Cuando Leonardo me susurró que sería mejor esperar en la habitación, asentí en silencio. No podía pensar con claridad, pero algo en su voz me decía que debíamos detenernos un momento. Busqué una vela en el rincón de la habitación y, después de encenderla con un fósforo tembloroso, me volví hacia él. La luz de la vela era tenue, pero suficiente para revelar la penumbra que había estado envolviendo el palacio.
El rostro de Leonardo reflejaba una mezcla de terror y preocupación mientras observaba la habitación que comenzaba a revelar sus oscuros secretos. Yo también sentía un nudo en el estómago, y una oleada de incomodidad me invadió cuando el resplandor de la vela empezó a iluminar los rincones oscuros. Un olor a putrefacción se intensificó con la luz, y mi corazón comenzó a latir con fuerza.
Sin embargo, lo que vimos después nos heló la sangre. La vela proyectó una luz macabra sobre una escena que parecía sacada de una pesadilla. Los cuerpos de Fatma, Mehmed y Gevherhan yacían en el suelo, completamente degollados, masacrados y desfigurados. La sangre aún estaba fresca en el suelo, formando charcos que se mezclaban con la suciedad. Las expresiones de terror en los rostros de las más pequeñas eran desgarradoras, como si estuvieran atrapadas en un momento de agonía interminable.
Mi primer impulso fue gritar, pero me llevé las manos a la boca con la esperanza de ahogar el grito que quería escapar de mis labios. No pude contener las lágrimas que comenzaron a brotar de mis ojos. Cada rincón de la habitación parecía llorar por la tragedia que se había desatado aquí.
Leonardo, con la vela en una mano, rápidamente me atrajo hacia él con la otra. Colocó mi cabeza entre su pecho y susurró en un tono suave pero urgente:
—No mires, por favor. No mires, Ayse.
Sus palabras eran un intento de protegerme del horror que estábamos presenciando. Su voz temblaba con un temeroso cuidado, y su abrazo, aunque no podía borrar el dolor, ofrecía un pequeño consuelo en medio de la desesperación. Me aferré a él, buscando cualquier tipo de refugio en su presencia.
El tiempo parecía detenerse mientras nos manteníamos estáticos en medio de esa habitación de pesadilla. Los latidos de nuestros corazones resonaban en la quietud, y el dolor que sentíamos era palpable. Aunque ninguno de los dos se movía, ambos estábamos inmóviles, atrapados en un terror que no podíamos escapar.
Finalmente, Leonardo comenzó a calmarse lentamente. Aunque sus manos temblaban, intentó mantener la calma mientras me sostenía. Susurros entrecortados de consuelo eran todo lo que podía ofrecer en ese momento. Yo traté de recomponerme, de pensar en lo que significaba esta escena. No podía aceptar que estas pequeñas vidas se hubieran perdido de una manera tan cruel.
Con cada respiro, me esforzaba por mantener el control. La escena era un recordatorio brutal del sufrimiento y la destrucción que había caído sobre nuestro pueblo. Sabía que no podía quedarme aquí por mucho tiempo; tenía que encontrar una manera de avanzar, de entender lo que había pasado y, tal vez, encontrar una forma de hacer justicia.
ESTÁS LEYENDO
𝕷𝖆 𝕾𝖚𝖑𝖙𝖆𝖓𝖆 𝕯𝖊 𝕸𝖊𝖙𝖆𝖑|
Historical FictionLuego de la muerte de literalmente toda su familia, la Sultana Ayse miro a la nada. Lo había perdudo todo en menos de un mes, no quedaba nada de lo que alguna vez había llegado a amar. Ni restos de sus más amados quedaban, ni sus hermanos, ni sus tí...