Primogenita

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Hela nació para ser fuerte. Es la hermana mayor, a pesar de que nunca se imaginó que tendría hermanos menores.
Nació en un pueblecito de Noruega: Nuevo Asgard, en una noche despejada. Sus llantos fueron tan potentes que la enfermera dijo que podrían levantar a un muerto, que esa niña había nacido con ganas de vivir. Hela tuvo siempre mucho aire en sus pulmones, pero no siempre se escuchó lo que decía con los ojos y el corazón.
Desde pequeña siempre fue más fuerte que el resto. Nada la asustaba. Al contrario, quería conocer el mundo tal y como era. No todo tenía que ser bello para que alguien pudiera admirarlo. Aprendió a caminar con sus escasos dos años, ante el deleite de Frigga y el asombro incredulo de Odin, pero era demasiado pequeña para leer las emociones de sus padres, así que simplemente recuerda ese momento como sus tambaleante primeros pasos. Siendo más mayor no recuerda haberse sentido nunca tan fuerte como entonces.
Siempre caminaba unos pasos por delante de sus padres, les esperaba en los pasos de cebra y agarraba sus manos como si fuera ella quien guiaba a salvo a su padre al otro lado de la carretera.
En el colegio, jugaba con todos los niños. Era ella quien primero subía a los columpios y quien ganaba las competiciones de velocidad o de ver quien escupía más lejos.

-¡Soy la reina del castillo!- gritaba emocionada. Sus amigos reían y la intentaban destronar.

 Nunca lo consiguieron. Ella era así. Gritaba fuerte, cuando se reía todos lo notaban, corría con el pelo negro suelto. Su madre se lo peinada sin quejarse de los enredos y nudos, sin comentar la luciérnaga que encontró un día.
Su padre la observaba fijamente cuando gritaba, jugando con sus amigos en el parque, y aprendió a gritar más bajo, lo justo para que el no levantara la vista y la mirara.
Sus maestros se asombraban de su sagacidad, capacidad para el arte y felicitaban a la feliz pareja que eran sus padres por su hija.
Al llegar a la primaria, tenía multitud de amigos con los que jugar en el recreo, chicos y chicas con los que correr y medir fuerzas, reír y hacer travesuras. Niños que sentían curiosidad por ella y su alma libre y diferente.

- ¿Es tu amiga?- preguntaban otros chicos mayores.

- Solo jugamos con ella porque se inventa los mejores juegos.
- Pero siempre gana. Es un poco rara.

Los niños pequeños pueden ser lo más crueles. No lo dicen con mala intención pero dicen la verdad sin velos de compasión ni bolsillos con críticas ocultas. Hela poseía una mente madura para su edad. Escuchaba todo lo que decían a su alrededor cuando parecía estar coloreando sus dibujos, y era consciente de que no tenía ningún amigo de verdad, más allá de los chavales con los que pasaba el rato en las recreos. Fuera de las paredes del colegio, estaba sola.
Pero Hela había nacido para ser fuerte, y realmente no importó tanto, siempre y cuando tuviera un hogar lleno de amor al que regresar. Siempre adoró a sus padres. No mostraban el afecto en público pero ella veía a escondidas sus besos y caricias, momentos robados de una vida que no era suya, pero imaginaba sus cenas en torno a una vela, besos apasionados, miradas fugaces casi vivas de tanto amor.
Era dura, pero con un alma sensible. Su amor por el arte permaneció y se intensificó. Su padre alababa sus pinturas, pero la recordaba justo después que no era más que un pasatiempo, que tendría que haber algo que la interesara que de verdad fuera útil. Ella asentía y decía que quería unirse a la Armada, pues había visto la mirada aprobatoria de Odín cuando el ejército salía en las noticias. El asentía complacido y le daba dos palmadas en la cabeza.
La primera vez que su madre la llevó a un museo, salió de allí siendo una persona nueva. Frigga la compró acrílicos, pinceles, óleos, lienzos, lápices. Ella lo llevó todo a su cuarto, lo guardó bien en el armario y solo pintó cuando estaba completamente sola en casa. Esa misma tarde le pidió a Odín que la apuntara a clases de artes marciales, y comenzó a leer algunos libros de estrategia militar. Siempre que la preguntaban, decía que quería unirse al ejército y luchar. Su padre sonreía orgulloso y ponía la mano en su hombro, pero ahora, más mayor como era, si veía que lo hacía con cierto deje de condescendencia. Odín alentaba un sueño infantil, pero sabía que en algunos años habría desaparecido. No veía que el fuego de su hija, aunque ahora ya no tan visible, se había intensificado más que nunca, concentrado en su interior y avivado por sus ansias de complacerle. Cada vez que desaprobaba una de sus acciones se prometía no volver a hacerlo nunca más. Cuando dijo que era demasiado mayor para llevar vestidos, desterró todos al fondo del armario. Cuando dijo que su pelo era algo trivial, se acabaron las encantadoras sesiones de peluquería con Frigga. Cuando le dirigía una mirada seria, solo carraspeaba y cerraba la boca, con dignidad pero bajando la mirada.
Lo hacía inconscientemente, solo le parecía lo más adecuado y lo mejor para ella. Cometió los errores para que más tarde sus hermanos menores no tuvieran que hacerlo. Sinceramente, hubo muchas veces en las que pensó que ellos eran lo único que la mantenía cuerda entre la locura del instituto, la presión académica y las altas expectativas. Lo único que pedía era atraer la atención de su padre sobre ella y que ellos pudieran ser más libres de lo que ella fue.
Hela desarrollo una ansiedad basada en el  perfeccionismo sin saberlo. Sus hermanos dieron un giro a su vida, tenía un fuerte sentimiento de protección hacia ellos, uno que no podía demostrar.
Se alegraba de que su madre atendiera a todos ellos mientras ella se ocupaba de Odín.
El nunca se interesó en sus gustos personales pero admiraba su fuerza que con el tiempo no tuvo más remedio que ver, más que nada porque sus trofeos de lucha libre, artes marciales, tiro con arco y esgrima estaban expuestos en el salón. Pudieron hablar de tu a tu en las cenas y a veces la pedía consejo sobre asuntos de su empresa familiar, que algún día heredaría.
Nunca salió del armario para el, pero con su madre pudo dejar de fingir que le gustaban los chicos cuando era relativamente joven, lo cual fue un gran alivio.
Se limitaba a mirar disimuladamente a las chicas desde lejos, mientras leía entre clases o mientras entrenaba en el gimnasio, pero no se acercaba a ellas. Su madre la preguntaba a la vez que la peinada el pelo, igual de negro que cuando era joven, y ella decía siempre que lo que más le gustaba de ellas era lo fuerte que eran.

- Como tu- le respondía su madre cada vez, dándole un beso en la frente.

Familia OdinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora