CAPÍTULO 4 | El colegio

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La profesora entró en clase como de costumbre y tras un breve saludo a la clase sacó una tiza y comenzó a escribir.

Los alumnos copiaban todo con rapidez mientras la maestra, en silencio, seguía copiando. Para que le diera tiempo con todo el temario, debía completar al menos cinco pizarras con apuntes, o eso le habían hecho creer. De igual modo, aquellos chicos sentados en los pupitres tenían que ser lo suficientemente veloces como para poder transcribir toda esa información antes de que la profesora utilizara el borrador.

No se admitían preguntas. Vistas como una interrupción, los alumnos debían levantarse e ir a una esquina de la clase, donde se encontraba el Libro de Respuestas, un gran número de folios que tenía las soluciones a todos los problemas que se le habían presentado anteriormente a otros alumnos. Si aun no estaba la respuesta a tu pregunta, debías escribirla y esperar al día siguiente para saber la respuesta. Podría parecer algo estúpido, y en parte así lo era para estos estudiantes, pero el tiempo era valioso y la profesora no estaba dispuesta a utilizar el suyo en responder preguntas.

En cuanto terminó de escribir la última pizarra, la maestra se fue corriendo de la habitación con treinta niños. Había acabado cinco segundos antes de lo previsto. Si lograba hacer lo mismo durante el resto de horas del día, quizá podría tener tiempo para leer media página de un libro. Quién sabe.

Ella siempre les decía que nunca tenía tiempo. Pero, ¿en qué gastaría el tiempo que no usa para dormir ni trabajar? A veces nuestro pequeño amigo sentía que todo era muy parecido al libro Momo, de Michael Ende. Si no fuera porque sus padres les dijeron que así era la vida adulta -dormir, comer y trabajar-, ya hubiera sospechado de unos hombres grises que roban el tiempo de la gente.

Pero nuestro pequeño sabía que había algo peor entre manos, algo que realmente estaba causando todo esto y nadie se daba cuenta, porque hay cosas que solo se pueden ver a través de los ojos de un niño. Y estaba dispuesto a descubrir qué era eso que aparentemente hacía a la gente ir con tantas prisas. Los niños pequeños saben cosas que los adultos no pueden saber porque no piensan de la misma forma que un menor de edad.

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