Capítulo IX: Niebla y miedo - segunda parte

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Raphaella no tuvo oportunidad de analizar sus palabras, la reina robó su atención al saltar sobre Antonina para detener su hechizo. La derrumbó sobre el pecho y le colocó las manos en la espalda de tal guisa que Isabel mantuvo sujetos sus brazos, impidiéndole conjurar más.

—¿Matarnos? —Los pensamientos de Raph se vocalizaron, la había liberado—. ¿De qué hablas? No somos asesinas, somos ganado y el ganado no se come a sí mismo.

La nigromante se aferraba a la idea de que sus acciones no habían sido más que en defensa propia, sí, había matado, pero no por alevosía. Y, sí, había sido atacada, pero quería creer que fue cuestión de una suma de circunstancias, no que deliberadamente hubiesen tratado de asesinarla.

Antonina estaba rompiendo las mentiras que se había dicho para proteger su humanidad. Sin embargo, algo hizo clic en su cabeza y la comprensión afloró en medio de sus recuerdos, entendió los motivos por los que la térrea y la ilusionista habían actuado como lo hicieron.

—El Bosque siempre exige al menos un sacrificio, y lo sabes. Nunca pueden entrar menos de nueve contrincantes, una siempre se quedará y alimentará con su magia la tierra. —Antonina respiró con dificultad—. El Bosque puede elegir o nosotras matar a una. Cuando la sangre haya sido regada, este mundo se asegurará de devolver a las restantes con vida. —Puso los ojos en blanco—. ¿Es que nadie te advirtió o hiciste oídos sordos a las enseñanzas de tu padre?

Su revelación y pregunta fueron golpes certeros a su pecho. Esa era la verdad: el padre de los Marlowe nunca se había detenido a decirle qué o qué no hacer en la prueba. Sabía del sacrificio, cómo no iba a hacerlo, pero no de la posibilidad de matarse entre ellas. ¿Por eso el Bosque las había colocado tan cerca cuando entraron? ¿De él provinieron aquellos pensamientos de ver sangre correr? Raphaella jadeó, abrumada.

—Déjala ir. —Todavía podía resarcirse.

Obedeciendo, Isabel se levantó con la gracia propia de su rango y caminó hasta detenerse unos pasos frente a ella, asegurándose de protegerla, pero no de cubrir su imagen, Raph era más pequeña. Una vez libre, la niebla empezó a conjurar y una sonrisa en sus labios cada vez más pálidos floreció como un mal agüero. La nigromante vislumbró sus intenciones y no pudo sino enojarse. ¡Le había permitido vivir! Bufó. No había tiempo de apelar a la razón, Antonina extendería su poder para asesinarlas, y tampoco lo había para bajar con delicadeza. La niebla no tendría piedad, no podía si aspiraba a la corona de la isla y quería ser una Von Lovenberg.

Perfecto, así se libraba de considerar al heredero principal.

—¡Atrápame! —ordenó antes de lanzarse al vacío.

Un segundo después, Isabel obedeció saltando con mayor impulso, logrando de ese modo tomarla en sus brazos antes de tocar el suelo. Sin embargo, no fue suficiente para estar a salvo. Antonina les envió una ola de poder telequinético que consiguió tirarlas a uno de los ríos.

Hada de Sombras [Almas Siniestras I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora