El sol de la tarde bañaba el puerto de Venecia con una luz dorada mientras el barco atracaba lentamente. Los últimos catorce días en el mar habían sido agotadores, y sentí un alivio inmenso al ver la tierra firme por primera vez en tanto tiempo. El bullicio del puerto, con su mezcla de voces en distintos idiomas, el olor a salitre y pescado fresco, y la actividad constante de los comerciantes y marineros, era una bienvenida vibrante y animada.
Llevaba puesta una capa negra que ocultaba hasta mi rostro, intentando pasar desapercibida. Murad, mi hermano de diez años, caminaba a mi lado, tambaleándose ligeramente con cada paso. A diferencia de mí, él no había llevado bien el viaje. Su rostro estaba pálido y sus ojos, normalmente llenos de curiosidad, ahora mostraban una fatiga evidente.
El peso de nuestra situación nos oprimía a ambos. Estábamos en Venecia como fugitivos, huyendo del alcance de nuestro abuelo, el sultán Suleiman, que buscaba ejecutarnos a nosotros, a nuestra abuela Hurrem, a nuestra tía Şah y a nuestra tía Nurbanu. La incertidumbre y el miedo se mezclaban con el cansancio, haciendo que cada paso se sintiera más pesado.
Una vez en tierra firme, me agaché para estar a la altura de Murad y le sostuve delicadamente el rostro entre mis manos, tratando de infundirle algo de mi propia fortaleza. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, Murad murmuró con una voz débil y angustiada:
—Creo que voy a vomitar.
Reprimí una risa nerviosa, comprendiendo que para él el viaje había sido más una tortura que una aventura. Tomé una respiración profunda y le hablé con suavidad pero con firmeza.
—Por favor, no —dije, tratando de mantener la calma en mi voz y de distraerlo con una sonrisa cálida—. Mira, ya estamos en tierra. Solo un poco más y estaremos en un lugar seguro, donde podrás descansar y sentirte mejor.
Murad asintió débilmente, aferrándose a mis palabras como si fueran un salvavidas. Me levanté, tomé su mano y juntos comenzamos a caminar hacia el carruaje que nos esperaba, con la esperanza de que el bullicio y la belleza de Venecia pudieran aliviar el malestar de mi hermano y hacer que este nuevo capítulo en nuestra vida comenzara con más alegría y menos mareos.
El bullicio del puerto seguía resonando a nuestro alrededor mientras Murad y yo esperábamos, tratando de mantener la calma. Poco después, vi cómo nuestra tía Nurbanu descendía del barco, sosteniendo de la mano a nuestras abuela Hurrem y tía Şah. Las tres llevaban también capas negras que ocultaban sus rostros, intentando pasar desapercibidas.
Nurbanu nos miró y se acercó rápidamente. Sus ojos mostraban una mezcla de determinación y preocupación. Al llegar a nuestra altura, se inclinó ligeramente y nos habló en un tono calmado pero firme.
—Guarden la calma, mis queridos —dijo, mirándonos con ternura—. Dentro de poco vendrá un carruaje a recogernos. He logrado contactarme con la realeza veneciana, y nos acogerán en su castillo.
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𝕷𝖆 𝕾𝖚𝖑𝖙𝖆𝖓𝖆 𝕯𝖊 𝕸𝖊𝖙𝖆𝖑|
Fiksi SejarahLuego de la muerte de literalmente toda su familia, la Sultana Ayse miro a la nada. Lo había perdudo todo en menos de un mes, no quedaba nada de lo que alguna vez había llegado a amar. Ni restos de sus más amados quedaban, ni sus hermanos, ni sus tí...