CAPÍTULO 4 - ¿24 HORAS NADA MÁS?

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 LEO

Ay, joder. Aquello fue... ¿Cómo decirlo finamente? ¡La rehostia en verso!

En el avión de vuelta no podía hacer otra cosa que pensar en él. ¿Cómo no hacerlo? De no haber sido por Pol habría pasado dos días terribles sola en Berlín, pero del tema de Rebe ya os hablo más adelante. No sé en qué momento pasé de ver a un tío que solo buscaba rollo a uno que parecía que conocía de toda la vida. Fue todo tan... ¿normal? No, desde luego normal no fue... digamos que todo fue fluido desde el principio. No sé si fue porque de primeras no me habló para entrarme a mí, pero me permití ser yo misma, igual que con mis amigos, no una chica que trata de impresionar al chico guapo de turno. Pude soltar desde el principio todo mi arsenal de chorradas y él, no solo no me miraba raro, sino que me seguía el rollo.

Cuando entró con la caja de condones a lo Rey León me desarmó del todo. Había encontrado a la horma de mi zapato si, después de haberme pillado desnuda en plena performance de Rocío Jurado, aún le quedaban ganas de acostarse conmigo.

Joder... ¡y vaya si le quedaban! Desde el vergonzoso affaire con Raúl seis meses atrás no había vuelto a interactuar con ningún pene, pero... oh... lo de Pol... ay, madre, lo de Pol.

Por fin pudimos hacerlo en condiciones y yo creía que me moría. No es que no estuviera acostumbrada a una polla grande, Rafa iba bien servido, pero es que Pol la tenía además gruesa, muy gruesa. Volviendo a obviar a Raúl, hacía mucho que nadie se asomaba por ahí, ya que el último año con mi ex había sido un páramo en lo que a vida sexual se refiere. Bueno, y a vida en común en general también. El caso es que, a pesar de lo cachonda que estaba, Pol tuvo que ir poco a poco, notaba cómo iba entrando, cómo los músculos de mi interior iban acoplándose, cómo llegó hasta el final y yo creía que me partía en dos. Pero él estuvo tan bien. Supuse que estaba acostumbrado a tener que ir despacio, y hasta que mi cuerpo se amoldó él fue supercuidadoso y yo me quería morir. De gusto y de ternura.

Los ratitos en que no estábamos fornicando como mandriles en celo nos fuimos conociendo un poco más porque lo de saber la edad y lugar de procedencia como si estuviéramos en un concurso de la tele nos supo a poco. Y no es que empezáramos a preguntarnos chorradas en plan test de compatibilidad, no, ya nos habíamos dado una pincelada nada más conocernos al contarnos lo más patético de nuestra vida sentimental, así que tampoco me sorprendió cuando, después de unos arrumacos y superado el sopor postcoital, me preguntó.

—¿Y cómo se termina una relación de trece años? Tiene que ser un poco traumático.

—Mmmm... pues no sé cómo lo harán otros, ni si la gente en general es tan lerda como yo.

—Lerda, ¿por qué?

—Porque en realidad tendría que haberlo hecho mucho antes, pero supongo que pensé que las cosas podrían encauzarse en algún momento.

—Ya... —Lo dijo en un tono que supe que de verdad lo entendía—. ¿Estuviste enamorada?

—Hombre, diría poco en mi favor si te dijera que en trece años no lo estuve —dije riéndome—, pero sí te digo que, de todos esos años, creo que enamorada, en el sentido más amplio y especial de la palabra, solo lo estuve unos cinco.

—Al principio, ¿no? Con quince años todo son florecillas, arcoíris y mariposas en el estómago —dijo con una sonrisa.

—Pues no... la verdad es que cuando empezamos a salir fue más por la tontería adolescente, primero nos enrollamos unas cuantas veces y después fue el «ay, que me ha pedido salir en serio, tía»... a ver, que estaba muy a gusto, pero los dos primeros años nos veíamos muy poco y vivíamos la relación vía Messenger. Él vivía en el pueblo de mi padre y yo iba algún fin de semana suelto y en las vacaciones largas. No fue hasta que él se vino a estudiar a Zaragoza, que empecé a considerarnos una pareja pareja, cuando empezamos a confiar de verdad, a preocuparnos por lo que el otro quería, a ver que de verdad había algo más, que eso iba en serio, que nos queríamos, vaya...

Son mis amigos 1 - LeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora