Capítulo 14

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Cuando todo el estadio celebra el increíble tackle salvador de Kurt Zouma yo solo puedo pensar en el jugador que ha derribado. El veintinueve del Chelsea sigue en el suelo con gestos de dolor. Las asistencias salen al campo a atenderlo. A mi alrededor la gente abuchea. Siento la tentación de girarme y gritar a todos aquellos que emiten silbidos o insultos. Aprieto los dientes hasta el punto que me duelen.

Kai se marcha al banquillo cojeando. Es sustituido por Lukaku.

No presto atención a las jugadas que se suceden. Solo puedo fijarme en el banquillo en busca de su expresión y la confirmación de que se encuentra bien.

Ava me pasa el brazo por el hombro y me da un apretón cariñoso.

—Seguro que no es nada grave. Se ha ido andando. —Se hace oír por encima del gentío.

Jhon nos lanza una mirada y sacude la cabeza con el ceño fruncido. Puedo imaginarme lo que está pensando, que una verdadera hammer no debería estar preocupada por un jugador rival en vez de alentar al equipo. Y tiene razón, hace unos meses yo habría pensado lo mismo que él. E incluso celebrado que un jugador de la calidad de Kai Havertz abandonase el terreno de juego, mejor para nosotros. El problema es que para mi ya no es Havertz, jugador del Chelsea. Es Kai mi amigo, amante, novio, o lo que sea.

En el banquillo Kai se ríe de algo que le dice Timo Werner. Señala su tobillo gesticulando con las manos lo que parece una explicación de lo que le ha llevado a la sustitución. Por lo que puedo ver desde mi asiento su expresión de dolor ya no es tan grande y pese a seguir usando hielo la situación no se percibe grave.

En el minuto cincuenta y seis Bowen marca un gol que nos iguala en el marcador. Saltamos sobre nuestros asientos gritando. Me señalo la camiseta chillando. Como si yo misma acabase de empujar ese balón dentro de la portería.

Esta locura no es nada comparada con la que se desata en el ochenta y siente cuando Arthur Masuaku marca un tercer gol que nos pone por delante en el partido. Chillo hasta que la garganta me duele y aún así no puedo oír mis propia voz por el alboroto que hay a mi alrededor. Jhon y Peter se empujan el uno al otro gritandose en la cara y Ava y yo nos abrazamos saltando y chillando.

Los siguientes minutos están cargados de tensión, angustia y anticipación. Me muerdo las uñas. Me encuentro a mi misma de puntillas inclinada sobre el campo. Mirando el reloj intensamente deseando que el tiempo pase más rápido. Cuando el reloj indica que nos encontramos en el minuto noventa empezamos a pitar y a hacer gestos al árbitro para que dé por finalizado el partido.

Cuando finalmente suena el pitido final la euforia vuelve a apoderarse de los fans que nos encontramos hoy aquí. Ava, John, Peter y yo nos abrazamos saltando. Tres puntos que saben a gloria. La sensación de comunidad que se crea en victorias como esta en el estadio es uno de los mayores placeres de la vida. Tener la certeza de que pese a no estar abajo con ellos, las miles de personas que animamos somos en una pequeña parte autores de esta victoria.

La gente empieza a abandonar sus asientos paulatinamente. Nosotros permanecemos sentados en los nuestros, hay que descansar después de más de noventa minutos de pie y saltando. Nunca solemos salir rápido, se forman colas y aglomeraciones y no tenemos ninguna prisa por abandonar el estadio. Por mi parte además me encanta quedarme a ver cómo los jugadores se saludan y despiden de la afición y entre ellos. Es algo que me hipnotizaba cuando veía fútbol en la tele, siempre quería ver si cambiaban camisetas, me despertaba curiosidad saber quien cambiaría con quien, y me enfadaba que cortasen la retransmisión antes. Ahora nadie puede quitarme la retransmisión porque me encuentro en directo así que normalmente me quedo aquí hasta que el último jugador ha abandonado el terreno de juego.

La Camiseta | Kai Havertz |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora