[CAPITULO 7]

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[...]

Un clima fresco y sereno, las aves cantaban temprano por la mañana, el viento soplaba con suavidad acariciando todo por lo que recorriera, creando un tranquilo sonido del choque de las hojas entre si, unas campanas colgando del techo eran sacudidas lentamente con el viento, mientras risas se escuchaban en el patio de la casa de Kanata, quien ahora se veía mucho más mayor, su cabello seguia blanco y corto como de costumbre, su sonrisa igual. Parecía que nada en su esencia había cambiado.

Pero Kanata ya no era una niña, Kanata ya era una mujer de piel arrugada quien no se podía levantar de su silla de ruedas, solo podía contemplar a sus nietos jugando por todo el lugar. Era una satisfacción tan grande que no le aburriría por nada.

— ¿Mamá, cómo te sientes? — se acercó su hijo menor, un joven de cabellos blancos sedosos y ojos iguales a los de su abuelo Kagaya Ubayashiki.

— Estoy bien Sanemi, no te preocupes por mi — le sonrió acariciándole los cabellos despreocupada.

Si, había llamado a su hijo menor Sanemi, en conmemoración a aquel albino que la protegió durante los años que estuvo con vida, lastimosamente no fueron los suficientes como para que conociera a el pequeño Nemi.

— mamá, si recibes tanto sol te vas a deshidratar — le dijo con reproche tomando la silla, guiando a su progenitora hasta la sombra.

— ya te dije que estoy bien, no tienes que preocuparte por mi — le sonrió divertida, molestando más a su hijo.

— mamá, no digas tonterías, tienes que cuidar bien tu salud si quieres recuperarte — a pesar de estar triste la sonrisa de Kanata no sé desvanecía. Eso causaba un gran disgusto en Sanemi y aumentando su angustia puesto temia perder a su adorada madre.

— eres igualito a Sanemi, siempre me reclamaba por todo — río extendiendo sus arrugadas mejillas de una esquina a la otra.

— ¡No estoy jugando!

— ¿Qué sucede aquí? — apareció su segundo hijo Kagaya, quien en todos sus aspectos es igual a su difunto hermano Kiriya quien falleció por vejez.

— oh, nada — respondió Kanata sonriendole con dulzura mientras que Sanemi se cruzaba de brazos frustrado.

— ¿Eh? Okey. La comida está lista, Nemi por favor lleva a mamá al comedor, yo iré por los niños.

Tal y como dijo se hizo, Kanata ahora estaba sentada en la mesa en compañía de toda su familia, sus hijos y esposas, también estaban sus nietos, quienes eran cinco revoltosos niños quienes gritaban pidiendo comida.

— ¿En dónde está tu hermano? — pregunto Kanata al notar la ausencia de su hijo mayor. Lo busco con la mira pero no lo encontro.

— fue a comprar algo, enseguida vuelve — dijo la esposa de su hijo menor, una dulce mujer de cabellos oscuros quien servía el jugo.

— oh bueno.

Se tranquilizó por unos minutos y vio como servían la comida, para su mala suerte Kanata no podía ayudar en las cosas del hogar, era tan débil que no podía mantenerse de pie por si sola, por esto sus hijos le consiguieron esa comoda silla de ruedas.

Ya cuando la comida está servida unos pasos apresurados se escuchan correr por el pasillo hasta llegar al comedor, y por ahí entra su hijo mayor, un hombre alto de cabellos negros y desordenados, con los ojos oscuros como los de su ya difunto esposo.

— disculpen la tardanza — sonrió sentándose en compañía de todos — ¿Cómo estás mamá? — tomo una de las manos de su progenitora y la abrazo con las suyas.

— estoy bien Genya, ahora vamos a comer, moriré si no como.

— mamá, no hagas chistes así, no son divertidos.

Le miro con tristeza, la idea de perderla era doloroso para todos en la casa incluso para sus pequeños nietos quienes mientras más crecían comenzaban a entender.

— bien, no haré más chistes así... Por ahora — susurro.

Sus hijos, tal vez no tenían sangre de los Shinazugawa en sus venas, pero eran realmente similares a ellos. Una sonrisa amplia se formó en su rostro al recordar cuando dió a luz a su primer hijo, era un milagro, al principio creyó que fallecería durante el duro parto, pero lo logro.

En aquel día, un día lluvioso, en dónde su bebé lloraba entre sus brazos y ella le dió el nombre de Genya a su pequeño hijo de ojos oscuros, días después en cuanto todos se enteraron del nacimiento de su hijo corrieron a verlos, el más emocionado por la noticia y primero en llegar fue Sanemi, quien lloro al conocer al pequeño Genya a quien juro proteger hasta el último de sus días, y así fue.

Uno de los momentos más hermosos de su vida fue ver a sus hijos crecer, los primeros pasos de Genya y sus hermanos, cuando empezaron a ir a la escuela, cuando jugaban juntos o en compañía de sus primos, aquellos revoltosos niños con cabello amarillo claro y llamativas mechas rojas.

Disfruto cada momento, no lo negaría, todo valió la pena.

Sentada con los ojos cerrados bajo un árbol de glicinia la anciana Kanata respira profundamente, sintiendo que es llamada por el viento, lo último que escucha son las risas de sus nietos, para poco a poco perder la conciencia y que su alma abandone su cuerpo con aquel último suspiro.

Dejando la vida terrenal. Sus ojos se vuelven a abrir, pero está vez con mucha lentitud, adaptándose a la brillante luz blanca que la cegaba por completo.

— ¿Dónde estoy? — pensó en voz alta intentando recobrar el conocimiento, parecían haber dos caminos, y el más llamativo de todos era el de la cegadora luz blanca.

No habían árboles de glicinia, pero seguía oliendo aquel aroma que tanto adoraba, pudo ver una silueta a lo lejos. No supo por qué, pero una emoción empezó a invadirle, haciendo que su corazón lata con intensidad, sus piernas empezaron a correr, no lo estaba pensando, solo estaba siguiendo un impulso, corriendo hasta esa silueta que mientras más avanzaba se hacía más visible.

Y ahí estaba él, su amado Shinazugawa de cabellos negros, corriendo hasta ella mientras gritaba su nombre, ella hacia lo mismo mientras lloraba de felicidad. Una vez estando cerca de él salto hasta sus brazos siendo abrazada por él quien giro con ella lleno de felicidad.

— Genya... Crei que nunca te volvería a ver — lloraba en su pecho recibiendo caricias en sus largos cabellos blancos. — te extrañe mucho, no imaginas cuánto.

— Yo también, cada minuto sin ti fue una eternidad — le acaricio las mejillas viéndole fijamente a los ojos.

Sus labios dibujaron una hermosa sonrisa mientras seguía llorando abrazando al azabache, no sabía que decir, no tenía palabras para expresar lo alegre que estaba.

El tomo su mano y ambos comenzaron a caminar por el extenso e infinito camino blanco.

— ¿A dónde iremos? — pregunto ella curiosa, no sabía en dónde estaba, pero confiaba plenamente en Genya.

— no lo sé, vamos a descubrirlo... Juntos — menciono lo último volteando a verla, dándole una cálida mirada llena de dulzura.

Siguieron su trayecto hasta ya no ser visibles, desapareciendo entre la brillante luz del más allá, reencontrándose con sus seres queridos del otro lado, aquellos que les recibieron sonrientes, abrazándolos con alegría mientras lloraban de emoción tras largos años sin verse, era como un sueño, tal vez si lo era.

Pero ahora aquellas almas de dos jóvenes que se aman nuevamente se reunieron, pudiendo estar juntos después de la vida, en un lugar donde su paz no sería perturbada o tal vez si.

Aunque.. esté no es el fin de la historia para Kanata y Genya.

[...]

No Quiero Dejarte  (Genya x Kanata)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora