capítulo 1

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—¡Sal de aquí en este puto momento! —el grito de John, mi jefe, hace que todos se vuelvan a mirarnos—. No puedo creer, siquiera, como es que puedes seguir aquí.

—Pero… —quiero replicar, pero un nuevo grito de enojo se abre paso entre los dos.

—No hay peros que valgan, sal de mi vista. ¡No quiero volver a verte en mi local!

Su grito me hizo saltar en mi lugar, al tiempo que volteaba a ver al hombre que estaba sentado en el suelo, cubriendo su nariz que sangraba, con uno de los paños del bartender

Quizá lo golpeé demasiado fuerte. Pero él se lo merecía, por intentar tocar debajo de mi falda.

—¡Él quiso tocarme! —trato de defenderme, sintiendo las lágrimas picar en mis ojos.

Todo es tan injusto, no es posible que él estuviera despidiéndome, sólo por defenderme de un hombre ebrio, que quería tocarme sin mi consentimiento.

—Si no tienes dinero para mantenerte y te ganas la vida trabajando en un bar, lo mínimo que puedes hacer es aceptar la oferta y dejar que toquen un poco. —Se burla y aprieto mis manos en puños, queriendo golpearlo.

Las personas volvían a arremolinarse cerca de nosotros y ya varios de los clientes ayudaban al hombre ebrio, con la nariz rota.

—Eso no es justo ¿y si fuese tu hija vas a permitir que la toquen?

—¿Qué dices, estúpida niña? —Ruge con su mano alzada, dispuesto a darme una bofetada y lo único que hago es cerrar los ojos, esperando a que el golpe llegue.

Lo curioso, es que este nunca llega.

Abro un ojo y luego el otro, con mis brazos a cada lado de mi cuerpo, sintiéndome pequeña. Pero no hay tiempo para siquiera preguntar qué sucede.

—¿Qué...? —estoy atónita.

—No está bien pegarle a su empleada —un hombre alto, con cabello castaño y traje negro, sostiene la mano de mi jefe en el aire.

No, él ya no es mi jefe, es una persona despiadada, que está dispuesto a pegarme, sólo por defender mi cuerpo.

John lo observa atónito, antes de retirar su mano de golpe y mostrar los dientes, enojado.

—¿A ti que te importa? ¿¡Ah!? —grita, pero retrocede un paso, notablemente amedrentado por el hombre pálido y alto, que se interpone en medio de ambos.

No puedo ver el rostro de mi defensor y al mismo tiempo, poco puedo ver de John

—Esa niña tonta golpeó a uno de mis clientes. Es una grosera —me señala, como quien regaña a un niño que sólo  sabe meterse en problemas. Pero luego parece recordar más de su ira, porque intenta acercarse nuevamente a mí, con su mano alzada.

Y una vez más, el hombre alto delante de mí, lo detiene, empujándolo lejos de mi alcance.

—La próxima vez que lo vea tratarla así, a ella o a cualquier otra mujer, haré que lo lamente —amenaza el hombre, su voz es profunda y hay cierto aire imponente en ella.

Y siento el deseo de saber como sería escuchar una voz así por la mañana…

Pero esta es una situación seria, acaban de despedirme y un hombre alto y bien vestido, está defendiéndome.

Así que alejo el pensamiento fugaz e inapropiado de mi mente y fijo mi vista al frente, aunque sólo puedo ver la espalda de mi defensor.

—¿¡Qué?! ¿Y tú quién te crees que eres, estúpido mocoso…?

—¡Jefe! —la voz de Luis; el chico que atendía las mesas conmigo, tira del hombro de John, haciendo callar su desagradable insulto.

El chico se acerca a su oído y parece decirle algo importante, ya que John abre tanto sus ojos, que casi podrían salirse de sus cuencas.

—No puede ser, es… es… —Lo miro con el ceño fruncido, más cuando se inclina ante el hombre, como si hubiera visto a un policía… O a su propia esposa.

Con temor.

—Espero que algún día aprenda que no sólo se debe ser amable con un cliente. Haré que venga una inspección —es lo último que dice mi defensor, antes de tirar de mi mano y comenzar a caminar a la salida.

—No, por favor, señor… No, espere —escucho a John balbucear, mirando en nuestra dirección, con una expresión de horror.

¿Qué acaba de pasar?

. . .

Salimos del bar y la fría noche me da la bienvenida, al tiempo que comienza a enfriar mis calzones.

Dios, ¿qué se supone que voy a hacer ahora? Jesús, estoy tan despedida.

Me llevo ambas manos a mis brazos, mi uniforme es una falda y una camisa de botones, con manga corta, así que no cubre mucho en esta helada noche.

—¿Cómo te llamas? —Pregunta una voz masculina con suavidad y giro, casi con temor, para encarar al hombre detrás de mí, sólo para quedar boquiabierta.

Dios, ¿de qué revista de modelos ha salido este hombre?

—Ah, yo… —empiezo y él arquea una ceja, esperando mi torpe respuesta.

Sus ojos son de un color café claro, casi miel y el cabello largo le cae a cada lado de la frente. Se ve suave y el aroma que desprende de su cuerpo, altera mis neuronas.

Dios, ¿pero de dónde ha salido? Jamás, en mis cortos veinte años, he visto a alguien tan guapo como él.

Quizá estoy alucinando, por el repentino shock de John queriendo golpearme…

Y recuerdo que este hombre me ha defendido.

Suspiro y me aferro más a mis brazos.

Cuando él me sacó del local, no pude ni tomar mi abrigo, por suerte, eso es lo único con lo que cargaba hoy.

No extrañaré ese abrigo, supongo, porque no voy a venir por él.

Ya qué.

Quizá si él no hubiese intervenido, quizá, sólo quizá… Aún tendría mi empleo.

¡No!, ¿quién quiere ese estúpido trabajo, con un jefe machista y que además, cree que las mujeres somos juguetes para los hombres?

Exhalo hondo y el vaho sale de mi boca, como recordatorio de que ya no tengo fuente de ingresos y que no podré ni pagar el calor en casa.

—Gracias —hablo por primera vez y él me mira con seriedad. Ahora que lo pienso, él me resulta algo intimidante, con su postura erguida y mirada inexpresiva.

Además de su ropa, va vestido de traje y eso le da cierto aire magnánimo… Alguien importante, ha de ser.

Por eso ha hecho retroceder a John, quien podría ganarle en masa muscular, ya que es gordo… Pero el hombre delante de mí es musculoso sin ser exorbitante. Y no parece tan mayor… ¿Cómo unos veintitantos? Aunque él sí supera a John en altura.

Aunque, no paso por alto que Luis le dijo algo al oído a John y este pareció recapacitar al mirar a mi defensor.

¿Quién es este hombre?

—No debes permitir que nadie te toque sin tu consentimiento —dice y su voz es como un dejo de calor en esta helada noche—. Hiciste bien al defenderte —continúa

—Gracias —digo y me inclino, para hacer una reverencia a modo de agradecimiento—. Le agradezco mucho…

—¿Cuál es tu nombre? —Pregunta por segunda vez y levanto el rostro para mirarlo, encontrándome con sus lindos ojos color café.

—Hazel, señor. Pero mis amigos me dicen Hal —agrego, como dato innecesario.

—Mi nombre es Lee Rang Do —se presenta, elegantemente, y lo observo boquiabierta. Es coreano, no estaba segura de dónde eran sus rasgos—. Es un placer conocerte y lamento lo que pasó ahí dentro.

—Oh, no, no, yo también lo siento —mi risa es nerviosa. Esto es vergonzoso, más porque estoy segura de que si él ha salido en mi defensa, es porque seguro vio lo que pasó con aquel hombre—. Me siento avergonzada por todo lo que pasó —y me vuelvo a inclinar a modo de reverencia, una vez leí que en Corea o países de Asia, lo hacen como agradecimiento, saludo, despedida o en mi caso, disculpa—. Lamen…

Pero una mano bajo mi mentón me hace callar y con lentitud, la yema de sus dedos comienzan a elevar mi rostro.

El toque de sus manos es delicado y sobre todo, respetuoso.

—No bajes la cabeza, jamás. No está mal cuidar tu espacio personal, por favor, deja de disculparte.

Y hace lo impensable.

Acompaña sus palabras con una corta sonrisa, que me deja sin aliento.

—Sí, señor…

—Por favor, llámame Lee Rang o sólo Rang.

—Está bien… —sonrío y me abrazo a mí misma, está helado aquí afuera y en casa también debe estarlo.

Oh, mamá.

—¿Dónde vives? —pregunta él, sacando de su bolsillo un celular, el cual promete ser bastante caro, vaya, yo no podría pagar algo así… —. Te llevaré a casa…

Y es como si un balde de agua fría, hubiese caído sobre mí. ¿Casa? ¡No! No puedo llevarlo ahí, a mamá no le gustan los extraños y podría asustarse. Ella sabe que llegaría pasadas las doce… Pero no que lo haría con un extraño.

Además, hoy era mi día libre, pero quise venir a hacer horas extra. Quizá no debí venir, romper la línea del tiempo me trajo consecuencias.

—¡No! —exclamo y él me mira con una ceja arqueada, con su celular al oído—. No, no es necesario —niego rápidamente, bajando la voz—. Puedo tomar un taxi —¿pero qué estás diciendo, tonta Hal? Si ni para eso tienes, Dios—. Le agradezco mucho

Me llevo una mano al pecho y me vuelvo a inclinar.

—Deja de inclinarte —pide con voz seria y me pongo derecha de inmediato, por Dios, estoy haciendo el ridículo.

—Lo siento —dejo salir, atropelladamente.

—Taxi —levanta su mano y su voz fuerte hace eco en mi cabeza. Me está llamando un taxi… No, no, no, yo no tengo dinero para pagarlo.

Desde aquí podría caminar, sólo es una hora de camino… Casi a mitad de la noche.

—Señor, señor, por favor, eso no es necesario, de verdad que lo… —pero es tarde, ya que un vehículo color amarillo se estaciona delante de nosotros.

Oh, mierda, ¿cómo voy a pagar eso?

—Sube —ordena el hombre no, mejor dicho, Lee Rang, abriendo la puerta para mí, ganándose una mirada de temor de mi parte. No tengo dinero para un taxi, por Dios, un taxi es una semana de comida en casa. Simplemente no puedo permitirlo—. Es tarde —continúa y saca una tarjeta de su billetera—. Por favor, llama a este número cuando llegues a casa.

Paso saliva y observo la puerta abierta del taxi. Suspiro, tomo la tarjeta que me tiende y decido subir al vehículo.

Inhalo hondo.

Bueno, podría esperar a que el taxi avance una calle y luego bajarme y caminar a casa.

Sí, eso sería una buena idea…

—Por favor, llévala a salvo a casa —pide Lee Rang, dándole al chofer del taxi unos billetes. Mi boca cae abierta, mientras él dirige su mirada, una vez más, a mí—. No me debes nada —agrega, como si leyera mi mente—. Por favor, llámame.

—Gracias —digo, pero él no me escucha, ya que da un paso lejos y el taxi se pone en marcha.

Alejándome de aquella persona amable, que ha tocado mi mentón con delicadeza y me ha defendido de mi jefe abusivo.

Giro mi cuerpo y miro por el vidrio trasero del auto, sólo para verlo una última vez.

Está de pie, con sus ojos puestos en el auto, con ambas manos en los bolsillos y postura recta.

Lo último que veo de él, antes de que el auto doble una esquina, es a un hombre de traje oscuro, corriendo hacia él.

. . .

—Hemos llegado —anuncia el chofer del auto, sacándome de la ensoñación donde una mano suave se posa bajo mi barbilla…

—Oh, sí, gracias, muchas gracias —me apresuro a bajar del auto y una vez fuera me inclino en una reverencia al señor del taxi, quién me mira como si me hubiese vuelto loca, antes de ponerse en marcha.

Al parecer, esta es mi noche para hacer el ridículo.

Miro detrás de mí el edificio que se levanta enorme y me siento diminuta.

Y justo como esperaba, mamá está sentada en los escalones de la entrada, con un hombro apoyado en el marco y ojos cerrados.

Sonrío y camino hasta ella con cansancio.

Hace frío y ella no debería estar sentada ahí.

—¿Mamá? —me acerco y toco su hombro con cuidado, no quisiera asustarla—. Mamá —trato una vez más y ella abre sus ojos.

Una sonrisa tira de sus arrugadas mejillas, al percatarse de mi presencia y le sonrío de vuelta con cariño.

Mamá siempre alegra mis días.

—Mi Hally —dice alegre y tomo asiento a su lado, para que pueda abrazarme—. ¿Cómo te fue en el trabajo?

Su pregunta me hace suspirar, yo siempre había odiado ese trabajo en mi interior, así que no sé si me alegra o me entristece que John me haya despedido.

—Oh, bien, pero ya no voy a trabajar ahí —me encojo de hombros y comienzo a levantarme, debo llevarla a dentro o se enfermará y eso no es bueno.

—¿Por qué no? —pregunta preocupada, tomando mi mano para ponerse de pie y nos guío dentro del edificio.

Le muestro una pequeña sonrisa, beso su mejilla y trato de verme casual, no desesperada y con ganas de llorar dos días seguidos, como en realidad me siento.

Mamá no es buena para tolerar emociones fuertes, hace años que no puede.

Su corazón es frágil.

—Quiero hacer otras cosas. Mañana empiezo en la universidad, así que le dedicaré a mis estudios —y mientras tanto, debo pensar dónde coño voy a trabajar ahora.

Dios, todo es tan difícil.

—Bueno, me alegra que hagas algo más, nena —las puertas del ascensor se abren, pero dentro ya hay personas—. Oh.

—Aún cabe uno más —dice la señora Inés, nuestra vecina, va acompañada de su esposo y sus dos hijos. El ascensor debió bajar antes de llevarlos a ellos.

—Esperaremos —dice mamá.

Pero no, no podemos.

El ascensor no volverá a bajar, no está en las mejores condiciones, así que este es su último viaje, antes de ser apagado.

Además, jamás pondría a mamá a subir veinte pisos de escaleras.

—Mamá, ve tú —la tomo de los hombros y la empujo adentro con cuidado. Las personas en el ascensor hacen un poco de espacio para ella al instante.

—Pero, Hally…

—Olvidé buscar algo, mamá —digo y toco el botón, para que las puertas se cierre—. Espérame arriba.

—No, Hally… —Y ya no puedo oírla más.

Bueno, haré ejercicio.

Con un suspiro camino hasta las escaleras y empiezo a subir, con paso derrotado. Supongo que este día no podría empeorar.

¿Qué se supone que haré ahora? Todo es tan malo y difícil.

Y triste.

Y también injusto, ¿qué hice para tener que cargar con todo esto yo sola?

Por Dios.

Me detengo un momento a recuperar el aliento y es todo lo que necesito para estallar. 

Ya llevo cinco pisos recorridos, cuando pego mi espalda a la pared y me dejo resbalar hasta el suelo.

Mi pecho sube y baja y siento que hiperventilo, las ganas de llorar están consumiéndome desde dentro y es como si quemara.

Y ya no puedo evitarlo más.

Me llevo una mano al rostro y me echo a llorar, ¿qué voy a hacer? Mamá está enferma del corazón hace dos años y la operación es carísima. Yo a penas y puedo comprar sus medicinas, o pagar el departamento.

—¿Por qué debe ser así? —pregunto, a nadie en realidad, entre sollozos—. No es justo.

Y con las rodillas pegadas a mi pecho, me permito llorar todo lo que no he podido desde hace un tiempo.

. . .

Abro los ojos con cansancio.

Están hinchados y duelen un poco. Anoche, mientras estaba en las escaleras, envié un mensaje a mamá y le dije que tardaría, que por favor se fuera a la cama.

Esperé un tiempo prudencial hasta que intuí que estuviera dormida y entré al departamento.

No quería que viera mi rostro mojado por las lágrimas. No quería que se preocupara por nada.

Cuanto me acosté, me costó conciliar el sueño, así que sólo di vueltas en mi cama, tratando de encontrar una solución a mi vida, algo como un millón de dólares en una maleta.

Debo encontrar dinero de alguna manera, podría incluso vender cosas en la calle… Pero ni siquiera tengo algo con lo cual invertir.

Gruño en voz alta y me pongo la almohada en la cara.

—Meow —escucho a los lejos y alejo la almohada con desgana. Sonrío al ver a Oliver, mi gato, mirarme, sentado sobre mi mesita de noche.

—Hola, minino —me levanto sobre mis codos y acaricio su cuello—. ¿Vienes a darme una solución a mis problemas? —pregunto.

—Meow —insiste.

—O quizá sólo viniste porque tienes hambre.

—Meow.

Y no hago más que levantarme, debo ir a la universidad y también pensar en buscar algún nuevo empleo.

No veo a mamá por ninguna parte, así que asumo que ha de estar dormida, por lo que trato de no hacer demasiado ruido. No son más que las seis de la mañana.

Alimento a Oliver, como un poco de pan con mermelada, tomo un baño y trato de buscar mi ropa mas decente.

Si voy a buscar empleo luego de la universidad, debo verme presentable.

—¿Qué opinas? —pregunto a Oliver, mientras me miro al espejo, hoy es mi primer día de universidad, estudio administración de empresas hace un año y ya se terminaron mis vacaciones. Pero trato de sentirme optimista. Al menos me queda eso, mis estudios… Hasta que tenga que dejarlos. No, no pienses en eso, Hal—. ¿Te gusta?

—Meow.

—Sí, yo también creo que es muy formal —dejo caer los hombros y vuelvo a cambiarme. Una falda de tubo gastada y un saco es demasiado para un primer día.

Aunque Danna, mi mejor amiga, quien por cierto, estudia lo mismo que yo, suele decir que tengo lindas piernas.

—Ja —me mofo frente al espejo—. Lindas piernas, ¿eso de qué me sirve? Además, los hombres son todos morbosos y viejos mayores… Dios. No quiero las manos de nadie encima de mí, no… —niego frenéticamente con mi cabeza—. Aunque…

Y por instinto, él regresa a mi mente.

Mi defensor de la noche anterior…

—Lee Rang Do —pruebo su nombre en mis labios. Él fue, también, la razón por la que estuve despierta gran parte de la noche. No podía sacarlo de mi cabeza—. Sus manos no me molestarían en mí… ¡No! ¡Ah!, ¿pero qué estás diciendo, Hally? Eres una pervertida.

Me regaño a mí misma.

—Un hombre como él jamás se fijaría en mí, ¡mírame! —me señalo, mientras miro a Oliver.

—Meow.

—Probablemente, yo no volveré a verlo. Además, él no parece ser de por aquí… Y yo no tengo nada para ofrecer, Oliver.

—Meow.

—Sólo tengo deudas, una virginidad intacta y una madre enferma a la que debo cuidar. Así que lo segundo que me queda, lo conservaré hasta que muera, no tengo tiempo para buscar pareja.

“O podrías venderte…” susurra mi cabeza.

¿Vender mi… cuerpo?

—MEOW

Y una carcajada seca sale de mí.

—Dios y mírame, hablando con mi cabeza y con un gato —me río y niego, mientras me acerco para tomar a Oliver en mis brazos y acariciarlo, antes de que el timbre del departamento suene—. ¿Qué? ¿Quién podrá ser?

Frunzo el ceño. Es temprano para una visita y nosotras nunca recibimos visitas así no sea temprano. La única persona que suele venir es Danna y estoy segura de que en este momento sigue dormida.

Camino a la puerta con Oliver en brazos y abro.

—¿Si? —un hombre alto, vestido de traje y con el cabello limpiamente peinado hacia un lado, me mira fijamente. Luce como un ejecutivo—. ¿Puedo ayudarle?

—Hazel Mason —dice.

—Sí, soy yo… —digo con reserva, intimidada por su mirada seria. Él está demasiado erguido para lo normal, me recuerda a…

—Esto es de usted —me tiende una bolsa, que no había notado que llevaba con él y frunzo más el ceño, ¿quién diablos es él?

—Eh, eso no es mío. Yo no he pedido nada y…

—Es de usted —insiste y extiende aún más la bolsa en mi dirección—. Por favor, tómela.

Miro de él a la bolsa y una vez más mi mente viaja a ese lugar en la noche y unas manos bajo mi mentón.

Me recuerda a Lee Rang. Mi defensor.

Y ese traje… Sí. Es el mismo hombre que se acercó a Lee Rang, cuando el auto dobló la esquina

¿Qué hace aquí?

Tomo la bolsa y la abro. Es una bolsa de regalo, es como las que dan en los centros comerciales cuando compras ropa.

Dentro de ella está mi abrigo. ¡Mi abrigo! El que dejé en el bar de John

¿Cómo llegó él aquí? A mi casa, ¿cómo?

—¿Por qué tiene usted esto? —me llevo la bolsa al pecho, junto con Oliver y este estira su pata para intentar revisar si lo que hay dentro es de comer.

Oliver solo piensa en comer.

—El señor Lee Rang lo ha enviado para usted.

—¿Qué? —respondo atónita—. ¿Cómo?

—Y él también le envió un mensaje —Continúa el hombre, que parece un ejecutivo. ¿Si será ese hombre alguien grande? Pero, ¿qué tan grande?—. Él dice “gracias por llamar”

Frunzo el ceño ante sus palabras.

—¿Llamar? —y entonces lo recuerdo—. La tarjeta que me dio.

El hombre delante de mí sólo asiente.

Vaya, pese a que no pude dejar de pensar en aquel hombre durante la noche, olvidé por completo lo que me había dado.

Bueno, supongo que estuve ocupada subiendo veinte pisos, por unas infinitas y calurosas escaleras, para pensar en llamar.

—Oh, bueno, muchas gracias. —Le digo al hombre, quien se inclina a modo de despedida y yo lo imito, aún con Oliver en mis brazos, quien sigue intentando meter su pata en la bolsa.

—Eso es todo. Espero que tenga un buen día, señorita —y sin más, comienza a alejarse.

Lee Rang me envió mi abrigo y también estuvo esperado mi llamada… Oh, rayos.

Niego rápido y salgo al pasillo, con el abrigo y Oliver, aún pegado a mi pecho, directo al hombre que ha traído el único abrigo que tengo, a mi casa.

—Espere —pido y él voltea a mirarme, recto y con atención.

—¿Sí, señorita?

—¿Podría enviarle un mensaje a su jefe?

—Por supuesto —responde amablemente.

Alto, ¿es su empleado?

—Dígale… —¿qué podría decirle?—. Que agradezco mucho que se haya tomado la molestia de regresarme el único abrigo que tengo —me río nerviosa—. No, no le diga eso —pido y me aclaro la garganta—. Dígale, que muchas gracias por todo. Y que espero volver a verlo algún día e invitarlo a tomar un café —soy pobre, pero por lo menos puedo permitirme eso—. Por favor.

—Lo haré, señorita.

—Muchas gracias —obtengo una última reverencia, antes de que el ascensor abra sus puertas y él se deslice dentro.

. . .

—¡¿Y sólo te despidió?! —exclama Danna con indignación, poniéndose de pie, alertando a la mitad de la cafetería.

Tiro de la manga de su suéter, para llevarla una vez más al asiento y ella me mira con disculpa.

—Sí, eso hizo. Y por favor, no hables tan alto.

—Lo siento —se disculpa—. Pero es que es impresionante lo cavernícolas que son los hombres. Y más ese anciano gordo, ¿qué más hiciste?

—Le rompí la nariz al hombre que quiso meter su mano bajo mi falda —digo con desgana, dejándome caer en mi asiento.

—Esa es mi hembra. Estoy orgullosa —alaba y luego se echa a reír. Sí, así es mi Danna.

—Debo conseguir un empleo y pronto. Las medicinas de mamá no se comprarán solas.

—¿Tu hermano sigue sin dar señales de vida?

Asiento y ella hace una mueca de odio. Desde que Kadin, mi hermano mayor, se fue a vivir al extranjero, se olvidó de nosotras.


—Bueno, no lo necesitamos. Yo te ayudaré a conseguir trabajo —sonríe y me acerco para abrazarla—. Podemos empezar por Go Empress.

—¿Go qué? —pregunto y Danna sólo rueda los ojos.

—Por Dios, nunca prestas atención a lo que te digo.

—Sólo a veces.

—Go Empress —repite—. El dueño es de Corea, Seúl. La empresa también se fundó aquí hace un año y como se va a expandir, necesitan trabajadores con o sin experiencia. Podemos intentar. Además, es dueño de medio Seúl y gran parte de las empresas de esta región, a parte de Go, estará aquí un tiempo para ver como se van desarrollando las cosas. Creo que se instaló hace una semana. Eso no lo tengo muy claro.

—¿Cómo haces para enterarte de todo eso?

—Camila es reportera —se encoge de hombros. Camila es su hermana mayor—. Oh y lo más interesante es que hoy va a…

—¡Eh! Romanos —Ian, un chico pálido y de cabello oscuro, se sienta al lado de Danna y la abraza por los hombros a lo que ella le da un manotazo, para que se aleje.

—No me llames por mi apellido.

—Sí, sí, porque no te gusta —él rueda los ojos. Ian va a la misma clase que nosotros, nos conocemos desde el instituto. Es bastante estudioso y eterno enamorado de mi amiga.

Pero ella no parece darse cuenta de ello. O sólo lo ignora.

—Sí, sí —Danna le vuelve a dar otro manotazo y mira su reloj—. Ya debemos irnos

Los tres nos ponemos de pie y caminamos a la primera clase. Es martes pero es el día de apertura y lo más probable es que den algún discurso.

Llegamos al salón y los tres tomamos asiento en la tercera fila, ni muy lejos ni muy cerca del profesor.

Danna e Ian se ensartan en una discusión sobre el apellido de mi amiga y yo sólo me limito a sacar las cosas de mi bolso.

—Oh, lo que te iba a decir, Hal —llama Danna y le doy mi atención, pero el profesor de la primera clase irrumpe en el aula y todos se ponen de pie.

Alguien más entra, pero sin prestarle atención, regreso mi mirada a Danna

—El dueño de empresas Go vendrá y dará un discurso de apertura, ya que también financiará esta universidad.

—Queridos nuevos estudiantes, por favor, den la bienvenida al presidente de Go Empress

Y cuando dirijo mi miraba al estrado, mi boca se seca.

El aire abandona mis pulmones y siento que podría desmayarme en cualquier momento, al verlo caminar con aquella postura erguida y mirada seria.

Y esta vez su cabello no cae sobre su frente, lo que lo hace lucir mucho más imponente.

—Oh, mierda…

—El señor Lee Rang Do.

Siento a Danna chillar a mi lado y yo sólo tengo la boca abierta.

Él… Él está aquí.







Enamorada del CEO [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora