Capítulo 12

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— ¿No deberías ponerte la camiseta del Chelsea? —dice Lidia cuando me ve llegar ataviada con unos vaqueros desgastados y un jersey negro.

— ¿Y tú? —contraataco.

Se ha vestido bastante más elegante que yo. Lleva puesta una falda de vuelo negra, acompañada de un jersey azul. Al menos ha utilizado los colores del equipo. Rematado con sus botas hasta el muslo. Las botas de matar, como las ha bautizado ella.

Miro mis simples deportivas blancas. Mis trenzas boxeadoras y mi sencillo eyeliner tampoco se asemejan en nada a su despampanante maquillaje y peinado. Digamos que no hemos interpretado de la misma manera lo del palco en Stamford Bridge.

—Yo no tengo ninguna. Y además tampoco salgo con ningún jugador del Chelsea. —Su boca se curva en una sonrisa burlona.

—Punto uno: la camiseta que yo tengo no es para ponersela, es para guardar —tenso la mandíbula —. Punto dos: yo no salgo con nadie. —Lidia emite una risita —. Y punto tres: tú has hecho muchas más cosas con uno de ellos que yo. —La señalo con el dedo —. Así que si alguien sale aquí con otro alguien eres tú.

—Yo he hecho muchas cosas. Muchisimas —arrastra la i para darle énfasis —. pero no salgo con él, tú sin embargo...—Deja la frase sin acabar. No hace falta. Las dos sabemos como acaba.

Resoplo ante las carcajadas de mi compañera. Me pasa el brazo por los hombros y salimos así de casa. Ella haciendo bromas sobre mi supuesto noviazgo y yo alternando entre el enfado y las ganas de echarme a reír ante sus ocurrencias.

He estado en más de un estadio de fútbol. En mi vida he visto partidos del más alto nivel y también del equipo de mi pueblo con campos de barro. Nunca he vivido algo como esto. Lidia y yo entramos directas al estadio sin pasar por las puertas donde entra todo el mundo. Nos guían por las instalaciones hasta una zona de bar. Pero no el típico bar donde te compras cervezas caras y malas y una comida de cuestionable calidad. Se trata de un bar que no tiene nada que envidiar a los mejores locales de la ciudad. O al menos a los que he visitado yo. Desde aquí se puede ver el partido ya que está rodeado de ventanales que dejan a la vista el terreno de juego. También tenemos dos asientos en la grada, en una zona reservada. Es una localización un poco alejada del terreno de juego sin embargo debido a que el tamaño del estadio no es demasiado grande la vista es aceptable.

—Queda tiempo hasta que empiece el partido. Vamos a tomarnos unas cervezas antes.

—Pero volvemos a los asientos antes de que empiece eh —advierto.

Pedimos dos cervezas y nos sentamos en dos acogedores sofás que encontramos en una esquina, pegada a las ventanas. Desde aquí puedo ver a los jugadores que han saltado al campo para el calentamiento final. Le doy pequeños tragos a mi bebida distraídamente. Lidia me está contando algo a lo que presto atención a medias. Intento localizar al jugador que no me invitó pero por el cual estoy aquí hoy.

Los jugadores desaparecen por el túnel de vestuarios. Me seco las manos en los vaqueros. Cambiándome al vaso ya vacío de una a otra.

—¿Quieres otra? —Lidia se levanta —. Yo me voy a beber otra. —Me enseña su jarra también vacía.

—No, yo estoy bien así. Pidela y nos vamos ya a los asientos.

—No se si allí se puede beber.

—Si no se puede no la pidas que va a empezar ya.

Se acerca al cristal. Mira al terreno de juego vacío y luego a mí, poniendo los ojos en blanco.

—Pero si todavía no han salido.

—Ya. Pero quiero verlo todo. También cuando salen.

—Me la bebo rápido y salimos. —La miro entornando los ojos —. si sale el primer jugador y no he acabado la dejo como esté y vamos corriendo a nuestros asientos.

Finalmente conseguimos estar acomodadas en nuestras posiciones justo a tiempo para ver a los jugadores entrar al campo. La atmósfera del estadio y los aficionados me absorbe con rapidez, pese a estar colocadas en una zona apartada.

Minuto 32:45. Reece James recibe el balón en la banda derecha. Me levanto de un salto. Cuando centra el balón contengo la respiración junto con las otras cuarenta mil personas que llenan las gradas de Stamford Bridge. Kai Havertz remata de cabeza para mandar la pelota al fondo de la red. Grito como loca. Agarro a Lidia y la levanto de su asiento abrazándola. Ambas gritamos y aplaudimos efusivamente.

Kai dirige su mirada a la grada y levanta el brazo en señal de victoria. Por unos segundos nuestros ojos se encuentran. Le hago un gesto con el pulgar arriba. Creo verle esbozar una sonrisa antes de que sus compañeros lo rodeen para celebrar el gol.

Suena el pitido final. Las pantallas gigantes muestran el marcador final. 1-1. Nunca pensé que pasaría pero me siento triste por no ver ganar al Chelsea. 

La Camiseta | Kai Havertz |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora