|Capítulo 5|

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Dormí hasta tarde por varias razones: había llegado a casa a las cinco y media de la mañana luego de dejarla a Emma, no quería arrancar el día y toparme con la bronca de mis padres por lo de la noche anterior, y la conversación que había tenido co...

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Dormí hasta tarde por varias razones: había llegado a casa a las cinco y media de la mañana luego de dejarla a Emma, no quería arrancar el día y toparme con la bronca de mis padres por lo de la noche anterior, y la conversación que había tenido con la pelirroja me había afectado más de lo que esperaba.

Daba vueltas, preguntándome si estaba haciendo las cosas bien. Era indudable que ella tenía razón: no podía perder un segundo más no viviendo mi vida como yo. Pero la realidad a veces nos choca y nos fuerza a hacer otra cosa.

Quería también matarme un poco por haberle compartido tanto de mí sin siquiera conocerla. No sabía por qué lo había hecho, jamás había perdido el control de lo que decía de esa manera. Pero me había arrancado a hacer preguntas y no pude evitar sentirme cómodo con ella. Tal vez era porque Emma no era del pueblo y no me juzgaría, tal vez porque parecía tan franca y honesta hasta puntos que uno no quisiera. Quién sabe.

Para cuando decidí levantarme y bajar a la cocina ya era hora del almuerzo. Había escuchado el sonido de los autos de mis padres volviendo de la alcaldía para cenar en casa como una familia. Lo hacían incluso cuando yo no estaba para almorzar con ellos: la imagen de familia perfecta era lo más importante a mantener si es que querían mantener sus puestos de trabajo. En un pueblo como Rusbell se debe ser "gente de bien".

Ahí estaban, esperándome con la comida que había preparado Tatiana, la chica que nos ayudaba en casa, frente a sus narices. Me senté frente a mamá, que estaba al lado de mi padre, porque no soy tonto.

—Imagino que ni siquiera hace falta que saque el tema —mi papá, Franco, levantó una ceja mientras se servía arroz con pollo de un bol.

Me sorprendía cómo podía seguir ejecutando una tarea banal con total tranquilidad, mientras todo su ser se teñía de severidad. Su mirada, su tono, su postura... todo indicaba que estaba enojado. Sin embargo, elegía qué iba a comer mientras hablábamos. No se detenía en el reto.

Mientras, probablemente, yo no iba a ser capaz de tragar un bocado.

—No hace falta —dije con tono conciliador—. Les pido disculpas.

Con el tiempo había entendido que la cosa salía mejor cuando arrancaba pidiendo perdón. La confrontación no salía bien para mí. Las discusiones perdían sentido y solo quedaba la ira de mis padres sobre la mesa.

—No queremos disculpas, Shane, queremos una explicación —dijo mamá.

—Yo quiero las dos —Franco apretó una sonrisa nada amigable.

Suspiré, ganándome una mala mirada de los dos. ¿Qué derecho tiene a estar hastiado? Imaginé lo que pensaban.

La verdad es que suspiraba para evitar gritar. Los gritos nunca me habían funcionado. Querían siempre de mí un ser racional.

No tenía sentido mentirles, era seguro que el policía ya les había contado todo lo que había visto con lujo de detalles.

—Devon hizo una fiesta en el sótano de su hotel. Yo estuve ahí.

Sobre el cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora