𝐕𝐈𝐈𝐈

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TA

Tres días después, mis costillas ya no estaban tan sensibles. Todavía me dolían cuando las presionaba demasiado, pero quería terminar con el trato lo antes posible antes de que pudiera acobardarme por completo. Había considerado

Regresar a Nueva York cada segundo del día, pero mi deseo de venganza era demasiado fuerte, incluso más fuerte que mi orgullo.

Si era honesto, un destello de curiosidad jugó en mi decisión. Siempre había sido protegido de la atención masculina y femenina, y una vez que volviera a casa, tendría que esperar hasta la noche de bodas para estar cerca de alguien. Aquí en Florida había probado la libertad. Nadie tendría que saber lo que había hecho.

Cuando abrí la puerta ante el cuerpo imponente de Killer, la inquietud me abrumó. En mis sueños tontos, siempre había imaginado una primera vez gentil y dulce. Viendo su expresión hambrienta y sus manos cicatrizadas, no podía esperar consideración. Este era su pago y tomaría lo que quisiera de mí sin preocuparse por mis emociones.

Cerró la puerta, avanzando hacia mí y no pude evitar retroceder. De repente, estaba sobre mí, envolviendo un fuerte brazo en mi cintura y empujándome contra su cuerpo musculoso. Su boca se presionó contra mi oído.

—Es demasiado tarde para cambiar de opinión.

—No lo hago —dije entrecortado, incluso aunque mi cerebro quería gritar que sí.

Sus labios se estrellaron contra los míos, su lengua reclamando mi boca sin piedad. Jadeé, completamente abrumado por la repentina intimidad. Me hizo retroceder hasta que mis pantorrillas golpearon la cama y me caí. Desorientado, solo registré un gran peso sobre mí y por un momento el pánico se instaló en mi interior.

Acunó mi mejilla de modo que me encontré con su mirada.

—¿Hasta dónde has ido? —Su voz sonó baja, empapada de un deseo deslumbrante.

Parpadeé, intentando orientarme. Mi corazón latía salvajemente en mi pecho.—¿Ido?

Sonrió burlonamente.—Eres virgen, lo entiendo. ¿Qué has hecho?

—Nada.

Soltó una oscura carcajada.

—Seguro.

—Me diste mi primer beso —admití. Quizás después de todo no sabía quién era. Las reglas de nuestra sociedad eran conocidas por nuestros enemigos.

Se quedó inmóvil, sus ojos evaluando los míos. Presionó su boca contra mi clavícula y rio sombríamente. No estaba seguro de qué era tan gracioso. Estaba a punto de preguntarle cuando pasó su lengua sobre mi piel hasta la cima de mi pecho  y me quedé inmóvil como un ciervo escondiéndose de un cazador.

—Relájate, Ta

Las ásperas yemas de sus dedos se deslizaron por debajo de mi camiseta, sobre mi vientre, empujando hacia arriba. Y antes de que pudiera sentirme avergonzado, me quitó la camiseta, ahora estaba desnudo. Mis pezones se endurecieron. Por supuesto, lo registró y un hambre aterradora retorció su rostro. Solté un pequeño suspiro, sintiendo mi rostro ardiendo con ferocidad. Se tomó su tiempo para estudiarme, y luego se inclinó.

Su áspera palma acunó mi pecho, apretando suavemente antes de pasar su pulgar sobre mi pezón. Jadeé, sorprendido por el destello de placer. Él sonrió y besó mi boca con dureza. Mi lengua se encontró con la suya vacilante, incluso cuando podía sentirlo sonreír triunfante contra mí. Se apartó y chupó mi pezón en su boca, haciéndome arquear contra su cara.

𝐓𝐫𝐚𝐭𝐨 𝐬𝐮𝐜𝐢𝐨 (𝐉𝐄𝐅𝐅𝐓𝐀)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora