Imperio Safavida.

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Caminaba sin rumbo por los pasillos del castillo, mi mente un torbellino de pensamientos confusos

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Caminaba sin rumbo por los pasillos del castillo, mi mente un torbellino de pensamientos confusos. La primera parte de mi plan ya estaba completa: mi familia estaba a salvo en Venecia. Pero eso no me daba respuestas sobre el siguiente paso. Mi deseo de venganza seguía sin tener forma concreta, y me sentía atrapada en una maraña de incertidumbre.

Las paredes del castillo se deslizaban a mi alrededor, y, sin darme cuenta, entré en una habitación que no había planeado explorar. Al instante, me encontré frente a frente con Leonardo, el joven pintor que había tenido el descaro de irritarme anteriormente. Estaba de pie frente a un lienzo, con un pincel en la mano, su expresión una mezcla de sorpresa y fastidio al verme.

—¿Otra vez tú? —preguntó Leonardo, su tono cargado de desdén.

La sorpresa de encontrarlo aquí no hizo más que aumentar mi frustración. No tenía tiempo para pelear, pero su actitud me hizo querer descargar mi enojo.

—No tengo tiempo para pelear, lagartija —respondí, intentando mantener la calma a pesar de mi creciente irritación.

Leonardo arqueó una ceja, claramente no impresionado por mi intento de evitar la confrontación. Dejó el pincel sobre el lienzo y cruzó los brazos, mirándome con un aire de desafío.

—Entonces, ¿Qué te trae por aquí? ¿Vas a seguir molestándome sin razón?

Al escuchar la pregunta de Leonardo, no pude evitar dar una mirada de desdén antes de rodar los ojos. Estaba tan atrapada en mi propio caos mental que me resultaba imposible concentrarme en una conversación sin sentido. Pero de repente, algo captó mi atención: una pintura en la pared.

Mi mirada se posó en un cuadro que representaba un palacio majestuoso. La escena me era increíblemente familiar, y una oleada de sorpresa y nostalgia me invadió. Sin pensarlo dos veces, me dirigí rápidamente hacia la pintura, la tomé entre mis manos, y mis ojos se llenaron de un sentimiento que apenas podía describir.

Leonardo me observó con un aire de irritación creciente y, al verme sostener su obra, exclamó:

—¡Saca tus manos de mi cuadro!

Pero yo no podía apartar la vista de la pintura. Mi mente estaba inundada de recuerdos y emociones que no podía controlar. Con voz temblorosa y llena de curiosidad, le pregunté:

—¿De dónde conoces este paisaje? ¿Cómo es que este palacio...?

El tono de mi voz, cargado de tristeza y confusión, hizo que Leonardo se detuviera. Notó la intensidad de mis sentimientos y la expresión de miedo en mi rostro. Sus ojos, que antes estaban llenos de desafío, se suavizaron.

—Es el palacio de la dinastía Safavida —explicó con voz más suave—. Pinte esto basándome en descripciones y relatos históricos. Nunca he estado allí, pero me cautivó la historia de su majestuosidad.

𝕷𝖆 𝕾𝖚𝖑𝖙𝖆𝖓𝖆 𝕯𝖊 𝕸𝖊𝖙𝖆𝖑|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora