Es miércoles por la tarde y no hago más que pensar en cómo hacer para coincidir con Ángel. Me he pasado estos días mirando el móvil un millón de veces, esperando un mensaje por su parte. Lo fácil sería que yo le mandara un whatsapp, pidiéndole un libro o algo, pero después de todo lo que ha pasado entre nosotros en dos semanas, me siento estúpida enviando ahora un mensaje así. Más que nada porque sé que sabrá que mi interés va más allá del libro. Decido bajar a la playa, cosa que no he hecho en los últimos días, así que cojo un par de cosas y salgo por la ventana. Paseo un rato y después me siento a leer. Cuando Aquiles me da una lengüetada, le acaricio el hocico y miro alrededor buscando a Ángel pero para mi desgracia, Aquiles ha decidido bajar por su cuenta. Me hace compañía durante un rato y cuando unas nubes negras comienzan a aparecer por el horizonte decido que es hora de volver a casa. Me fastidia no haber coincidido con Ángel, pero no siempre va a resultar tan fácil.
Me despido de Aquiles en mi ventana y no más pisar el suelo de mi habitación oigo un suave maullido. ¿Un gato? ¿Dónde? Intento ubicar el sonido y sin duda alguna viene de debajo de mi cama. Me tiro al suelo y levanto un lado de la colcha. Unos brillantes ojitos verdes me miran desde la oscuridad y yo le llamo para que salga.
—Ven, chiquitín. No te voy a hacer nada...
Se acerca a mi mano y al salir a la luz veo que es una de las crías de Pixca, la gatita negra que tanto me gustaba. Para colmo lleva un lacito en el cuello lo que me hace pensar que se trata de un regalo. ¿De Ángel? Resulta desconcertante.
Cojo mi móvil y escribo mientras el pequeño animalito sube a mi regazo.
"Hay una gatita en mi cuarto, ¿sabes tu algo de esto?".
Ni treinta segundos y tengo respuesta.
"Es tuya. Si quieres, claro".
"¿Me la das por hacerme un regalo o porque tienes que "colocar" a todas las crías?".
Unos segundos.
"¿Tú qué crees? Lleva un lazo..."
"Gracias. Aunque no se si sabes lo mal que se me da cuidar animales. Siendo su dueña, las posibilidades de mortalidad aumentan terriblemente".
"No te preocupes. Los gatos se cuidan solos".
No sé qué más decir. Estoy alucinada pues es el mejor regalo que me han hecho nunca. Y ha sido él. Le quito el lacito y la cojo en brazos. Al deslizar la mano por su lomo comienza a ronronear y descubro que es el sonido más relajante del mundo.
Suena un nuevo mensaje.
"Tienes que ponerle nombre".
Es cierto. No me lo pienso mucho.
"Beltza".
"????"
"Significa negra en euskera".
"Suena bien".
Salgo de la habitación con Beltza en la mano y mi madre me mira interrogante.
—¿De dónde ha salido esa preciosidad? —dice con voz ridícula mientras alarga las manos y me la roba.
—Me la ha dado Ángel. Tiene una camada de la que deshacerse y bueno, me ofreció quedarme con ella —miento. Me suena demasiado fuerte decir que me la ha regalado sin desatar una catarata de preguntas respecto a los motivos de semejante obsequio.
—¡Me encanta! —responde achuchándola.
Mi padre entra en casa y nos encuentra a las dos jugando con Beltza. Nos mira como si estuviéramos locas, pero en cuanto se agacha y esta se deja rascar la tripa mientras intenta morderle la mano, sé que le ha conquistado por completo.
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La vida de Ux
Novela JuvenilUxue es una adolescente que, por culpa de la crisis, se encuentra de la noche a la mañana obligada a empezar una nueva vida a cientos de kilómetros de Bilbao. Cambiar la ciudad por un pequeño pueblo en la costa de Galicia, no resultará fácil. Todo...