|Capítulo 1|

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Era un desastre al volante

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Era un desastre al volante. En realidad, siempre fui un desastre en cualquier actividad con un mínimo de seriedad que me proponía. Pero oye, campeona municipal en el arte de pintarme las uñas.

Mientras cantaba la canción que estaba de moda en ese momento, miraba el color que había elegido para mis manos: verde claro. En las del dedo anular me había tomado el tiempo de dibujarme unas margaritas, me quedaban preciosas.

En cuanto levanté la vista, tuve que pisar a fondo el pedal de freno.

Resulta que había llegado a Rusbell y estaba en la carretera principal. Y que casi atropellé un auto estacionado.

¿En qué momento me desvié al carril pegado a la acera?

Miré al costado para ubicarme dónde estaba. Era un edificio gigante y demasiado moderno para el pueblo en el que estaba. En la fachada, arriba de la puerta de vidrio se leía un cartel: "Hotel Miller".

Me creía perdida, pero estaba donde debía estar. Y con el auto ya estacionado, dato no menor —puesto que no había cosa que se me diera peor que estacionar—.

Ese verano iba a ser el mejor, lo había decidido en ese instante.

Aunque enseguida mis ilusiones se vinieron abajo, porque el auto que casi había atropellado, en realidad, lo había chocado. Y el auto, que en realidad era una camioneta, tenía la alarma activada. Mi imprudencia había provocado que esta se encendiera alarmando a todo el pueblo y, por su puesto, a su dueño.

Un chico de pelo negro con cara de pocos amigos salió enseguida corriendo del hotel con sus llaves en mano. Apagó la alarma y miró a los costados —supuse que mirando que no viniera nadie—. Recién entonces, se dignó a girarse hacia mí y mirarme con la peor mirada que jamás me habían dedicado.

—Acabas de chocar mi auto.

Y, por más que su semblante estuviera cargado de una seriedad propia de una persona enojada, su tono era tranquilo. Y tal vez fue porque esperaba un insulto escupido con furia que sus palabras me descolocaron. Hizo detener la corriente, normalmente salvaje, de mis pensamientos y que bajara a tierra por un segundo.

Hubo algo en eso, en lo cálidas que se sintieron sus palabras en ese contexto —aunque quizás en realidad no lo fueran—, que impidieron que jugara mi papel de hacerme la tonta.

Lo peor que podía hacerme alguien era tratarme bien.

—De verdad lo siento —me bajé del auto y me acerqué para hablarle—. No sé cuánto saldrá el arreglo, pero...

Miré su camioneta y quise morirme. Parecía cara, demasiado. Un arreglo a ese tipo de coche podía salir más que lo que salía mi Renault Clio de primera serie usado.

Debió haber percibido mi preocupación, porque su ceño fruncido se apaciguó y suspiró como si aceptara el hecho de que una extraña le había chocado el auto.

Sobre el cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora