Dos días después, Beth y su madre recibieron una nueva y escueta carta del patriarca de la familia en la que les informaba que había finalizado con todos sus compromisos y que dentro de poco llegaría a Winchester.
La señora Franklin se alegró al saber que, más pronto que tarde, su esposo se reuniría con ellas.
Beth, al contrario que su madre, opinaba que su llegada era más una desgracia que una buena nueva. Porque sabía que su libertad ahora tenía las horas contadas y los encuentros con sus amigos estando su padre cerca serían casi inexistentes y siempre corrían y con alguien de la confianza del hombre vigilando sus pasos.Con este malestar dando vueltas en su cabeza y en su corazón, siguió acudiendo a sus citas con Renée. La joven que, con solo mirarla, conseguía hacerla estremecer.
El momento tan íntimo que ambas habían compartido mientras esperaban a que el inesperado aguacero se disipase había calado hondo en su memoria y no había noche desde ese día en el que no soñara con ese instante, con sus ojos verdes brillantes por el fuego de la chimenea y con su toque suave y reconfortante.
¿Cuándo había sido la última vez que se había sentido tan tranquila y segura junto a alguien?
La respuesta para Beth era sencilla y clara: meses antes de que su abuela callera enferma.La morena tenía que reconocer que lo que había sucedido le había gustado mucho, muchísimo. Tanto que, inconsciente, siempre intentaba volver a recrear ese contacto con la francesa.
Si la chica se sentía incómoda o extrañada por su proceder (a veces poco disimulado) no se lo daba a conocer.A veces, mientras ella realizaba los ejercicios correspondientes a la lección de esa tarde, Renée sacaba su maravilloso cuaderno marrón y comenzaba a dibujar. Ella, fingiendo tomarse un descanso o pensar en la respuesta, levantaba los ojos y, con el plumín siendo mordisqueado por sus dientes, la miraba trabajar. Y Renée, muchas veces y creyéndose incapaz de ser atrapada, la imitaba.
En escasas ocasiones, sus ojos se encontraban en el mismo espacio y mismo momento y se sonreían, con las mejillas arreboladas, y volvía cada una a lo suyo.Era algo casi mágico lo que las dos chicas compartían o, al menos, así era como lo veía Beth. Los recuerdos de peleas infantiles y sin sentidos hacía mucho que fueron arrojados a algún agujero oscuro y profundo de su memoria, dejando solo lo bueno.
Pero, la felicidad y calma que ambas estaban experimentando en sus vidas y entre ellas no podían durar eternamente.
Las dos jóvenes se hallaban en la pequeña habitación de la rubia tomando un descanso del estudio.
—No quiero dejar de verte —confesó Beth mientras miraba el paisaje tras la ventana.
—Yo tampoco quiero que lo hagas, Lili —dijo Renée desde la cama con los ojos fijos en ella—. Eres alguien especial para mí.
Beth giró el rostro hacia ella y le sonrió.
—Tú también lo eres para mí, Renée —La rubia extiende su brazo en su dirección. Beth tomó su mano, sentándose junto a ella y suspiró—. Sabes cómo es mi padre —le dijo con la voz ahogada—. Es tan estricto... Nunca le gustaron mis amistades, nunca las aceptó. Si por él fuera me mantendría encerrada en casa toda la vida —una lágrima traicionera resbaló por su mejilla. Después, apoyó su cabeza contra el hombro de la joven, dejándose envolver por sus brazos.
—Tranquila... —dijo Renée—. Seguro que cuando le demuestres lo mucho que te estás esforzando en aprender francés se relajará y todo seguirá como hasta ahora.
—Se nota que no lo conoces... —murmuró Beth contra su ropa.
Ambas guardaron silencio.
—¿Sabes? Mi padre y yo hemos hablado.
Beth levantó la cabeza y la miró.
—¿De verdad? —le preguntó. Renée asintió—. Eso es maravilloso —rio Beth.
—Sí —coincidió la otra—. Nos ha costado, pero al fin he conseguido que me escuche. Me ha prometido que este fin de semana lo pasaremos escuchando los viejos discos de mi abuela, jugando a juegos de mesa y horneando galletas.
—Parece un plan increíble.
—Ajá...
Renée comenzó a acariciar su cabello y Beth se acomodó aún más contra ella.
—¿Por qué me llamas Lili? —preguntó Beth.
—Porque no me gusta hacer lo mismo que hace el resto del mundo —confesó Renée—. También porque hueles a lirios.
—¿A lirios? —dijo extrañada la inglesa. Con curiosidad, se llevó su propio brazo al rostro y lo olfateó, arrancándole a Renée una atronadora carcajada.
—Eres increíble... —Renée tomó su mano y comenzó a frotar el dorso con su pulgar.
—Lo sé.
Las agujas del reloj siguieron avanzando y pronto llegó la hora de que Beth regresara a su casa. Con cuidado recogió todas las hojas que había esparcidas por el suelo y, tras meterlas en una pequeña carpeta, se despidió de Renée con un abrazo y salió al frescor del atardecer.
Aquella noche Beth se dio un largo baño caliente (porque la joven siempre tenía que bañarse con agua caliente sin importar la estación) antes de bajar al salón y sentarse a la mesa con su madre.
Después de cenar, Beth terminó su rutina de aseo y, recostada contra el cabecero de la cama, comenzó a echar un vistazo al contenido de la carpeta.Mientras repasaba las hojas, un pedazo de papel doblado voló lejos, cayendo al suelo. Curiosa, Beth lo recogió e inspeccionó con detenimiento. A simple vista se notaba que no formaba parte de sus apuntes.
«Seguramente sea de Renée —se dijo—. Tal vez uno de sus dibujos, que se ha mezclado por error con mis cosas...».
Ilusionada ante esta idea, abrió el pliego con emoción e impaciencia...
Y su cuerpo se congeló.
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DONDE CRECEN LAS FLORES
Ficción GeneralDesde que Beth tiene memoria Renée Dubois, una niña de ojos verdes y sonrisa angélica, se ha dedicado a saltar sobre ella a cada oportunidad que tiene para complicarle la vida sin motivos siempre que visitaba Winchester con su familia. Sin embargo...