CAPÍTULO 2 | El señor del banco

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Fue a parar nuestro pequeño chico arrastrado por el viento y probablemente también por el olor a comida a un bar unas calles más abajo, no muy lejos de su casa ni tampoco muy cerca.

Se paró frente a un señor barbudo y trajeado que se encontraba sentado en un banco de madera justo en la puerta de dicho bar. Miraba su reloj constantemente mientras comía algo que tenía en las manos.

—Señor, señor, ¿que está haciendo? —preguntó el niño con curiosidad.

—Estoy comiendo, ¿no lo ves, pequeño? —respondió el señor, algo amargado.

Esperaba que esa respuesta algo descortés callara al chiquillo, pero bien equivocado estaba cuando volvió a preguntarle:

—¿Dos bocadillos a la vez?

El hombre estaba harto de este niño que tantas preguntas tenía, pero por educación siguió respondiendo:

—Sí, estoy almorzando y cenando, no tengo mucho tiempo y menos para perderlo hablando con un niñato. Ahora, ¡largo de aquí!

Y el chiquitín salió corriendo de allí, por miedo a que ese hombre tan antipático le pudiera hacer algo y en parte por la de decepción que le había causado que ese señor al ver que no era precisamente muy diferente a sus padres.

«Será un caso excepcional. Gente con prisas hay en todas partes. Ya habrá más gente a la que le sobre tiempo», se dijo a sí mismo.

Ese día volvió algo triste a casa, pensando que el mundo exterior sería más diferente que la vida en su hogar, que lo llamaba así aunque no se sintiese acogido allí.

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