Capítulo 2

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Sus piernas se movieron con brío mientras salía de Middle Brook

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Sus piernas se movieron con brío mientras salía de Middle Brook. Beth no dejaba de girar su cabeza de un lado al otro contemplado asombrada su entorno: las señales, los carteles, los escaparates de las tiendas... Todo seguía igual que hacía dos años, inmutable.

Pedaleo tras pedaleo siguió avanzando, con la vista fija en la dirección que seguía y en las fachadas decoradas con flores del paisaje hasta que, casi llegando a la altura de la iglesia de Saint Lawrence, algo atrapó su atención.

Entre el gentío distinguió una familiar y robusta figura avanzar en dirección contraria a la suya por la concurrida acera. Al igual que le había ocurrido a Beth, al sujeto solo le bastó un simple vistazo para reconocerla.
El hombre se detuvo y ella se estacionó a su lado junto al bordillo.

—¡¿Pero qué ven mis ojos?! —exclamó él con exageración—. ¡Si es la pequeña Beth en persona!

—Buenos días tenga usted también, señor Brown —le respondió con gracia.

—¡Oh...! —el señor Brown se quitó su gastado sombrero y, sosteniéndolo sobre su pecho, dobló su cintura en una cómica reverencia—. ¡Buenos días, señorita Franklin! —Beth tubo que cubrir su boca para amortiguar una carcajada—. Espero que pueda perdonar mi falta de educación —se disculpó mientras colocaba nuevamente el sombrero sobre su canosa cabeza—, pero la emoción de volver a verla ha sido tan grande que no he podido contenerme.

—Ya lo veo, ya... —rio ella—. A mí también me alegra verle y comprobar que sigue manteniendo su buen humor. Solo por eso está usted perdonado.

—¡Maravilloso, maravilloso! —el hombre se tiró ligeramente de las solapas de su chaqueta marrón antes de meter sus regordetas manos en los bolsillos—. Y dime, ¿cuándo has llegado?

—Ayer por la tarde —explicó Beth—. Casi al anochecer.

—¿Venís la familia al completo? —le preguntó. Beth no pudo evitar hacer una mueca de molestia—. Vaya, vaya... ¿Seguimos con los mismos problemas, niña?

—¿Querrá decir "problema"? —inquirió la chica—. Porque, bajo mi punto de vista, solo hay uno y tiene nombre masculino.

—Y bajo el mío, señorita Franklin... —objetó él—, hay dos.

Beth sostuvo la mirada del hombre antes de inflar sus mejillas sonrosadas y sentarse recta sobre el sillín de cuero.

—Pues se equivoca —refutó ella con voz tensa.

El señor Brown negó con la cabeza divertido ante su actitud.

—De acuerdo... —suspiró el hombre dando por finalizado el asunto—. Cambiemos de tema, pues... ¿Cómo está la señora Franklin?

Los hombros rígidos de Beth se aflojaron al escuchar que mencionaba a su madre.

—Bien —musitó.

El señor Brown extrajo su mano izquierda del bolsillo y comenzó a acariciar su blanquecina barba.

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