Capítulo 11 | Tom

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La mansión Bennett se veía cada vez más espléndida, la dulce melodía de las aves eran la música pacífica de ese día... o al menos lo fue hasta que Neil apareció para informar a Marie, que Elisa había tenido un accidente en un caballo y ahora estaba siendo atendida en la casa de los Leagan.

Para ser sincera, Marie no tenía interés de ir a ver a su ex amiga, sabía perfectamente que no le había pasado nada grave y estaba a punto de inventar una excusa para no ir a la casa de los Leagan hasta que su madre se adelantó y dijo:

—Pobre, Elisa, deberías ir a verla.

Y esa recomendación fue música para los oídos de Neil, que arrastró a la morena con él y se la llevó para ver a la dramática Elisa Leagan.

Tal cuál esperó, Elisa no tenía nada que atentara contra su vida. Lo único que podía hacerla quejarse era el dolor de su espalda por el golpe que se dio al caer del caballo, pero no había nada más que eso. Ni siquiera presentaba hematomas o inflamación.

Pero eso no la detenía de quejarse de manera exagerada para llamar la atención de Anthony, que preocupado, la complacía tomándole de la mano por petición de la chica.

—Ahg —se quejó la morena—. Veo que te encuentras mejor, Elisa.

—Anthony me ayuda mucho en el proceso —dijo, sonriendo.

—Sí, ya veo, parece que él tiene manos mágicas porque te ha quitado el dolor con solo tocarte.

—La verdad es que sí. Él es mejor que un doctor.

—Uhm..., quizás Anthony pueda encontrar la cura contra el cáncer.

El rubio giró sus ojos en dirección a Marie, provocando que la joven formara una sonrisa burlona.

—Dime, Elisa. ¿Por qué decidiste robarme mi protagonismo y caerte del caballo?, ¿Acaso a todos les gusta usar esa técnica para causar drama?

Elisa se sonrojó y pretendió no escuchar las palabras de su amiga.

—Anthony, ¿me podrías dar un poco de agua?

—Ah..., sí, claro

El joven sirvió agua en un vaso que estaba cerca de la mesa de noche y antes que él pudiera extenderle el vaso, Elisa habló:

—¿Podrías darme en la boca? Es que me duele mucho la espalda.

—No sabía que el dolor de espalda te hacía perder la habilidad para manejar tus manos —comentó Marie, cubriendo su boca con el abanico.

Anthony soltó una risa estruendosa y Elisa, con una mirada fulminante, llamó a Neil.

—¿Qué quieres, hermanita?

—Deberías llevar a Marie a dar un paseo —dijo la pelirosa—. Me duele la cabeza ver a tantas personas.

—Cómo quieras, hermanita.

—Linda manera de echarme, Elisa —se quejó la morena, siendo arrastrada por Neil—. Deberías dejar de hacer todo lo que te dice tu hermana.

—Es mi hermana, tengo que cuidarla.

—Es cuidarla, no ser su empleado.

—Yo no soy su empleado.

—Pues lo parece.

El chico puso mala cara. Quizás en el fondo entendía lo que Marie le decía, pues él estaba tan acostumbrado en hacer todo lo que Elisa decía. Quizás porque desde pequeños, sus padres siempre incentivan a que Elisa fuera la cabeza de la inteligencia, mientras que él solo debía ser la obediencia.

La Bruja del Tiempo | Candy CandyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora