho y ella aún no me decía nada.

Ella había desaparecido dos veces en un par de horas, quizás Cantori la había llamado, pero no le podía preguntar de un tema tan delicado por la gente a nuestro rededor.

Mi mirada se quedó fija en el piso perdiéndome en mis pensamientos, dándole vueltas al asunto una y otra vez.

Pude sentir la mirada del señor Russell fija en mí, probablemente molesto por mi apatía demostrada al matrimonio que conversaba desde hace un rato con nosotros, no estaba haciendo bien mi trabajo.

—Amigos, mis sobrinas deben estar sumamente cansadas al igual que yo, por lo que deben de disculparnos, ya nos retiraremos.— habló amablemente el señor Russell a las personas que nos acompañaban que eran algún político y su esposa.

Yo me removí incómoda, probablemente era mi culpa que se estuviera despidiendo, pues no estaba dando una buena impresión a sus amigos.

—Querido amigo, sabes que no hay problema alguno; fue una velada exquisita y conocer a sus sobrinas fue un placer, son hermosas e igual de agradables que tú.

Adrien y yo dimos una sonrisa agradecida por su cumplido, me acerqué a la pareja y me despedí de ambos con un beso en cada mejilla como era habitual.

Dulce pecado...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora