80. Segundo paso.

775 67 31
                                    

El amor a veces, por no decir siempre, suele ser relativo, puede ser objetivo, puedes verlo de otra forma a menudo, no se puede definir como algo puro o algo maligno porque sinceramente no existe Dios que pueda describirlo y lo pruebe como tal. Cada alma y cada corazón lo percibe distinto y ninguna puede equivocarse en su fundamentación.

Y aunque sea así, siempre se da una noción de lo que no debería ser el amor.

Quackity aprendió eso con experiencias que a veces, ni siquiera tienen un verdadero propósito, sólo existen.

Luzu creía que el amor era como un cuento infantil, algo que es igual de válido que decir que una hada o un ratoncillo va hacía tu casa debajo de tu almohada robando tu diente con sangre y dejando una moneda de mugre bajo tu cabeza. Pensar en que podría amar a otro ser humano como a Auron era imposible.

En cambio, quackity se encaprichó con la idea de que un amor perfecto era en donde la sumisión estuviera presente, siendo él el dominador, o en su mayoría; el sumiso. La fantasía de vivir una vida sirviendo a otro ser superior le encantaba y demás que tenía un gusto masoquista lo complacía.

Sabiendo la diferencia de sus libros de vida distintos se unieron en una pareja, y aunque era un proceso largo, querían rehabilitarse juntos, como un dúo, y a su vez; separados. Para darse su tiempo de meditación sabiendo que el apoyo mutuo existe.

No había desecho sus maletas, hizo más, y luzu empacó lo necesario.

Incluso sabiendo que todo había concluido, que había tomado una decisión, de igual forma tenía que cerrar ciclos como lo era su dolor. Quackity había pasado meses en un departamento que al principio tenía focos de luces.

Y luego solo era neón y oscuro como si su pena se pudiera recrear en la luz, se estiró soltando un suspiro largo frunciendo el ceño. Usando su llave torció el cerrojo apartándose del bloqueo, abrió la manilla tocandola un poco sintiendo como la electricidad tocaba sus neuronas poco a poco en un estado de shock.

Jadeó con fuerza tratando de contenerse del ataque de pánico cuando finalmente la madera rechinó con una sensación de nostalgia como del miedo. Aspiró tranquilamente dando los primeros pasos dentro.

La mayoría era un desastre total, y todavía recordaba cómo era el suelo cuando los vasos de vidrios solían romperse haciéndole heridas en los tobillos tanto como pies llenos de vendas. Frustrado sacudió su cabeza yendo dentro de la Sala cerrando la puerta detrás de su espalda.

Soltó un quejido con las piernas temblando por el sonido ni siquiera rudo de la puerta al cerrar, trató de olvidar lo que era entrar allí poco a poco con la ilusión de solo sacar unas pocas cosas. Olía horrible y la minúscula comida que quedaba, o al menos el resto de ella ya había caducado, el refrigerador se había descompuesto y básicamente había polvo por cada mueble al cual siquiera tocaba.

Abrió la puerta de su ya desteñida habitación putrefacta tapando los huecos de su nariz con esperanza de que el olor ya desapareciera, quizás simplemente se estaba acostumbrando a un departamento cerrado y descompuesto en todos los sentidos posibles. Tenía que sacar algo de ropa vieja o un útil que le fuera a ayudar.

De inmediato apuntó a su antiguo clóset que ya no tenía sus lindos estampados de pintura, ya que estaban descuidados. Sacó de aquel algo de ropa mal oliente y sucia mientras sonreía cuando la doblaba sabiendo que su nuevo paso sería inmenso. Era él quien decidía qué ponerse. 

Soltó risitas antes de tocar la tela que lo hizo retroceder.

Era una camiseta oscura y el estampado le daba la prueba de que no se había acabado, su reacción lo hizo, la camiseta de Nirvana, la famosa camiseta. Esa que era como un legado, un recordatorio. Las lágrimas salieron de sus ojos cruzando todas sus mejillas inundando su pobre cara pequeña, trató de controlarse pero simplemente dejó la prenda por encima de sus rodillas agachandose con las piernas tumbadas.

ᵍʰᵒˢᵗ ᵇᵒʸ. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora