|Capítulo 4|

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—¿Sabes qué sería divertido? —pregunté rompiendo la tensión

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—¿Sabes qué sería divertido? —pregunté rompiendo la tensión.

—¿Qué?

Su mirada cansada por un momento se tiñó de genuina curiosidad, como si aún en medio del desastre estaba interesado por escuchar lo que tenía para decir.

—Que ahora tu camioneta no arranque por mi culpa.

Se rio por lo bajo y sacudió la cabeza.

—Creo que tenemos distinta concepción de la diversión —dijo sonriéndome de lado.

—Definitivamente.

Nos quedamos en silencio por unos segundos. En lo único que pensaba era en mi necesidad de que se fuera para poder yo sacar el auto tranquila. La realidad es que no tenía problema con el espacio porque no tenía a nadie estacionado atrás, era una simple marcha atrás, girar un poco a la izquierda y avanzar.

El problema real era que me costaba arrancar el auto. En parte porque aún no se me daba genial todo el tema del manejo y en parte porque era un auto muy viejo y roto. Por fuera parecía hasta decente, pero era cuestión de intentar hacerlo andar y darse cuenta de que algo en el motor no estaba bien.

No quería hacer todo el show enfrente de Shane.

—¿No te vas a tu casa? —pregunté, además de por la obvia razón, porque parecía muy relajado contra la pared, como si no tuviera planes de irse.

—¿Honestamente? Creo que prefiero quedarme en la calle —dijo con una apretando los labios.

Algo en su tono me hizo pensar de que no estaba muy contento de eso.

Dejé que unos minutos pasaran y saqué un cigarrillo armado de mi cartera para entretenerme, todavía negada a arrancar el auto frente a él.

—¿Fumas?

Me lo puse en la boca y lo prendí con el encendedor que encontré entre toda la basura que había en mi bolso. Apenas le quedaba algo de líquido.

—Es tabaco natural, no es tan malo —me excusé.

Lo siguiente que supe es que la yema de sus dedos me rozó los labios mientras me sacaba el cigarrillo de la boca.

—Oye —me quejé.

Tenía sentido que fuera un moralista. Con todo esto de que sus padres eran alcaldes y no quería arruinar su imagen, podía imaginármelo siendo criado por adultos que le prohibían tomar, fumar o cualquier otra cosa que un adolescente intenta hacer para salir de la regla. No lo había visto tomar en toda la noche.

Pero en vez de tirarlo al suelo, se lo llevó a los labios. Aspiró por el mismo filtro que habían tocado mis labios y exhaló el humo hacia arriba, evitando que se me viniera encima.

Me miró a los ojos y pude ver que desvió la vista hacia mis labios —entreabiertos de la sorpresa— por un segundo. Se corrigió enseguida.

Todo en él era jodidamente caliente.

Sobre el cielo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora