ii. La perennidad de sus ojos

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parte dos — la perrenidad de sus ojos

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parte dos — la perrenidad de sus ojos

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El fuego no era lo único que podía quemarla.

Medea apreciaba cómo el agua caliente se sentía al hacer contacto en su piel desnuda y blanquecina. Le quemaba hasta que lo blanco se tornarse un suave rojo, hasta que era capaz de oír la voz dentro de su cabeza que suplicaba que detuviera el origen de su dolor. Esa voz rozaba la ingenuidad, la efigie de una inocencia que ella perdió hace tiempo y que Medea no le volvería a prestar atención, era demasiado joven para comprender que ella ya era devota al dolor.

Podía mover sus dedos debajo del agua hirviendo con extrema dificultad. No le importaba en absoluto. No era el fuego pero su memoria corporal estaba ahí, era su cuerpo el cuál traía las remembranzas de quemarse viva en una pila. El fuego no la mataría, sería el fuego quién le daría vida.

La cascada termal en su pedazo de reino después de que Medea besó a Morfeo y él cayó rendido en sus sábanas opacas. Medea atestiguó la belleza de lo que se presentó ante el ventanal de su castillo sin anuncios previos, fue espontáneo e inusual. Le echó un vistazo al rey de la Ensoñación y sonrió por sobre su hombro, distando de una declaración de cariño, Medea lo categorizó a una afirmación de su voluntad. Lo estaba haciendo bien. Volvió su vista hacia al frente y las ansías de tocarle fue un deseo mayor que la obligó a colocar sus manos en el vidrio de la ventana, entonces, segundos después, mientras Morfeo soñaba con ella, ella se alejó a perseguir lo que realmente quería: sus pies descalzos tocaron la hierba verde y ligeramente mojada, picaba. Unos diez pasos después y ante la cascada termal, observó con mayor facilidad el vapor emanando, también logró ver que el agua caía en un estanque rodeado de piedras que se veía más grande de cerca. Medea se deshació de su bata de color morado oscuro, subió a una de ellas y no lo pensó dos veces: se lanzó y el calor la abrazo de inmediato. Consiguió lo que quería: no había fondo o sus pies no lo tocaron así que solo nadó hasta que sintió su piel ardiendo.

Nadar hacía el vacío era lo único que osó llamar algo propio.

El tiempo y la ilusión debían ser hermanos, decía Medea. La implicación era tan estúpida como peligrosa y Morfeo jamás le dio importancia porque el encanto de Medea yacía en charlas de algo que más allá de lo que podía comprender. A Medea no le importaba el tiempo, así que nadó sin más y no se ahogó, respiró en la superficie, abrió sus párpados con una sonrisa brillante en su rostro y la mirada de Morfeo sobre ella.

Fue él quien creó la cascada termal para ella, aun así, su rostro no comprendía el cómo. La Ensoñación cambiaba siempre que él lo hacía más ahí estaba la disensión: él raramente estaba a favor de cambios pues son tan desconocidos como peligrosos.

Medea ━━ The SandmanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora