Los rayos del sol caían suavemente en el jardín de su minúscula escuela, Raphaella los siguió con la mirada y ladeó la cabeza para continuar con la línea imaginaria cuando uno se topó con pared. Luego volvió a enderezarse. Estaba sentada en una banca de piedra, bajo la sombra de un árbol y a unos metros de la fuente de Jemayá, la diosa nigeriana. Sus ojos se perdieron en ella, sus esbeltos brazos se alzaban al cielo y de sus ojos el agua nacía para descender por su complexión.
Desvió la mirada para centrarse en sus compañeros. Había hechiceros paseando por las áreas verdes. Un par de enamorados que besaba bajo la sombra de un árbol. Un grupo de tres hombres que discutía acerca de si se le dificultaría a un hechicero de fuego aprender magia de agua. Intentó leer sus mentes por diversión y en respuesta recibió una descarga eléctrica por todo el cuerpo. Mordió su labio inferior, eso le pasaba por metiche. Continuó oteando el jardín hasta reparar por casualidad en el que había sido su amor platónico desde los diecisiete. Mentira, no había sido coincidencia, lo estaba buscando. A quién quería engañar.
Ivar Fraser, heredero de los Fraser y con un enorme potencial para la magia cantante. Su familia controlaba el comportamiento de los animales y era la única casa en la que todo hechicero cantante tenía un familiar. El poder de los escoceses era asombroso, podían convocar a un elefante y pasear sobre él, o llamar a una pantera y permitir que devorase todo a su alrededor. Raphaella se preguntaba si se comunicarían en alguna especie de lenguaje o simplemente se entendían por reacciones y emociones. Sus investigaciones no habían sido precisamente esclarecedoras, decían que para cada hechicero era diferente y pocas veces igual.
Durante un tiempo deseó intercambiar su habilidad por alguna otra, y la magia cantante había figurado en la lista. Cuando era pequeña convocar muertos no era la mejor forma de pasar el tiempo, jugar con animales se le antojaba más divertido.
Ah, la magia, tan maleable como rígida. Su mundo tenía una estricta jerarquía y la posición en ella daba cuenta del poder del heredero. A pesar de que Ivar no pertenecía a las tres primeras familias fundadoras, se estaba posicionando de maravilla en la burocracia mágica, sus proezas eran susurradas por todos e incluso se rumoreaba que él no tendría que hacer la Ceremonia de Aceptación en el Gremio de la Primera Esencia.
Raphaella lo siguió con la mirada hasta que lo vio unirse a su mejor amigo. Suspiró. A ella le encantaba observarlo, y ser testigo de cómo sus ojos se achicaban al grado de ser dos pequeños destellos dorados con labios gruesos adelgazados por la alegría cada vez que reía.
En ese momento, él hablaba con Vincent Ficquelmont, el segundo en la línea de los Ficquelmont. Raph no se molestó en disimular la descarada mirada que le dirigía. En realidad, no estaba prestando atención a si alguien la observaba o no.
—E Ivar Fraser se disculpa con su amigo y camina hacia a mí —narró en voz baja.
No sucedió, por supuesto. Nadie la escuchó, tampoco. Raphaella había aprendido de su padre a crear burbujas que la alejaran del ruido indeseado del exterior y mantuvieran lo interno en un secreto. Le dedicó unos segundos más al pelirrojo y no pudo haber sido más que un error porque entonces el hechicero también la miró a ella. Agachó la cabeza, abrazó el libro que leía antes de perderse en el jardín y se levantó sin volver la vista.
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Hada de Sombras [Almas Siniestras I]
FantasiRaphaella es una nigromante que debe sobrevivir a una prueba a muerte mientras lidia con un asesino serial al que ha liberado. *** Raphaella Marlowe sabe que no tendrá mucho futuro en el mundo de la magia si no logra sobrevivir a la Prueba de Sangr...