Hatice Sultan.

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Hatice entró a la sala de su palacio con la elegancia y firmeza que la caracterizaban

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Hatice entró a la sala de su palacio con la elegancia y firmeza que la caracterizaban. Las criadas, al verla, inmediatamente tomaron de las manos a las hijas de Nurbanu y salieron de la sala en silencio, dejándola sola. El ambiente se tornó tenso, y Hatice miró a una de las hatun con una expresión de expectativa y preocupación.

—¿Hay alguna noticia sobre el sultanato? —preguntó Hatice, su voz firme y autoritaria.

La criada, con la cabeza gacha, titubeó un momento antes de responder.

—Mi sultana... Hurrem y Ayse han escapado —dijo en un susurro apenas audible.

Un silencio sepulcral cayó sobre la sala. Hatice sintió una oleada de ira recorrer su cuerpo, y sus ojos se encendieron con una furia contenida.

—¡¿Cómo pudieron permitir esto?! —exclamó, su voz resonando en las paredes de la sala. Caminó de un lado a otro, sus pasos resonando con fuerza en el suelo. La criada retrocedió un poco, temerosa de la reacción de Hatice.

Hatice golpeó una mesa con su mano abierta, haciendo que algunos objetos cayeran al suelo con un estrépito.

—¡Incompetentes! —gritó, su rostro enrojecido por la ira—. ¡Encuéntrenlas! ¡No permitiré que destruyan todo lo que he construido! ¡Hurrem y Ayse deben ser detenidas!

Después del grito de Hatice, las criadas salieron huyendo inmediatamente, aterradas por la furia de su sultana. La sala quedó en un inquietante silencio, roto solo por los pasos apresurados de Hatice que iba y venía como una leona enjaulada.

—Hurrem... —susurró entre dientes, con una mezcla de odio y desesperación.

Guardó silencio por un momento, sus pensamientos sumidos en el pasado. Recordó el día en que Hurrem llegó al harem del sultán, hace más de cuarenta años. Desde entonces, la tranquilidad había sido una ilusión. Hurrem, con su astucia y ambición, había desatado un sinfín de problemas para su dinastía. Cada paso de Hurrem había sido un desafío, cada movimiento una amenaza.

—Desde que esa mujer puso un pie en el harem, solo hemos tenido desgracias —murmuró Hatice para sí misma, sus ojos llenos de una mezcla de tristeza y furia—. Y luego, el nacimiento de Kosem...

La imagen de su sobrina, la sultana Kosem, apareció en su mente. Kosem, con su belleza y su inteligencia, había traído una nueva era de problemas. Su ascenso al poder, sus decisiones, y su trágico final habían dejado cicatrices profundas en el imperio.

—La sultana Kosem, que en paz descanse... —Hatice dejó escapar un suspiro amargo—. Solo marcó otra etapa de problemas para nuestra dinastía.

Se detuvo por un momento, mirando por una ventana al vasto palacio que se extendía ante ella. El imperio, que había sido su hogar y su vida, ahora parecía desmoronarse bajo el peso de las intrigas y las traiciones.

𝕷𝖆 𝕾𝖚𝖑𝖙𝖆𝖓𝖆 𝕯𝖊 𝕸𝖊𝖙𝖆𝖑|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora