¿Vas a Matar por mi?

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Una semana había pasado desde la confrontación con mi abuela

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Una semana había pasado desde la confrontación con mi abuela. La calma había regresado al palacio, al menos en apariencia. Me dirigí a los aposentos de Hurrem con un peso en el corazón, decidida a demostrar que había cambiado mi forma de pensar.

Al entrar en la sala, me dirigí hacia Hurrem con una actitud humilde. Me senté frente a ella, con la cabeza inclinada en señal de respeto y arrepentimiento.

—Abuela —comencé con voz suave—, vengo a disculparme por mis pensamientos de venganza. He estado reflexionando y he decidido que no debo permitir que el odio controle mi vida. Estoy dispuesta a vivir en paz y a alejarme de esos deseos destructivos.

Hurrem me miró con una mezcla de sorpresa y alivio. Sus ojos, que antes mostraban preocupación y dolor, ahora brillaban con una luz esperanzada.

—Me alegra escuchar eso, Ayse —respondió ella, acercándose a mí y tomando mis manos—. Es un buen paso renunciar a esos pensamientos oscuros. Eres una joven fuerte, y estoy feliz de ver que has elegido la paz.

Sonreí con sinceridad y, movida por un impulso de cariño, me incliné para darle un beso en la mano. Luego me puse de pie, me despedí de ella con una última sonrisa y salí de la habitación. Sentía un ligero alivio al haber levantado el castigo impuesto por mi abuela.

Sin embargo, tan pronto como me encontré en los pasillos, mi sonrisa se desvaneció, reemplazada por una expresión de determinación fría y calculadora. Pensé para mí misma:

—Como si fuera posible renunciar a mi venganza.

A pesar de las palabras que había pronunciado, sabía que mi promesa era solo una fachada. El deseo de justicia y la necesidad de venganza seguían ardiendo dentro de mí. Me dirigí a la habitación donde Leo solía pintar, el aroma de la pintura aún impregnando el aire. Me hundí en el sofá, permitiendo que el silencio y la soledad me envolvieran.

Me senté allí, con la mente en ebullición, mientras las sombras de mi misión se proyectaban en las paredes alrededor de mí. La decisión estaba tomada, pero mi verdadero propósito permanecía intacto. No podía olvidar ni perdonar. Mientras miraba la habitación, me sentí más decidida que nunca.

Era solo cuestión de tiempo antes de que el plan se pusiera en marcha. La paz que había prometido a mi abuela era solo una ilusión temporal. Mi verdadera batalla estaba a punto de comenzar.

El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Leo apareció en la entrada de la habitación, con su característico aire relajado. Me saludó con una sonrisa en el rostro.

—Ayse, ¡hace un siglo que no nos vemos! —dijo con un tono burlón, entrando y cerrando la puerta detrás de él.

No pude evitar reírme ante su comentario. La tensión de la semana pasada parecía desvanecerse momentáneamente en su presencia.

—¿Cómo van las pinturas para la realeza italiana? —le pregunté, jugando con mi cabello mientras me acomodaba en el sofá.

Leo se acomodó en una silla cercana y suspiró, un gesto que me hizo sospechar que su respuesta no era completamente positiva.

𝕷𝖆 𝕾𝖚𝖑𝖙𝖆𝖓𝖆 𝕯𝖊 𝕸𝖊𝖙𝖆𝖑|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora