UN HOMBRE DESPIADADO

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Jazmín se despertó por la mañana en una enorme cama de cuatro postes, con dosel y cortinaje rojo sangre, sobre un suave y cómodo colchón, arropada por unas cálidas sábanas. Se desperezó, lánguida, y por un instante pensó que todo lo ocurrido el día anterior había sido un mal sueño; pero la insistente molestia entre sus piernas, y su evidente desnudez bajo las sábanas, le dijo que todo había sido real. El rubor cubrió sus mejillas y se extendió por todo su cuerpo. Se había casado, y su marido la había sometido a una lista de situaciones humillantes que habían acabado excitándola de forma inexplicable hasta que se había corrido ¡dos veces! en una misma noche. El recuerdo y la vergüenza se mezclaron con la satisfacción conseguida. Un placer ni siquiera imaginado se había apoderado de todo su cuerpo hasta el punto que deseó que no terminara nunca. La fuerza de Malcolm, su voz, sus duras caricias; incluso la forma tan despectiva como la llamaba «puta», «zorra», «esclava», le habían parecido deseables y excitantes. Había deseado poder rebelarse, ¡por supuesto que sí! Toda su vida había sido una mujer recta, con un historial intachable, decente y pura. Nunca había permitido que la besaran, jamás había consentido un roce furtivo, y ahora consternada por todo lo que Malcolm estaba obligándola a hacer, ella parecía haber cambiado de bando. Y la vocesilla en su interior le dijo. «Has descubierto que tu alma no es tan pura como pensabas, y que quizá acabará gustándote lo que tu esposo te tiene reservado»
Nunca sé dijo así misma. No podía permitir que el alma endemoniada de Malcolm contagiara la suya eso jamás.
Aceptaría todas sus vejaciones con estoicismo y resignación, pero no las disfrutaría. ¡Se lo prohibía! Aquel era un mundo de pecado que estaba mancillando su cuerpo, pero no permitiría que hiciese lo mismo con su alma. Se incorporó y miró a su alrededor, buscando algo que ponerse. No había nada, ni siquiera un bata.
La sábana resbalo por su cuerpo mostrando sus pechos plenos, doloridos y marcados por los dientes de Malcolm.
Un estremecimiento se apoderó de ella. El dormitorio estaba frío, el fuego de la chimenea hacía horas que se había apagado y el aire se había enfriado. Se levantó y tiró del cobertor de lana para enrollarlo alrededor de su cuerpo. Caminó, descalza, sobre el helado suelo de baldosas hasta una de las puertas. Había tres, una en cada pared excepto la que daba al exterior, en la que había una ventana cubierta con una gruesa cortina tan roja como las de la cama. Se imaginó que detrás de alguna de aquellas puertas estaría el vestidor.
donde habían guardado el equipaje que había traído consigo al mudarse allí. La primera puerta, la que estaba al lado de la cabecera de la cama, estaba cerrada con llave y no se abrió. La segunda, la que estaba en la pared opuesta a la ventana, también estaba cerrada con llave. La tercera se abrió. Era el vestidor, pero dentro no había nada excepto los estantes vacíos, la barra para colgar los vestidos desocupada, y otra puerta. La cruzó y llegó a fantástico baño moderno, con una bañera de fina porcelana, un sanitario y un lavamanos a juego todo allí era blanco y dorado. ¡Con grifos para el agua fría y la caliente!
Todo allí era muy lujoso y Solo entonces se preguntó cuán rico podía llegar a ser su marido. «Mucho. ¿Acaso lo dudabas? Con toda la gente que utiliza sus "servicios".» pensó con acritud. Aquello era lo que más la disgustaba de él. Sus negocios. Juego, prostitución, y a saber cuántas cosas más. Pero tenía que cohabitar con él y amoldarse a las circunstancias que le habían tocado vivir.
Decidió tomar un baño. Estaba dolorida y se sentía sucia por todo lo ocurrido el día anterior. Por lo menos, una parte de ella se sentía así. Otra parte de ella sé aferraba a abandonar el pasado que había sido su vida. Su moralidad había sido intachable, incrustadas en su mente y su espíritu las sobrias reglas que dictaban las normas de comportamiento de una señorita decente. No se consideraba una puritana, pero todo lo referente al sexo había sido algo sin importancia a sus veinte años sólo pensaba en terminar su carrera universitaria y trabajar en su propia escuela para niños desamparados.
Para ella tener sexo con alguien nunca había sido importante, sabía cosas sexuales por las clases de educación sexual y por las historias que contaban sus amigas y pensaba que el día que tuviera interes por un hombre, era por qué ese hombre sería el amor de su vida, con el cuál confirmaría una familia y tendría unos hijos hermosos y amorosos
-¿Tendría intención Malcolm de tener hijos? Se estremeció, imaginándose hinchada con un hijo de él en sus entrañas. No, no quería. Aquello sería aberrante. Ella lo odiaba y el también la odiaba a ella Así ¿ Que, qué sentiría por el fruto de su unión? También odio y desprecio Malcolm no se interesaría por el bebé. No sería un buen padre. Por eso a la primera oportunidad que tuviera iría al ginecólogo y pediría un método anticonceptivo. Malcolm. Pensó en como sonaba su nombre en su propia voz y se recrimino. No, no puedo permitirse el lujo de pensar en él llamándolo por su nombre. Debería llamarlo Amo, como cuando hablaba con él.
Pero no hera capaz de hacerlo.
Llamarlo así también en sus pensamientos sería darle todo el poder, un poder que ya tenía en todos los aspectos excepto en su cabeza. Allí dentro no le permitiría gobernar. Allí sería Malcolm, el hijo de Satanás, el hombre más odioso y despiadado de todo el planeta. «Odioso, sí, pero bien que disfrutaste lo que te hizo anoche, ¿verdad?». Le pregunto su conciencia y como una hoja al viento empezó a temblar de furia y vergüenza. Y de inmediato sé dijo en voz alta «Voy a prepararme un baño». Abrió el grifo del agua caliente y esperó. Al poco rato empezó a correr cálida y taponó el desagüe. Menos mal que tenían agua caliente al menos el malvado tuvo ese gesto con ella y no la hizo sufrir dejándola bañar con agua fria «Pero el día anterior si que te hizo hecho sufrir, ¿no? Podría haber sido mucho peor». Gracias a Dios no le pegó. Menudo consuelo, la verdad. Decir de un hombre que es bueno «porque no me pega», no es precisamente es un halago. "Aaaaah «pero sí te dio buen martillo con su cosota enorme y gruesa. Te lleno completa y te hizo gritar de placer»
Si, no iba a negarlo pero el camino que tuvo que recorrer antes de llegar hasta allí fue muy desagradable.
Mientras se metía dentro de la bañera y el agua caliente rodeaba su cuerpo, se abrazo con calidez, se obligó a recordar. La había obligado a desnudarse completamente ante él, y la había mirado como quien observa un caballo que quiere comprar. Eso fue lo que dijo. «Tengo derecho a ver qué he comprado». La hizo exhibirse de una forma impúdica e indecente, abriéndola de piernas, ella desnuda, después hizo que lo masturbara y después la obligó a limpiar su semen con su lengua. Después dejo que el chófer fuera morboso con ella. Al llegar a casa la llevo a ese sótano donde tiene un millón de aparatos pecaminosos, ella sé desmayo y al volver en si estaba amarrada con grilletes a una cruz, con su vulva afeitada y el haciendole sexo oral. Luego invadió con sus dedos su cavidad vaginal, haciendo que ella tuviera su primer orgasmo de toda su vida.
Y después la poseyó con rudeza mientras le decía todas aquellas cosas que deberían enfurecerla pero que, en aquel momento, la excitaron como nunca creyó posible. Dos orgasmos. Había tenido dos orgasmos gracias al hombre que más odiaba en la tierra. Y después desató sus manos y piernas, la cogió en brazos y la llevó hasta aquel dormitorio, donde la metió en la cama y la arropó. Había estado agotada y si le hubiera ordenado que caminara no sabía si habría conseguido obedecerle, así que agradeció aquel interludio de paz que le proporcionó. Incluso tuvo la sensación de sentirse a salvo entre aquellos poderosos brazos, porque eran fuertes, con duros músculos. Y olía muy bien. ¡Él Maldito! Olía a Sauvage de Christian Dior. Ese aroma penetró en sus fosas nasales y permaneció allí durante toda la noche, inclusive en aquel preciso instante le parecía estar oliéndolo.

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