Capítulo 9

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La oportunidad de hablar con Renée se presentó un par de días después cuando ambas se cruzaron rumbo a la pastelería de la señora Wilson

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La oportunidad de hablar con Renée se presentó un par de días después cuando ambas se cruzaron rumbo a la pastelería de la señora Wilson.
Al principio la joven la miró extrañada. Después, aceptó a ayudarla con una amplia sonrisa en los labios y la citó esa misma tarde en su casa para dar la primera clase.

Beth nunca había estado en la vivienda de la rubia y tenía cierta curiosidad.
Cuando llegó a la hora que Renée le había indicado lo primero que notó fue lo pequeña que era la casa (posiblemente, debido a que había pasado toda su vida viviendo en mansiones). Cuando la rubia abrió la puerta y entró se sorprendió para bien.
El aire olía a flores recién cortadas, todo estaba ordenado y los muebles de madera, sencillos y algo escasos, estaban limpios y relucientes.

Tras echarle un último vistazo al recibidor, Renée la condujo por unas estrechas escaleras hacia su habitación.
Allí, ambas se sentaron sobre la minúscula cama que había arrinconada en una esquina.

—Seguro que piensas que es enana —dijo Renée al ver cómo la chica miraba a su alrededor—. Acostumbrada como estás a los grandes alojamientos...

—Está bien... —sin querer movió la rodilla al acomodarse sobre el colchón y rozó la pierna de la rubia. Una corriente eléctrica la atravesó—. Lo siento...

—Ven —Renée agarró su brazo y tiró de ella hasta que ambas estuvieron sentadas sobre el suelo de madera.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó sorprendida Beth.

—Porque estaremos mejor aquí que en la cama —le dijo—. Es muy pequeña para las dos. Y si además le añadimos los libros...

—¿Y por qué no vamos al salón? —sugirió la morena—. Estaríamos más cómodas.

—Mi padre puede volver en cualquier momento y no quiero que nos interrumpa —soltó Renée seca.

—¿No habéis hablado?

—No —Después, la francesa se levantó y comenzó a rebuscar entre los estantes que había junto a la ventana. Sus hombros estaban tensos.

Beth se sintió mal al verla así. Su pregunta había estado fuera de lugar.

—Perdona —le dijo cuanto volvió a sentarse junto a su lado—. No debí decir...

—No te preocupes —le sonrió Renée—. Es solo que aún es pronto y... me cuesta.

—Ya, pero no puedes seguir así. Te hace daño. Os hace daño.

Renée desvío la mirada.

—Aún no... —murmuró.

—Renée...

—Bueno, ¿empezamos? —Cambió de tema la rubia—. ¿Qué es esto? — preguntó levantando el libro.

Beth tardó varios segundos en responder.

—Un libro —dijo con simpleza Beth.

—¡Mal!

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