CAPÍTULO 9 - P'AL PUEBLO

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LEO

Como el pueblo está a un poco menos de una hora en coche Alberto, Bea y yo decidimos salir a media tarde para reposar los intensos días y noches playeros y poder empezar las fiestas con energías renovadas.

Por supuesto, yo sólo tenía cabeza para Pol y que me mandara fotos con su sobrina o me llamara a la hora de comer y la oyera de fondo llamándole «tiet», no colaboraba para poder ocupar mi cabeza con otros asuntos.

Al llegar al pueblo lo primero que hicimos tras dejar el equipaje en la antigua casa de mis abuelos fue acercarnos a la peña para anunciar nuestra llegada y ya no volvimos a pisar la casa hasta las seis de la mañana. A la alegría del reencuentro le siguió la cena en el local, litros y más litros de cerveza y kalimotxo, la orquesta, la disco-móvil, risas, recuerdos, más risas.

Los amigos del pueblo eran eso, amigos del pueblo. Nos conocíamos de toda la vida, pero era amistad estacional. Mi primera borrachera la cogí con ellos, mi primer beso fue a Lolo con trece años en la puerta de la casa de mis abuelos, las mayores juergas las pasé allí. Los últimos años ir al pueblo era como un oasis en la vida tan rara que tenía en Zaragoza, sobre todo era poner un paréntesis y distancia en la relación con Rafa y era paradójico que fuera precisamente en su «territorio» donde me sintiera así. Allí, aunque pueda parecer sorprendente, no me sentía juzgada. Los últimos años él ni había aparecido en fiestas, siempre le había tocado trabajar y no hacía nada por hacer coincidir las vacaciones con esas fechas, a pesar de ser su pueblo. Quiero decir... para mí era el pueblo de mi padre, de mis abuelos, donde pasaba los veranos de pequeña y donde me escapaba para descansar de mayor, pero para él era su casa, vivió allí hasta los dieciocho años e incluso entonces, volvía casi todos los fines de semana. Dejó de ir cuando empezó a trabajar y los turnos y las guardias le trastocaron. O, simplemente, no quería ir conmigo. Hacía más de un año que lo habíamos dejado, pero hacía mucho más que no habíamos aparecido juntos por allí, por lo que mis amigos del pueblo fueron conscientes antes que nosotros mismos de que eso no iba bien.

Así que, lo que menos me esperaba era verlo aparecer el día siguiente a cenar en la peña.

Pol me había avisado hacía una hora de que salían de Barcelona, se habían retrasado por culpa de Marc y llegarían sobre las doce de la noche. No sabía si avisarle de que Rafa andaba por allí. Tampoco sabía en qué plan iba a estar este. Nos habíamos visto varias veces a lo largo del año y había sido más o menos cordial, aunque hubiera una rara tensión entre nosotros por no saber de qué hablar... hasta que creyó que estaba saliendo con Raúl, algo que no entendí porque él nunca había sido celoso.

Finalmente le mandé un mensaje, sólo para que lo supiera. No estaba acostumbrado a tener una relación, o lo que fuera eso que estábamos empezando, y yo no sabía cómo reaccionaría si llegaba allí y se encontraba con mi ex... por lo menos que estuviera al tanto, me pareció lo correcto.

Todo el mundo recibió a Rafa con abrazos y vítores por lo caro que era de ver. No supe cómo reaccionar al principio, entre toda esa gente siempre habíamos sido Leo y Rafa, era muy raro estar allí juntos sin serlo. Se acercó a saludarnos y, aunque en realidad nunca tuvieron ningún problema con él, Bea y Alberto estuvieron muy fríos.

—Hey —me dijo dándome un abrazo y dos besos.

—Vaya, vaya, dichosos los ojos —dijo uno de nuestros amigos de la peña detrás de mí.

Se saludaron y volvió a hablar conmigo.

—Sí que es raro verte por aquí en estas fechas —le dije.

—Bueno... este año ha repartido las vacaciones el cabrón de Garcés y me ha tocado ahora, así que he decidido venir unos días.

«El cabrón de Garcés» no era otro que mi nuevo jefe, ya que Rafa trabajaba en otra de las residencias del grupo.

Son mis amigos 1 - LeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora