Capítulo 19

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— Kalon, maldita sea, no tan fuerte —dijo tocándose el brazo con el que había bloqueado un fuerte golpe proveniente de su hermano.

— ¿crees que tus oponentes van a ser más suaves que yo en un combate? —preguntó su hermano con una sonrisa.

— Se que no lo serán. Pero por amor a las diosas, casi se partes el brazo en dos,

— Está bien, seré menos duro, pareces una niña.

Sin aviso, Melione le dio un golpe en el estómago a su hermano y luego una patada en la rodilla que lo hizo caer al piso.

— Una niña te hizo ponerte de rodillas —dijo ella cruzándose de brazos.

— Espera a que me recupere y ya verás —dijo con la voz ahogada.

— Tus oponentes no van a esperar a que te recuperes.

— Bien, tomemos un descanso. Si me golpeaste fuerte.

A pesar de que estaba sin aire, Kalon tenía fuerzas para sonreír y reconocer que Melione era fuerte, después de todo, él la había entrenado toda su vida. La princesa miró capitán sentarse en la hierba aun con una mano en el estómago y estaba satisfecha de haberlo hecho ponerse de rodillas.

— ¿Cuándo ganaste tanta fuerza? —dijo Kalon recostándose boca arriba.

— Aprendí del mejor que no debes golpear con todo lo que tienes de una sola vez.

— Cierto, pero no tenía idea de que podías golpear tan fuerte.

— ¿Qué me dices tu? Posiblemente mí tobillo este partido en miles de pedacitos.

Kalon la había golpeado para que cayera al suelo tan fuerte que tuvieron que parar unos segundos porque pensaban que le había roto algo. Ese día las cosas estaban más agresivas de lo normal.

— Creo que podemos parar con todo esto por hoy. Tu estas herida al igual que yo, además, el tiempo casi termina. Ten veinte minutos libres.

— ¿gracias?

— Agradece que no deje que papá te entrenara.

— Tal vez pueda lograr ganarle por primera vez.

— Es un general de guerra, ni siquiera yo he logrado ganarle.

Caelum tenía más de dos siglos de experiencia en batalla y eso se veía reflejado tanto en su cuerpo como en su actitud. Todos sus hijos habían entrenado con él desde que eran muy pequeños y ninguno de ellos había logrado ganar una batalla con él, nunca lograban dar más de un par de golpes antes de que él atacara e hiciera que se rindieran.

Melione le dio un golpe en el hombro a su hermano que siseo de dolor y luego se fue cojeando a la entrada del castillo. El dolor desaparecería en una hora o dos, hasta entonces debía soportar la punzada aguda que se instalaba en su tobillo cada vez que daba un paso. Se movilizó lo más rápido que pudo hasta la entrada del castillo, ahí estaba Blagden mirando hacia la ciudad; su imponente cuerpo recargado contra una de las paredes con las manos en los bolsillos, esperándola.

— ¿Quién gano la pelea? —preguntó él a modo de saludo.

— Fue empate. El casi me rompe el tobillo y el brazo, y yo lo deje sin aire y casi le rompo la nariz, estamos a mano.

— Debo cuidar que no me golpees en áreas vitales.

— Aunque te cuides dudo que lo evites —le sonrió un momento—. Vamos.

Comenzaron a caminar adentrándose en la hermosa Acralia, las personas sonrientes y alegres se saludaban unos a otros y no le prestaban más atención de la necesaria a la princesa y a Blagden. Parecía que todos estaban un poco más cómodos con su presencia. Luego de que Seren diera el decreto de que no era un peligro para la vida en la capital, todos se relajaron y lo aceptaban mucho más.





Melione siguió caminando a un paso algo lento en dirección al bosque, ya comenzaba a anochecer y, aunque no era del todo seguro estar ahí a esa hora, lo que verían siempre valía el riesgo. Se adentraron más y más hasta que la ciudad no fue más que un punto al horizonte, la princesa se puso al lado del enorme árbol de hojas azul celeste que resaltaba entre todos los demás.

— Un árbol —afirmó Blagden.

— No es solo un árbol. Aquí pase muchos de mis días cuando era niña con mis amigos, y venia aquí cuando quería despejarme luego de que todo lo de mis padres pasó.

Antes de que Melione pudiera decir otra palabra, las hojas celestes del árbol resplandecieron bajo la luz de la luna en su punto más alto y su color cambió. Se tornaron plateadas, totalmente resplandecientes como joyas, algunas de las hojas comenzaron a caer. A la princesa le pareció similar a los copos de nieve que caían en invierno, tan bellos y frágiles como nada en el mundo, aquel era uno de los lugares más importantes para ella y se lo estaba mostrando al príncipe. No sabía si a él le importaba, pero en lo que ella respectaba, era algo que nunca se cansaría de ver. Una de las hojas cayó sobre su mano y algunas otras ya formaban un círculo alrededor del árbol; se volvió a ver a Blagden, quien miraba impresionado y con la boca abierta la maravilla que era ese lugar. Tenía el cabello negro lleno de hojas, pero parecía no importarle.

La princesa se movió con cuidado hacia él y le quitó las cuantas gotas de plata que tenía sobre el cabello, el pareció salir del trance y la miró directo a los ojos con ese brillo de asombro.

— ¿Cómo? —dijo casi en un susurro.

— Se llaman gotas de plata, muy pocos arboles las producen aun —le explicó ella con dulzura—. Según lo que dicen los cuentos antiguos, si encuentras uno de estos en medio de la noche mientras suelta sus hojas, tienes derecho a pedir todos los deseos que quieras —sus mejillas se coloraron un poco—. Sé que no es más que un pequeño cuento para niños, pero sigo atrapada en la fantasía y la ilusión de que en algún momento el único deseo que pedí aquí, se hará realidad.

— ¿Cuál fue ese deseo? —preguntó él.

— Ser feliz.

Le entregó la hoja que tenía en la mano a Blagden para que pidiera un deseo, podría ser solo un juego de niños, pero para ella era importante.

— ¿Cómo lo hago?

— Di el deseo en voz alta y luego aplasta la hoja en tu mano lo más que puedas, luego solo deja que vuele con el viento o deja los restos sobre la tierra.

— Bien.

Blagden miró la gota de plata un momento, la princesa se preguntaba qué clase de cosa estaría pensando. La mayoría de las personas pedían los deseos con rapidez, pero él lo pensó un minuto, la miró a ella un segundo y dijo su deseo sin dejar de hacerlo:

— Deseo que tú, Melione, seas la persona más feliz que está tierra alguna vez haya visto, con o sin la presencia de tus padres en ella. Deseo que lo superes y puedas seguir adelante, pero, por sobre todo, deseo que nunca más vuelvas a sufrir de la manera en la que lo has hecho.

Ella... estaba sin palabras. Él pudo haber pedido todo lo que quisiera, pero escogió que su deseo fuera para ella, que el intento de que algo pudiera hacerse realidad, fuera su mera felicidad.

No pudo moverse luego de eso, solo escuchó como el príncipe aplastó la gota de plata en su mano y dejó que el viento se llevara sus restos. Seguía con la mirada clavada en su rostro, Blagden también la miraba a ella; ambos analizándose y preguntándose porque el otro había reaccionado de una u otra forma, fue así hasta que el príncipe le metió un mechón de cabello detrás de la oreja a Melione y luego caminó para acercarse más al árbol.

— Todo esto es muy hermoso, gracias por mostrármelo.

— Si —dijo ella saliendo de su trance—. Cuando quieras.

Se quedaron un rato más admirando la belleza de la naturaleza mágica y de cómo el árbol brilló por una hora más hasta que la posición de la luna cambio. Todas las hojas que quedaban en el árbol y en el suelo volvieron a ser de un color celeste, la princesa tomó un puñado de ellas y las lanzó contra su amigo, quien la miró algo confundido, pero de inmediato le siguió el juego. Él también tomó un puñado y lo lanzó contra ella, luego tomó uno más y la persiguió por gran parte del claro, hasta que pudo arrojárselas encima. Ella, con una sonrisa, lo empujó y el cayó con suavidad sobre las hojas mientras reía, luego haló a la princesa del brazo y ella cayó a su lado mientras reía aún más fuerte. 

La Promesa del Destino *[EN PROCESO]*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora