Capítulo IX: Niebla y miedo - primera parte

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Les tomó cerca de cuatro días llegar al centro y llevaban uno sin comer. La comida se había echado perder por la humedad. Lo mejor era que se apresuraran si no quería que la factura por una forzada dieta baja calorías fuera demasiado alta a la hora de regresar.

Habían salido en una parte alta. Al igual que en la entrada, la salida tenía múltiples puntos de llegada, Isabel y Raphaella se encontraban en una que les permitía apreciar el panorama en su totalidad. El corazón del lugar era una enorme esfera iluminada por los riachuelos que fluían varios metros debajo de donde estaban, brillaban cual pequeñas estrellas yacieran en el fondo, diversos túneles desembocaban en ellos, algunos arrastrando naturaleza del exterior y otros claros. Era un sitio largo y espacioso. La vida existía en forma de tréboles rojos, lianas marrones y flores moradas, colores que resplandecían como focos encendidos. Conforme avizoraba, Raphaella pudo ver los talismanes, centelleaban igual que cristales en los alrededores.

—Son hermosos —murmuró.

—¿Quiénes?

—Los talismanes —explicó—, brillan como soles.

—No puedo verlos —susurró la reina con decepción—. Ya no.

—Está bien, yo lo hago. Hay amarillos, azules y rojos. Gama, beta y alfa... Solo uno. —Raphaella escaneó el lugar, buscando la forma de llegar a donde el punto resplandecía. La cascada que alimentaba al río central caía a un costado, resguardando al alfa en la parte alta—. Tendré que bajar y luego escalar hasta esa punta. Está enterrado allí. —Señaló a la par que explicaba su plan

—Puedo cargarte.

—No —rechazó la idea—. Es algo que debo hacer yo, debo conseguirlo sola. —Si lo permitía, no estaría segura de qué tanto habría hecho ella y qué tanto la reina, y ya tenía bastantes conflictos acerca de lo que significaba usar el apellido en su beneficio como para sumar algo más—. Al final de cuentas es el talismán la cristalización de mi valía según los herederos. —Se encogió de hombros como si de verdad no le importara.

Respiró profundo para hacer acopio de su valentía y comenzó a descender con lentitud, la reina tras ella. No era tarea sencilla. Las rocas eran resbaladizas y cualquier tropezón podía significar el fin. Si fallaba, no habría forma de detener su caída hasta haberse estrellado contra las rocas del fondo.

No tuvo idea de cuánto tardó, mas una vez al pie de la cascadita, se obligó a trepar aun si sus pies dolían, como lo hacían en ese momento.

—No me sigas —pidió a la reina, no precisó de respuesta, sabía que la obedecería.

Los peñascos eran todavía más traicioneros que en la bajada y los pequeños bordes que podrían ofrecer seguridad no lo hacían por la humedad, pero continuó subiendo, recordándose a cada paso cuál era su objetivo. Un pie arriba del otro y pronto alcanzaría la cima. Estuvo cerca de caer un par de veces y, en ambas fue salvada por Isabel. Era innegable que tenía mejor dominio de la telequinesia, le agradeció vía telepática y trato de perdonarse a sí misma que tuviera necesidad de ella.

Al llegar a la cima, se consintió descansar unos minutos sobre el pequeño borde en donde yacía el talismán. El sudor corría por su frente. Sonrió a Isabel desde lo alto y se sintió orgullosa como pocas veces había hecho. Raph hacía las cosas por deber, por honor y por miedo, y aun cuando las hacía bien nada en ella se congratulaba, esa ocasión, aunque el triunfo era pequeño, la alegría era mayor, había subido por su cuenta, bueno, casi.

Se levantó y limpió su rostro en el agua, estaba fría, pero era tan clara como nunca la había visto. Estuvo tentada a beberla, mas se contuvo. Isabel no la había probado, así que bien podría ser venenosa. No importaba si los libros no daban cuenta de ello, más le valía ser precavida. Además, la falta de aseveración no hacía de la negación una certeza.

Fue muy poco el tiempo que descansó, y sin duda no suficiente para que sus pulmones y agarrotados miembros se recuperaran e hicieran buen frente a la hechicera que recién descubría por el rabillo del ojo. Se incorporó despacio, hacer movimientos bruscos frente a un depredador era de las peores ideas. Y la niebla, eso era.

Hizo que a su cabeza acudieran todas las enseñanzas de las familias padre a lo largo de sus años de estudio. Eran, como los hechiceros klima, hábiles controlando la meteorología, pero lo que los diferenciaba era que, mientras el hechicero común klima se limitaba a cuestiones del ambiente, las nieblas además de superarlos en fuerza podían hacer de los recursos naturales unos venenosos. El aliento que tomaba podía ser el último, el agua que estuvo a nada de beber la causa de su muerte. Solo esperaba que su contrincante no fuera tan poderosa.

Antonina la veía desconcertada, sus ojos verdes la analizaban de arriba abajo como si buscara el tesoro de Babilonia en su cuerpo.

—¿Cómo es posible? No te siento... —Su contrincante frunció el ceño, luego cambió de hilo—. De todas las hechiceras, no creí que fueras a ser tú quien intentara robarme —siseó.

«¿Sentir?»

La hechicera se movió con lentitud formando un círculo, y Raphaella imitó sus acciones para mantener la distancia entre ellas.

—No estoy robando nada —se defendió.

—En tal caso, no te molestará irte. Este es mi talismán, llegué primero. —Antonina se alejó un paso solo para conjurar, sus delgados dedos se movieron con maestría y celeridad.

Y cuando Raph quiso objetar sobre si era o no suyo, descubrió su garganta obstaculizada. Pronto el miedo anidó en su pecho. Si la hechicera lo decidía podía extender el hechizo hasta sus pulmones y matarla allí mismo, sin que pudiera gritar por ayuda. La nigromante respiró profundo para serenarse y asegurarse de que el resto de sus vías funcionara. Luego, se concentró en empujar a Antonina imaginando que un enorme puño de acero la golpeaba tan fuerte que la dejaba inconsciente. No fue así, pero al menos logró que la hechicera retachara contra las piedras haciéndola enojar todavía más... Tal vez no había sido tan buena idea.

—¿Ama? —llamó Isabel—. ¿Debería subir y ayudar?

La expresión sorprendida de Antonina le reveló que tampoco la había sentido. Se recuperó un instante después.

—No estás sola. —Sonrió y el gesto envío escalofríos por toda la columna de Raph—. Esto será interesante. ¿Cuánto Od tendrá tu compañera? Sería de utilidad para mi hechizo, sin duda muy provechoso. —La niebla se acercó a la orilla para ver a la reina y alzó la mano para saludarla.

A la nigromante solo le tomó un parpadeo perderse el ascenso de Isabel, cuando abrió los ojos ya estaba delante de ella con la espada apuntando a Antonina.

«No puedo hablar» Raph intentó moverse. «Y tampoco moverme»

—Esa distancia es suficiente, hechicera —advirtió la Loba de Francia—. No me obliguéis a lastimaros.

Gracias a libros y a palabras de Sebastian, sabía que un hechicero común no podía vencer a un espíritu, menos todavía bajo las palabras que había empleado al llamarla; y Antonina, aunque poderosa e hija de una familia padre, no sería ningún problema.

Los ojos de la niebla se entrecerraron hasta ser pequeñas líneas sobre los pómulos.

—No me amenaces —silbó—. Entre hechiceras podemos matarnos, pero una tercera involucrada sería una violación a las reglas. —Comenzó a mover los dedos de nuevo—. Te descalificarían y serías relegada a una paria.

Hada de Sombras [Almas Siniestras I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora