|Prólogo|

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Seis años atrás

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Seis años atrás

Ese año se elegía alcalde y le tocaba a mi madre, así que solía estar solo en casa. No es como si en los años en los que no había elecciones mis padres estuvieran muy presentes, pero aquellos días su ausencia se notaba más.

Y en el verano, al no haber una colonia de niños en Rusbell a la que pudieran mandarme, contrataron una niñera.

Les insistí que ya tenía doce y no era necesario, pero no cedieron.

Siempre noté una diferencia entre los chicos que crecían con hermanas mayores y los que no. Una suerte de respeto o visión general distinta de las mujeres era lo que te daba crecer bajo el mandato femenino. Porque en el fondo era así, el hermano mayor suele mandar de alguna forma, y el menor mira al mayor como algo a lo que aspirar. No se puede aspirar a ser alguien que no se respeta.

Ese análisis, obvio, lo hice mucho tiempo después.

Tatiana tenía dos cosas que la caracterizaban. Era muy buena conmigo y era muy buena consigo misma. Tenía algo así como veinte años; una edad que, teniendo doce, la hacía parecer toda una adulta pero más divertida.

—El otro día salí con un chico —contó mientras mirábamos televisión.

No cuestionaba cuando me hablaba de temas de chicas. En un principio me pareció raro, estaba accediendo a información que siempre me pareció inaccesible. Pero mis padres me educaron para siempre hacer sentir bienvenidos a los invitados, lo que significaba prestarle mi oído muchas veces.

—¿Puedes creer que no me llevó a casa?

—¿Manejaba? —pregunté. Ponerme detrás de un volante sonaba tan distante y me moría de ganas por que llegara el momento.

—Obvio Shane, sino no me estaría quejando —dijo como si fuera estúpido—. Me pasó a buscar por casa y luego dejó que me volviera caminando. ¿Puedes creerlo?

—Tal vez no le gustó la cita.

—Eso no justifica que me deje varada cuando él me trajo en auto.

Absorbí el consejo.

—Shane, por lo que quieras, cuando crezcas y tengas millones de citas, jamás —y me miró muy seria al hablar—, te lo digo en serio, jamás de los jamases dejes que la chica se vuelva sola caminando.

Asentí.

—O chico, lo que tú quieras —se encogió de hombros—. El punto es, incluso en un grupo de amigos luego de una reunión, debes asegurarte de que las chicas lleguen bien a sus casas.

—Lo haré.

Me sonrió tras sacudirme el pelo y seguimos mirando la película.

Me sonrió tras sacudirme el pelo y seguimos mirando la película

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Sobre el cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora